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Entre el amor y el acoso, Dalma, Gianinna y Claudia protagonizaron el pedido de “Justicia por D10S” en el Obelisco

Claudia, Dalma y Gianinna, en la marcha

Julieta Roffo

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Lo común, lo frecuente, es pedir eso que los creyentes definen como Justicia divina. Que sea Dios -en la forma que corresponda, según quién lo convoque- el que ponga las cosas en su lugar. Lo que ocurre es que en la vida de Diego Armando Maradona las cosas no fueron comunes. Su existencia post-mórtem, tampoco. Por eso este miércoles en el Obelisco el pedido es otro: “Justicia para D10S”.

Un paso adelante de sus dos hijas, Claudia Villafañe encabeza la caminata que, por Cerrito, se acerca a la Plaza de la República. Una de cada lado, Dalma y Gianinna Maradona sostienen la misma bandera que su mamá: “Condena social y judicial para los culpables. Justicia por D10S”. Las rodean algunas amigas, las escolta, en segunda fila, Claudio “Turco” García, y las blinda un grupo de custodios corpulentos. Algunos tienen un barbijo que dice Tech Security, otros, una remera en la que se lee “CustoD10S”. Es 10 de marzo, que en la era de las convocatorias virtuales se escribe 10M, una evidente alusión al Diez. Parte del autopercibido pueblo maradoniano espera en la plaza, donde ellas habían avisado que iban a estar a través de sus redes sociales.

“Estamos con ustedes”, ruge un hombre, que agita una bandera de Boca con un brazo y a la gente que lo rodea con el otro. “Dale, loco, vamos a bancar a las nenas y a la Claudia, estamos con ustedes, Claudia, estamos con ustedes”. Paga 100 pesos por una lata de cerveza y sigue: “Morla, sos un hijo puta, un hijo de puta, lo mataste vos, hijo de puta”. En el ranking de entorno insultado, el abogado de Diego y dueño de una parte de la marca Maradona, cotiza más que nadie. Debajo suyo, sigue Víctor Stinfale: “Stinfale botón, Stinfale botón, sos un hijo de puta, la puta madre que lo parió”. El neurocirujano Leopoldo Luque, que se presentaba como el médico a cargo de la atención de Maradona, también es parte del cancionero: “Luque, compadre, la concha de tu madre”.

Dura diez minutos o menos la presencia de Claudia, Dalma y Gianinna en la plaza: las cámaras de televisión y las de los fotógrafos, los micrófonos, las centenas de personas que se empujan para estar (un poco, apenas) más cerca de ellas las encierran mientras en la plaza siguen los gritos: “Aguanten, Claudia, Dalma, Giani, aguanten”, dice un varón al que le cuelga un bombo de Deportivo Riestra. Es una declaración de amor y compañía y también un retrato del transcurso de la vida de esas tres mujeres. Entre el amor y el acoso, y apenas el ejército privado que las acordona abre un pasillo a empujones, Villafañe y sus hijas salen de la plaza.

Las corren hombres con camisetas de Boca, de Independiente, de Argentinos Juniors, de Argentina modelos 86, 90 y 94, del Nápoli, de Racing, de Newell's, de San Lorenzo, de Juventud Antoniana de Salta y de Sarmiento de Junín. “No las vamos a dejar solas”, les gritan diez o veinte veces por cuadra. Andrés Caldarelli, el marido de Dalma, ya no camina tres o cuatro filas detrás de su esposa, su cuñada y su suegra como al llegar a la plaza. Con un barbijo y una gorra de Boca y la vista clavada en el suelo, la conduce de la mano por donde más o menos hay espacio para pasar. Hasta todas ellas, Caldarelli y algunos amigos -Sergio Goycochea, por ejemplo- entran a la cochera del Hotel Presidente, ni los micrófonos, ni las cámaras, ni los fanáticos que corren y gritan las dejan solas.

Por el medio de la 9 de Julio avanza con bombos y trompetas La Banda Monstruo, barra del club Almirante Brown, de Isidro Casanova. Llegaron con banderas que dicen “Me equivoqué y pagué”, “Me cortaron las piernas” y “La tenés adentro”. La bandera más grande de esta tarde dice “Familia Maradona, La Matanza aguanta”. Algunos integrantes de La Banda Monstruo se ocupan de abrir el paso no sólo a la bandera sino a Verónica Ojeda, que camina con Dieguito Fernando y con su pareja, el abogado Mario Baudry, ex jefe de Gabinete del Ministerio de Seguridad bonaerense que conduce Sergio Berni.

“¿Por qué gritan?”, le pregunta el hijo menor de Maradona a Ojeda, que le habla al oído. La exmujer de Mardona, su hijo y Baudry llegan lo más cerca del Obelisco que se puede, rodeados por la multitud convocada por Dalma y Gianinna y por el cordón de custodia y ruido que trajeron hasta esta marcha.

Una mujer vende a 800 pesos un vaso de metal con la figura de Maradona tallada: es ese Diego que pica en un contragolpe a Alemania en la final de México 86, con los dos pies en el aire y la pelota cerca de una de sus rodillas. Un hombre grita “Morla nos la vas a pagar” como si no le importara dejar la garganta en eso: tiene una remera en la que Maradona también grita. Un gol de Argentinos. Es una foto mucho menos conocida que la del contragolpe y una comprobación de que el archivo maradoniano, como el de Los Beatles, siempre tiene algo nuevo para dar.

“Llevate tu recuerdo del día que viniste a exigir justicia por Diego”, invita una mujer. A 100 pesos, vende un pañuelo celeste y blanco con el número 10 y el dibujo de Maradona en plena corrida para festejar su segundo gol a los ingleses. Los bombos y las trompetas no paran. Se parece a antes de la pandemia, cuando Maradona estaba vivo y se podía ir a la cancha.

JR

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