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SOY GORDA (ESEGÉ)

Nuevos mapas para el futuro

Juan Carlos Kreimer
7 de diciembre de 2024 00:00 h

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¿Para qué pasamos por la tierra?, se pregunta Juan Carlos Kreimer (Buenos Aires, 1944) mientras va delineando nuevos mapas para buscarle sentido a la vida. Y nos entrega un volumen de casi 300 páginas donde intenta dar respuesta a las causas por las que nos fue dada la oportunidad de habitar durante un tiempo el cuerpo que somos y nuestras circunstancias.

Kreimer es un periodista contracultural, el creador de la revista Uno mismo, una publicación que en 1982 vino a poner en primer plano temas como la ecología de la subjetividad, en tiempos en que cierto dogmatismo sostenía que ocuparse de la persona era de burgueses reformistas. También, con su iniciativa de libros Para principiantes, puso al alcance de la mano en forma de novelas gráficas las biografías de Nietzche, Eva Perón, Freud, Lacan, Simone de Beauvoir y la teoría de la relatividad, entre otras.

Dice el antropólogo Eugenio Carutti en las palabras preliminares a la lectura del volumen que viene ocurriendo un terremoto en la Tierra y en la conciencia de la humanidad, que obliga más que nunca antes a rever ideas e ideales instalados como patrones de pensamiento. Uno de los síntomas es la angustia del siglo XXI, al habernos quedado sin caminos hacia el futuro, los mapas que teníamos ya no nos orientan más y tenemos que soltarlos para darles lugar a nuevas cartografías. “El agotamiento actual de muchos caminos proviene de que muchos nos dimos cuenta de que, como buscadores, ya no sabemos qué buscamos” y sugiere abrirnos al misterio profundo, sin modelos en los que converger, sin esperar que se nos revele una verdad sino actuando como antenas múltiples.

En tiempos de pensamientos radicales, Kreimer se empezó a dar cuenta de que el mundo no iba a cambiar masivamente, de manera uniforme y en simultáneo. Primero, debía ocurrir un cambio en cada uno, dejar de vivir en automático, siendo consciente de que había que movilizar el potencial humano cuidando el planeta, la alimentación, a los semejantes, porque formamos parte de algo mayor.

Kreimer trazó un camino riesgoso, sin referentes absolutos ni líderes a quienes seguir, entrando vivencialmente en los escenarios sin tomar nada como definitivo, con el propósito de pasar de humano a especie, de ser individual a colectivo. Y lo cuenta como cronista de un viaje, como lo hizo en sus libros Bici Zen y Punk, la muerte joven. Tal vez la lectura desestabilice “pero puede generar un éxtasis al hacer entrar al lector en una resonancia con alguna búsqueda de sentido, aprendiendo a dialogar con lo indecible”, señala Carutti.

Inevitable referirse al miedo que nos gobierna en el Antropoceno. Así lo compara refiriéndose a los niños que no trepan árboles la poeta Ankoku Hikari: “El mismo miedo que los cuida de caer, les impide ver el mundo desde lo alto”. Medio acobardados, olvidamos que también somos las opciones que dejamos de lado.

Frente a un futuro apocalíptico, nuestra mente se estrecha, se defiende. Se prefieren las promesas (incumplibles) de los gobiernos y se niega a pensar. Nos domina la ecoansiedad, ese temor persistente ante la posibilidad de una catástrofe ambiental. Mientras tanto, los centros de poder responsabilizan a los medios de exagerar datos que son alarmantes. Difícil procesarlo, aunque ese sentimiento nos pone en alerta y nos hace despertar y actuar para frenar las estrategias que nos manipulan. La dirección que ha tomado el planeta hacia las ideas de derecha, anarco y neoliberales parecen confirmarlo. Pero no son esas las únicas ideas que circulan.

La ideología de “gozar el presente” nos distrae, pero la ecoansiedad, en tanto compañera de viaje, nos confronta con mentiras que compramos o construimos.

¿Es legítimo el supuesto confort evolutivo si el costo es haber creado condiciones adversas para una parte de la humanidad y de los otros seres vivos?

Tal vez dejar de ver a la Tierra como un ente mecánico y admitirlo como organismo, como cuerpo, como un conjunto de partes vivas que laten y respiran, como nosotros, puede ser un comienzo en el cambio de paradigma. También utilizar la tecnología para darle al conjunto de seres una mejor calidad de vida, asumir otras corporalidades, y prepararnos para vivir otras realidades previas y posteriores a cualquier desenlace.

Podemos replantearnos nuestras posibilidades de supervivencia, aunque muchos permanezcan indiferentes o dormidos. Aceptar que en la negrura hay resplandores de algo bello, habitando la casa no como un lugar físico sino como una frecuencia para soñar otros sueños que nos van conectando con memorias ancestrales.

Antes de nacer, de ser configurados como humanos, hay una pulsión de vida, que nos habla a través de la soledad. No llegamos ni nos vamos solos, nos acompaña todo lo que recibimos, todo lo que dimos. Esa soledad nos da una sensación de pertenencia, de unión con el cosmos, de inmensidad en mí, caminamos con esa percepción interna.

Y aunque a veces la tapamos con runrunes, actividades, relaciones sociales, si contamos con fortaleza interior, escuchamos el silencio propio, el que deja escuchar aquello a lo que nos resistimos. Es un sonido que es eco de un lenguaje de comprensión íntima. Lo atravesamos y nos atraviesa en una unión sagrada, una expansión que es igual hacia el adentro y hacia el afuera. Una trama se revela bajo lo desconocido. Como diría Marguerite Yourcenar: “un bien infinito, que enseña, hasta cierto punto, a prescindir de las personas y al mismo tiempo a amarlas más”.

LH/MF

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