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Opinión

Lionel Messi y el estilo tardío

Messi juega en la Primera de Barcelona desde noviembre de 2003.
31 de enero de 2021 12:08 h

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La batalla entre Coca Cola y Pepsi Cola es histórica. Yo tenía una novia que me decía que la Pepsi con limón era mucho mejor que la Coca Cola. Había algo en la forma en que me lo sugería que dejaba entrever que ella estaba en la vanguardia del gusto. Lo cierto es que Coca Cola siempre fue mi bebida preferida y que para algunos argentinos era una costumbre en los días de calor pedir en el bar una Coca Cola. Pero muchos de los bares no tenían Coca Cola porque Pepsi les dejaba una ganancia más alta y eso formaba parte de una campaña agresiva para modificar el gusto de las bebidas colas. Los mozos te preguntaban: “¿Pepsi puede ser?”. Y uno cedía. Con el tiempo, la “p” se fue perdiendo en la velocidad del lenguaje popular y los mozos decían o uno escuchaba: “¿Pessi puede ser?”. En el paladar del fútbol argentino -por lo menos hasta que la generación que lo vio en vivo se vaya al infierno- el lugar de Coca Cola lo ocupa Diego Maradona y la pregunta que todos tratamos de contestar a lo largo de los últimos años fue: “¿Messi puede ser?”.

Por eso es común encontrar a toda una generación que no vio jugar a Diego y que creció con Messi que prefiere a este último y lo defiende contra viento y marea aunque Messi se las ponga difícil porque, cuando juega con la camiseta de la Selección Argentina, no gana. Y para los cabezas de termo que sólo disfrutan cuando un equipo gana títulos, eso es fatal. Si fuéramos religiosos -y el fútbol tiene un componente de sublimación religiosa- Maradona sería la encarnación del dios del fútbol en la tierra. Ganó un mundial, le metió un gol con la mano a los ingleses y otro hecho “como con la mano” descomunal. Y como si faltara algo, acaba de morir y es una leyenda sin punto final. Messi, apodado el mesías por sus seguidores, estaría más cerca del mesías que esperan todavía los judíos, se vaticina su llegada pero todavía no levantó la Copa del Mundo y hasta hace poco parecía que nunca lo iba a hacer, sin embargo... Escribo estas líneas mientras un virus hace que la gente viva como en una distopía de ciencia ficción imaginada por Philip Dick. Los partidos de fútbol se juegan con las cancha vacías o con avatares virtuales en las tribunas que hacen de hinchas y sonidos pregrabados que dan la impresión -cuando los vemos por la tele- que la gente sigue viva, alentando. Escribo estas líneas ahora que Messi ha dejado de ser el mejor jugador del mundo.

Durante muchos años una de las bromas que le gastábamos a algunos amigos cuando veíamos que tenían una biblioteca insignificante -dos o tres best sellers- era decirles que tenían “la biblioteca de Messi”. Eso era en alusión a que Messi no parece un hombre del fútbol -como Jorge Valdano, por ejemplo- dedicado a la lectura. Pero suponer que Messi no lee es un error letal. El sabe leer un partido. Sabe donde ponerse para recibir la pelota y lastimar al rival. Sabe cuando debe caminar la cancha y cuando picar en el vacío para hacer esa jugada de Playstation que es su marca de fábrica. Messi -como Neo, ese “elegido” de la fabula de las hermanas Wachowski- parece haber incorporado todo lo que sabe mediante una conexión digital a su cerebro: todo lo que vio jugando a la Playstation lo repite después en la cancha, a la misma velocidad. Tiene almacenadas las jugadas en su hard disc y le importa tres pitos ser original, las puede repetir a la perfección como lo hizo con el gol que le hizo al Getafe, calco del que le hizo Diego a los ingleses. Qué importa que no valiera lo mismo, y fuera con un equipo inferior. Messi sabe que el “aura” puede estar ahora en la reproducción técnica y no en el original.

Mientras Maradona sacó campeón al Nápoles con equipos mediocres y soportó una golpiza casi de catch durante toda su carrera, Messi se vio favorecido por un entorno excepcional, con jugadores notables que lo hacían jugar casi rozando la perfección.

También incorporó -lo sepa o no- una tradición futbolistica que para mí, un neófito del fútbol, fue la última revolución que dio el fútbol mundial: la que inició Rinus Michels en Holanda y tuvo como abanderado a Johan Cruyff en esa genial selección que, ¡oh!, también perdió la final del mundo contra los alemanes en 1974. Los holandeses eran como un ácido lisérgico para el fútbol. Concentraban con sus mujeres, fumaban en el entretiempo, tenían una ropa deportiva extraordinaria y, lo más increíble, ninguno parecía tener un puesto fijo en la cancha. Como ellos no tenían una tradición futbolística muy “pesada” se movieron con soltura y Michels no dudó en tomar técnicas del handball para utilizarlas en el fútbol. Claro que para que eso funcione tenés que tener a un crack extraordinario en la cancha como Johan Cruyff.

