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Alberto Fernández, cuando mostraba filminas con los números de la pandemia, en 2020.

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A James Walsh, embajador de Estados Unidos en Argentina que dejó el cargo días antes del recambio presidencial de mayo de 2003, le atribuían una sagaz definición del primer kirchnerismo: “Ordinary people doing extraordinary things” (“gente común haciendo cosas extraordinarias”). El juego de palabras, habitual del habla inglesa, encierra bastante bien la distancia que siente la diplomacia de Washington hacia todo lo que provenga del peronismo (jamás le dirían “ordinary”, por ejemplo, a Federico Sturzenegger o a Elisa Carrió) y la comprensión que demostró la política exterior de George W. Bush hacia el momento histórico de los Kirchner, a pesar de abismos ideológicos.

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La promesa básica con que los Fernández llegaron al Gobierno en 2019 no era grandilocuente: terminar con el festival financiero de amigos que signó al macrismo, recuperar el salario y abandonar la concepción de un país al que le sobraba la mitad de su población. Objetivos, si se quiere, razonables, pero ante la realidad socioeconómica y la deuda monumental que recibieron, una pulsión extraordinaria era, una vez más, indispensable para remontar la cuesta. Tres meses después del arribo del Frente de Todos, la pandemia arrasó con los pronósticos más pesimistas.

Hasta ahora no llegaron noticias de dotes extraordinarias del elenco gobernante. La estadística oficial indica que los salarios siguen perdiendo contra la inflación, que hay sectores con sus privilegios intactos y hasta potenciados, y que las consecuencias de la pandemia fueron, con sus más y sus menos, similares a las que sufrieron países de la región. Fernández lleva un año y 9 meses en la Casa Rosada, casi todos ellos bajo el agobio de la pandemia; tiempo prematuro para sacar conclusiones. Los años dirán si el tercer kirchnerismo fue capaz de cambiar el rumbo o si administró la continuidad del macrismo por otros medios.

En cambio, hay más certezas sobre episodios penosos que se volvieron frecuentes, como el de un Presidente que alude a un cliché ofensivo sobre el origen de argentinos, mexicanos y brasileños; funcionarios que se saltan la cola para vacunarse ellos y sus parejas, apenas un puñado, pero a quienes no sólo nadie les pide explicaciones sino que se los reivindica. La rendición de cuentas no parece ocupar lugar en la agenda presidencial. Y llegó la foto del cumpleaños de Fabiola Yáñez: venía más cantada que La Voz.

Torpeza

Una parte del oficialismo apela instintivamente a la queja de que la prensa que domina la escena pasa por alto pecados similares que tocan al macrismo y sus variantes. Es cierto. Horacio Rodríguez Larreta viaja en avión privado a un costo de un par de decenas de miles de dólares para pasar cuatro días en Buzios. “Lo pagó el hermano”, explican sus voceros de los medios y se acaba el tema. Lo mismo con la visita relámpago de Macri a su excolega paraguayo Horacio Cartes, un hombre cristalino, y ni hablar del oprobio de los visitadores Borinsky y Hornos.

La falta de pluralismo en los medios se puede abordar desde la política pública antes que con el grito soez en las redes sociales o el discurso autómata ante los propios que, en un juego de espejos, quedan impávidos ante los errores

El favor mediático mayoritario al antikirchnerismo será real, pero es éticamente inaceptable y una tontería política la queja por la cancha inclinada en el momento en que el arquero mete un gol en contra. Primero, porque nadie puede alegar a su favor su propia torpeza, y segundo, porque la disputa en democracia implica la promesa de ser mejor que el rival, no igual ni peor. La falta de pluralismo en los medios se puede abordar desde la política pública antes que con el grito soez en las redes sociales o el discurso autómata ante los propios que, en un juego de espejos, quedan impávidos ante los errores, dispuestos a justificar todo. El Gobierno de Fernández se olvida de lo primero e incurre en una retórica que, por sobreabundante, pierde fuerza.

Falta ejemplaridad ¿hay convicciones?

El incumplimiento, el acomodo o la avivada son bastante habituales entre los argentinos, y quienes habitan la Casa Rosada suelen ser argentinos. En su correcto pedido de disculpas en el acto de Olavarría, Alberto Fernández enmarcó al kirchnerismo con una cita nestorista que dialoga con aquélla del embajador Walsh: “hombres y mujeres comunes con responsabilidades importantes”. Dada la “normalidad” de los gobernantes, por supuesto que la resignación ante vulgaridades cotidianas no es una opción para nadie que tenga una mínima estima por el futuro del país.  

El problema mayor es que la falta de ejemplaridad convive con escasa densidad en la cúpula del Gobierno. La palabra de Fernández, lúcida durante la campaña de 2019, circula desgastada. Atrás quedaron citas erróneas en las filminas de la cuarentena estricta y una preferencia absurda por el intercambio con cuanto famoso se cruce por el timeline de Twitter. Los funcionarios que más hablan suelen repetir, a veces a desgano, frases sobre la igualdad y las virtudes de la intervención estatal. Otros apelan a una retórica esperanzada que bordea la sesión de autoayuda de los budistas que traía el macrismo. ¿Con quién discute ideas el Presidente? ¿Quién ejecuta la sintonía fina, por utilizar otro lema de impronta kirchnerista? ¿Alguien prevé escenarios, desafía convicciones, revisa capacidades? ¿Nadie alerta que no corresponde organizar un festín en Olivos en plena pandemia?

El Ejecutivo tiene voces con capacidad retórica y algunas convicciones encima. Hablan poco (Vilma Ibarra, Cecilia Todesca) o están acotados a su área (Martín Guzmán, Carla Vizzotti). Por cuestiones tácticas, Cristina Fernández de Kirchner toma la palabra una vez por trimestre. Hay otros, no se trata de tomar lista. Hace un tiempo, Aníbal Fernández, con su chispa habitual, se dirigió al gabinete: “Pidan la pelota, hermano; ayuden al Presidente”. Como la piden poco, el presidente del Yacimiento Carbonífero Rio Turbio toma la palabra y derrapa.

Las pequeñeces de la condición humana generan una lógica irritación social, aunque podría ser efímera. Ocurre que cobran vuelo cuando entran en combinación con la mala praxis y cierta labilidad en el plano de las convicciones. Mientras esto ocurre, los peores fantasmas aguardan agazapados a la vuelta de la esquina.

SL

 

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