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Opinión

El sexo es político

Tango feroz, la película que contó el cruce entre lo político y el sexo de una generación.

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“La sexualidad es el templo en ruinas donde se enfrentan indefinidamente los dioses que murieron hace tiempo y los profanadores que han dejado de creer en ellos”

Michel Foucault, La sexualidad

Una publicidad de sommiers vende las medidas más grandes de colchones con la frase “mantené la distancia” y lo grafica con un varón y una mujer acostados; cada cual mira al lado opuesto y una línea de puntos subraya que están, en efecto, para nada cerca. Una época no se cuenta sin sus publicidades, esos cuentos hechos de sentidos comunes, de verdades a medias, de aspiraciones, de promesas. Esta imagen, quizá, cuenta entonces de qué está hecho el sexo en pandemia (al menos el de la clase que puede comprar ese colchón). Digamos lo obvio: dos personas que duermen juntas son dos personas que no mantienen protocolos entre sí, no tendrían por qué estar separadas en la cama. Y aún así, inyectarle una medida sanitaria a la intimidad subraya que no hay dormitorio del mundo que le dé la espalda al Covid. El virus está entre nuestros sueños, entre las sábanas, entre las ganas, entre los miedos. ¿Cómo puede surgir o sostenerse el deseo cuando no hay afuera o lo hay muy poco? ¿De qué formas suceden el encuentro o el despertar sexual si el contacto con quienes no convivimos pueden ser potenciales ocasiones de contagio?

Susan Sontag escribió hace décadas sobre “la enfermedad y sus metáforas”. La enfermedad como constructora de regímenes sexuales (el caso emblemático del HIV). Llevar el protocolo a la cama es el fin de la metáfora. Pero la distancia, la virtualización, la deserotización, la sustracción del cuerpo no son inventos, estrictamente, del Covid. Son condiciones de época que el barbijo y la “distancia social” recrudecen. Una época es el sexo que es capaz de metaforizar. Sólo una época que ya había transformado los ritos de la muerte en trámites, que había escalado en la tecnificación y posposición de la natalidad y que había priorizado la arquitectura del monoambiente para pensarnos de 1 podía ser capaz de moldear esta forma de vida. Una épica débil. ¿Cuál es la fantasía política última para el fin de semana? Ciudadanía de pijama. Ciudadanía de masturbación (4 de 10 personas tiene mayor deseo de autoplacer). A veces pareciera que la dificultad no es tanto la vida en común pandémica sino, más bien, la subjetividad que habría que encarnar para sostenerla. 

La doctora en Historia e investigadora del Conicet Karina Felitti señala: “La idea de riesgo vinculada a la sexualidad no es nueva como tampoco las soluciones conservadoras que basadas en la construcción de pánicos morales legitiman medidas punitivas y restricciones a la libertad individual. La cuarentena se montó sobre un proceso de medicalización y de saber/poder que se expande sobre los cuerpos, en manos de un conjunto cada vez más ecléctico de expertos que indican cómo y con quién, o con quienes, tener sexo. La pareja monógama y en convivencia resultó ser la opción más segura para cuidarse del nuevo coronavirus, reforzando el rol de la misma como elemento clave en la construcción social del sentido del valor propio.”

Si la figura del 2020 es la del Estado, la del 2021 es la comunidad. El año pasado estuvo sostenido en el grado cero de la gestión estatal: en ese virus que exponía las desigualdades pero que exigía la igualdad entraba un Estado que podía recomendar el “sexo” virtual. Ahora, los acuerdos, las tensiones y las negociaciones son, sobre todo, comunitarios: entre las familias, entre los amigos, entre los padres y madres de los hijos que se encuentran en plazas, entre quienes se van a acostar. Hace un año había “una” pandemia respecto del sexo y era nítido cumplir o infringir. Ahora por momentos conviven varias pandemias. La de quienes siguen en la primera fase y no irían jamás ni a tomar un café, la de quienes no registran la escalada de casos de la “segunda ola” y no pudieron cerrar la canilla respecto del verano, las de quienes trafican en pandemia la falta de disponibilidad, la de quienes ni cuidan ni se cuidan.

