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Opinión

Gracias, siempre Miguel, siempre gracias

Miguel Lifschitz falleció en Rosario

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Miguel Lifschitz se formó en la Universidad Nacional de Rosario, cursando la escuela secundaria en el Instituto Politécnico Superior y la carrera de Ingeniería Civil en la Facultad de Ciencias Exactas, Ingeniería y Agrimensura. Comenzó su militancia en 1973, atraído por la figura de Guillermo Estévez Boero, en el Movimiento Nacional Reformista y en el Partido Socialista Popular. En sus años universitarios, se despertó su vocación política la cual supo transferir con un notable ímpetu y compromiso, volviéndose motor de proyectos de impacto nacional. Tenía tres hijas, Yasmín, Ana Luz y María Esperanza, y un hijo, Federico. Estaba casado con la diputada provincial Clara García. Falleció ayer, en Rosario, víctima de Covid-19.

Conocía la ciudad de Rosario, así como a sus referentes al detalle, y recorrió toda la provincia de Santa Fe comprometiéndose con cada santafesino y santafesina, llevando soluciones de manera estratégica. Sus colaboradores y colaboradoras más cercanos no podían creer la resistencia que tenía: dormía poco, vivía atento, trabaja más que nadie a su alrededor. Jamás se quejaba. Fue un hombre de acuerdos.

Sus programas, sus proyectos y todos sus instrumentos de gestión denotaban el rigor que le imprimía a los procesos, del mismo modo que exigía a sus equipos de trabajo un compromiso para sostener su ritmo y responsabilidades. Los que lo conocieron trabajando cerca, destacan el pensamiento racional de Miguel, lo que lo distinguía por sobre todos los demás políticos y dirigentes. Su manera de entender la realidad era analítica.  Sus formas discursivas, también así lo evidencian, disponían de una progresión propia de la formulación de los teoremas. Cómo planteaba las hipótesis de sus ideas, cómo disponía el desarrollo de estas, hasta abordar las conclusiones para, así, ejecutar. Esa era su forma de encarar los problemas: con aplomo, con análisis, con pragmatismo, dejando de lado los dogmas y con acción. Escuchaba, escuchaba mucho, registraba todo y tenía una mirada profunda. Tenía una gran capacidad para reconocer, para actuar, para decidir. Un sujeto político, cuya trascendencia se evidencia en ser un hombre público. Un cuerpo público, un pensamiento público.

Fue un gran hombre, que pudo hacerse espacio para el buen humor y los encuentros con amigos, alrededor de un fuego. Con su compañera Clara García, eran imbatibles, era hermoso verlos quererse y trabajar. Supo reunir a sectores de diversos orígenes, de los ámbitos productivos, de las ciencias, de la academia, del mundo del trabajo, del arte y de la cultura, así como a los ámbitos civiles con quienes establecía vínculos originando proyectos. Disfrutaba conversar con todos, le interesaban las críticas y los desafíos que transformaban. Sus gobiernos y modos de gestionar supieron de aperturas y diálogo, de participación ciudadana y progreso sostenido. Su oído estaba atento a las tendencias globales: leía y estudiaba antes que nadie, exigía ser innovadores y disruptivos a su lado.

Una tarde de julio de 2016, hacía un frío bárbaro en Rosario, él era gobernador, yo trabajaba en la secretaría de cultura de la municipalidad de Rosario, me pidió que me acercara a gobernación: “Tenés un ratito, venite para acá”. Salí rumbo a su despacho con algo de nervios, porque sabía que cuando Miguel te mandaba a llamar significaba que había ideas y esas ideas se ejecutaban. Es decir, había ideas, conocíamos los circuitos para que las ideas cobren cuerpo: la compacidad de las ideas. Me preguntó cuál era mi experiencia de vida con la Biblioteca Argentina (la segunda biblioteca pública más importante del país, que está en Rosario). Le conté que pasé mucho tiempo de chica y joven en esa sala de lectura; le relaté que ahí había conocido amigos de Humanidades.  Que cada tanto peinaba archivos en la Hemeroteca, que conocía a los trabajadores. Le importaban esos detalles autobiográficos, porque entendía que en esa nervadura se consolidaba la intensidad del compromiso por el laburo. Entonces, me cuenta que le había quedado pendiente de su gestión como intendente hacer la obra de puesta en valor de la centenaria biblioteca, que si yo podía hacer el seguimiento del proyecto tanto con los equipos de trabajo, como con un nuevo plan de gestión y comunicación. ¡Una biblioteca! A los tres años la estábamos inaugurando. Nos abrazamos ese día. Ayer la ciudad eligió el patio de ingreso de la histórica biblioteca como lugar de despedida entre los que se encuentran sus compañeros de militancia como Mónica Fein, Juan Carlos Zabalza, Antonio Bonfatti, Enrique Estévez, Verónica Irizar y Joaquín Blanco, entre tantos.

Se va el mejor político en acción del país y se va un amigo que supo entender las necesidades de una provincia empujando más allá nuestros propios límites para generar nuevos horizontes con un estándar de trabajo y eficiencia enorme.

En el trabajo con él, me había exigido que los domingos le hiciera llegar un memo con los proyectos por delante, con una recomendación de lecturas sobre política internacional, nuevas tendencias culturales y novedades del ámbito artístico nacional. Cada domingo cerraba el mail diciéndole:

“Gracias, siempre Miguel, siempre gracias”.

El respondía al toque: “Dale, avanzá”

Ayer fue domingo.

Productora cultural

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