Cruyff fue a jugar al Barcelona y después revolucionó como técnico a ese club en el que Messi llegaría a su climax. Messi y Barcelona llegaron a la cima juntos. Separados hubiera sido imposible. En eso también es diferente Lionel de Diego. Mientras Maradona sacó campeón al Nápoles con equipos mediocres y soportó una golpiza casi de catch durante toda su carrera, Messi se vio favorecido por un entorno excepcional, con jugadores notables que lo hacían jugar casi rozando la perfección. Messi fue un jugador brillante dentro de una estructura colectiva, Diego fue un solista inspiradísimo. Ser un solista hace que a veces uno saque más de lo que puede. Uno recuerda que Maradona ganó partidos solo y que, a veces, en la adversidad, los dio vuelta, como después del empate alemán, cuando giró y dejó solo a Burruchaga para que ponga el tres a dos en México 86. No recuerdo un partido en el que Messi diera vuelta un resultado adverso, un partido importante digo. Cuando los alemanes metieron el gol en la final del mundial de Brasil todos sabíamos lo que iba a pasar: el sueño terminaba. Si hubiésemos podido viajar al futuro y ver que en la tapa de El Gráfico post mundial -una revista tradicional del deporte argentino- iba a estar Mascherano y no Messi, habríamos sadido que las noticias serían malas.

Messi es un jugador superdotado. Siendo bastante bajo, ha saltado y se ha suspendido en el aire para meter un gol increíble en la final de la Champions League contra el Manchester United. Pero el problema con él radica en la geografía. El mundo está dividido en países por ahora y él nació y eligió jugar para la Selección Argentina. ¡Qué error! Acá, como no ganó un puto Mundial, se lo critica porque no sabe cantar el himno. Parece que hace mímica o no mueve los labios. Yo formo parte de una generación que, cada vez que escuchó el Himno Argentino, sabía que mucha gente iba a morir. No hay nada que deteste más que el Himno Argentino: lo escuché en la radio cuando vino el golpe del 76, lo escuché en las plazas cuando algunos de mis amigos mayores fueron a la guerra de Malvinas en el 82, mientras en una situación esquizofrénica la selección de Menotti jugaba el mundial de España sin problemas. Qué bueno que Messi no cante el himno argentino.

Me gusta pensar que todos podemos tener, a lo largo de nuestra vida, pequeños momentos de iluminación privada. No es necesario estar sentado debajo del árbol Bodhi para tenerla ni adquirir una instrucción espiritual adecuada. Esta iluminación viene de afuera hacia adentro. Es algo que sólo Messi puede haber notado y que nadie más puede comprender. Está hecha con el tejido de su percepción más ordinaria. Pero nunca lo sabremos, porque los futbolistas suelen hablar tapándose la boca con la mano, para que no les lean los labios las cámaras de la televisión que son el panóptico de esta época desquiciada.

Hace poco lo vimos sacarse la casaca del Barsa y mostrar la diez de Newells en homenaje a Maradona. Tal vez no sólo se sacó la camiseta, sino un peso de encima. Ahora que Maradona es eterno, el puede jugar como un simple mortal.

Mi amigo Tato Peirano me cuenta que su hijo se entusiasmó con jugar al hockey en un club cercano a su casa. Un mediodía lo llevó a un partido y quedó estupefacto por la violencia de los padres que hostigaban a sus hijos para que jugaran bien y, después, a los árbitros porque no cobraban lo que ellos querían. Cuando se empezaron a agarrar a trompadas, llamó a su hijo y se fue. En el hockey, en el fútbol o en el tenis, hay ciertos padres que parecen querer realizarse o salvarse económicamente a través de sus hijos. Es el síndrome del “niño trofeo”. Acá la fábula de Messi también planea sobre esos cerebros paternos recalentados. Se sabe que el padre se “sacrificó” y lo llevó al Barcelona para que Lio se pruebe y juegue. Que Lio no crecía y que el Barcelona, mediante un tratamiento específico que era muy caro, logró “estirarlo”. Y que Messi devolvió con creces lo que el club invirtió en él. ¿Habrá logrado satisfacer también a su padre, cuya codicia lo llevó a tener que dar cuentas con el fisco español? Ese padre todopoderoso planea sobre las grandes estrellas infantiles: está el de Michael Jakson, que lo convirtió en un monstruo. Algunos padecen un padre ausente y otros un padre demasiado intenso. Ahora Messi es padre él mismo y está llegando a una edad en la que va a a empezar a transitar lo que Edward Said llamó el “estilo tardío”.

Algunos escritores, como William Butler Yeats, han escrito grandes obras en su época otoñal. Los Beatles, en sus últimos años como grupo, sacaron Abbey Road, una obra maestra. Pero Messi juega al fútbol y tiene que negociar con una de las comidas predilectas del tiempo: el cuerpo humano. Su fama es tan grande que parece no encontrar un técnico que pueda hacerlo funcionar en este tramo de su carrera. Guardiola tiró la toalla, Jorge Sampaoli le preguntaba a quién ponía en medio de los partidos. El único técnico que se me ocurre podría disciplinarlo y potenciarlo es Marcelo Bielsa, otro rosarino, alguien que está a su altura en cuanto a predicamento y leyenda. Pero para Bielsa, sabemos, lo peor que tiene el fútbol es que está hecho con jugadores de carne y hueso. Y vemos cómo tiene que soportar, en cuclillas, al costado de la cancha, que sus jugadores tomen decisiones propias.

Cuando Los Beatles -que estaban peleados y a punto de separarse- decidieron hacer un último disco, llamaron a su productor -George Martin, quien los había llevado a la fama- y le prometieron que se iban a portar bien, “como en los viejos tiempos”, según recordó Paul McCartney. El resultado fue una obra maestra. ¿Tendrá Messi la humildad y la suerte de encontrar un “productor” que lo haga tocar su mejor música otoñal? ¿Con qué camiseta será? Hace poco lo vimos sacarse la casaca del Barsa y mostrar la diez de Newells en homenaje a Maradona. Tal vez no sólo se sacó la camiseta, sino un peso de encima. Ahora que Maradona es eterno, el puede jugar como un simple mortal. Y quizá el destino tenga una sorpresa en la manga. ¿Messi todavía puede ser?

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