Cada generación está rota y encendida a su manera. Las calenturas son generacionales y son un poco propias: están tejidas entre esos lodos comunes y nuestro bajofondo, lo que a cada quien le pica. Un pequeño territorio tan horripilante como prístino. La lógica de las aplicaciones de citas organiza los afectos (incluso de quienes no las usan, o se manifiestan elocuentemente en contra). La calentura será zoomeada. Se puede tener una cita por zoom. Enamorarse por celular. Y así. Un video se viraliza: la referente de la cocina Paulina, ante una pregunta por Instagram sobre la insoportable levedad de la gestión del final, responde “¿quién te creés que sos?”. Aunque más que del encuadre ghosteo sí o ghosteo no se trata de todas esas relaciones que no empiezan (ni vivas ni muertas: adjetivadas). Que sea posible “no hablar” habla más del inicio que del final. De lo que nunca se funda; de lo que no termina porque nunca había empezado. Y de por qué quedarse tanto tiempo en algo que podría deshacerse sin que nadie diga nada. Nuestro: ¿Qué es esto?

Gustavo Varela en Tango y política dice: “hacer del abrazo un hecho político”. Y reordena la sexualidad argentina a través del tango prostibulario, tango canción y tango de vanguardia. Cómo cada generación es, también, una coreografía sexual. Y la época con la que elige dialogar. En la década del noventa, la película Tango Feroz pone en escena la sexualidad de los sesenta –esa escena emblemática: la represión sobre una marcha mientras ellos se escabullen y tienen sexo en una terraza, después de haberse conocido ¡en una comisaría!– pero, más, hace foco en cómo esa generación se rendía ante el tango, cuando él, “Tanguito”, en la habitación le canta “Malevaje” y la invita a bailar. De hecho, el afiche de la película emula a ambos desnudos en una pose típicamente tanguera: ese abrazo. Una hipótesis apurada: el Coronavirus “corona” una época que le dio la espalda al tango y participa de una coreografía sexual indigerible para el 2x4. Sin abrazo, sin cuerpo.

Felitti apunta: “Compatibilizar regímenes morales en torno al valor de la libertad sexual y de la vida propia y de los demás, y nociones de riesgo y cuidado ha sido uno de los tantos desafíos que trajo el confinamiento y cuyas derivas aún están en proceso”. La inclusión hace unas semanas de los vocablos por la Real Academia Española (RAE) en su diccionario como “coranabebé”, “covidivorcio”, “coronaboda” se vincula con las enfermedades como históricas producciones y productoras de regímenes sexuales. Las expectativas, los desafíos, las esperas, las irritaciones, los (des)encuentros de esa tensión entre sexualidad y política. Una dimensión de la intimidad, casi del pudor, de lo que queda por fuera del cálculo, sobre todo ante la dinamización de las redes sociales (con su fantasía de que no haya nada que no pueda ser procesado en redes; del “uno a uno” del cortejo a la audiencia, ¿a quién se seduce cuando se seduce en masa?). 

Michel Foucault se refiere, en el ultimo tramo del curso sobre el discurso de la sexualidad, a las utopías sexuales y distingue entre las integradoras y las transgresoras. Una pregunta que desvela: ¿dónde está hoy la transgresión? No pareciera que en el sexo como si no hubiera pandemia; tampoco en la apelación a ideologías conservadoras. ¿Qué harías por el sexo esta misma tarde? No hay respuestas pero valga una intuición, lo que sea, exige compromiso. Lo que está en la punta de la lengua de una generación: la foto más erótica que circuló estos días es la de dos abuelos, sentados a distancia, de la mano, mientras esperan la vacuna. Una vez que se bailó tango, siempre bailarines. La frente al sol. 

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