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Fantasmas en Nueva York, los demonios de Martha Argerich

Martha Argerich en una escena del documental "Bloody Daughter"

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Pero tomé tu piel, quedé imantado a eso/como los bosques imantan el silencio. Abismo - Illya Kuryaki & The Valderramas

No sé bien cuál fue mi idea o por qué agarré para ese lado. Tal vez la sensación de derrota anticipada, la puerta contra la cara apenas pispié el precio de las pocas entradas disponibles que sabía que iban a exceder por lejos mi presupuesto; las ganas de diluir una ansiedad sin tener que atravesarla del todo. Cuando se anunció que por estos días iba a volver a la Argentina la pianista Martha Argerich (va a dar una serie de conciertos en el Teatro Colón del 12 al 20 de agosto: su regreso triunfal al país y a esa sala lírica) decidí que iba a verla en acción, pero desde mi casa. Mal de muchos, etcétera. Entonces volví al documental Bloody Daughter, dirigido por su hija Stéphanie Argerich, y mágicamente completo en YouTube.

La verdad es que lo recordaba muy salteado. O, peor, me acordaba más de lo que se había dicho de la película y de la propia Argerich como una supuesta madre malísima. Apenas un cóctel de escenas: el supuesto escándalo de ver a una de las mayores y más elusivas figuras de la música clásica del mundo en piyama, una leyenda endemoniada porque siente que no da más, escondida del mundo mientras toma café envuelta en las sábanas de una cama de hotel o escapándose del sanatorio apenas conoce a su nieto recién nacido para atender un llamado telefónico. Una madre en fuga, de gira permanente, una mujer que estira hasta el último momento para tener un rato de calma en un andén mientras que la hija la espera arriba del vagón pensando que la va a dejar sola (entonces la directora, hija de y madre también, nos regala la imagen: la maternidad también es subirse a un tren en movimiento, ahí, con lo justo, en el aliento final).

El repaso, sin embargo, me dejó con algo más que la idea de una villana cruel que varios contribuyeron a armar –Argerich incluida– en ese rompecabezas de cotillón que es siempre el mundo de las entrevistas, las controversias de los medios, las redes, los debates sin ton ni son. Algunas escenas, vistas una vez más, sonaron de otra manera ahora y se quedaron conmigo.

Una es la evidente, y de algún modo la que abre la película: Stéphanie, en ese momento embarazada, le pregunta a su madre cómo era tocar el piano con ella en el vientre, si había algo especial, si en ese momento sintió que ejecutaba el instrumento de un modo distinto. La respuesta que llega de inmediato es la primera de una saga de agujeros (a lo largo de todo el documental vamos a ver a la artista dando vueltas, con dudas o sin respuestas concretas): Argerich esboza una explicación, dice que su estilo de tocar siempre implicó un modo agresivo y que embarazada lo empezó a hacer de una manera más lenta. Mientras lo va diciendo da la impresión de que se está por quedar sin palabras, entonces apela a los dedos: dice que tocar para ella era “como la escritura, así” mientras inclina las manos hacia un costado; y que apenas quedó embarazada pasó a tocar “así”, mientras las endereza y ubica ahora de manera vertical.

Después, llega un sablazo (alguna vez anotamos por acá que las madres son expertas en eso): “Con vos en el vientre hice mi disco de Ravel, Gaspard de la Nuit. Creo que estaba de seis meses. Es uno de los discos más populares de mi discografía y cuando lo recibí casi lloro. Dije: ‘Suena como algo de un ama de casa embarazada, no es ni remotamente sugestivo, ni siquiera tenía un poquito, no sé, de eso demoníaco que yo espero en una pieza’”.

A partir de ese momento, la película va a ir por el lado de los fragmentos que, puestos al costado del camino como carteles de neón, parecieran querer decirnos: “Madre no hay una sola”. De hecho aparecen las otras hijas de la pianista, se revela que una de ellas pasó buena parte de sus primeros días de vida en un orfanato porque ni Argerich ni su padre, también músico, podían cuidarla entonces; Stéphanie cuenta que su madre le daba “17 besos en el pie izquierdo” para saludarla cuando era chiquita; otra señala que Argerich prefería que que se quedaran en su casa y no fueran a la escuela; las tres hermanas y la madre pasan un día tiradas en el pasto y una de ellas le pinta los dedos de los pies; todas, de alguna manera, la van acompañando a recitales o presentaciones y son testigos de lo que provoca la artista arriba cualquier escenario del mundo. 

Hacia el final, Martha Argerich, otra vez tirada en un sillón, hace un último intento por decir. O, mejor, por pronunciar. La vimos por más de una hora y media ante la cámara y los ojos de Stéphanie en conciertos, en las calles, en la cama. La mujer que nunca habla y eligió borrar su propia lengua materna para comunicarse con sus hijas en francés; esa que muestra muy poco de sí misma se esfuerza por darle algo más. Una forma del arrojo, un último acto de generosidad posible desde el sigilo, un abismo.

“Entre nosotras, por ejemplo, nunca hubo una relación muy verbal porque eso no es lo nuestro. No hablábamos mucho. Incluso ahora nos cuesta hablar. Lo nuestro está en otro lado, ¡pero no sé dónde!”, dice entre risas y después la reta porque Stéphanie, fuera de plano, empieza a bostezar. Sabe que, aunque sin palabras ni tiempos precisos, el diálogo entre madres e hijas es siempre un diálogo infinito. Pianista sin más muestra que toda intimidad está ahí, en las manos y en los pies, en ese roce que es pura superficie, en la piel que imanta con su propia música, le deja un hueco al silencio y protege del ruido.

Empieza una nueva edición de Mil lianas. Hay madres, charlas eternas y, seguramente, muchísimas palabras de más.

1. Cauterio, de Lucía Lijtmaer. Vale la pena arrancar con la definición del término cauterio para aquellos que, como yo, no estén familiarizados con los términos médicos. Un cauterio puede ser el instrumento quirúrgico que sirve para la cauterización de tejidos, que se suele hacer mediante la aplicación de calor elevado en una determinada zona, y cauterio también se llama a un “remedio enérgico y eficaz que ataja o corrige un mal social”, según detalla el Diccionario de la Real Academia Española.

Cauterio, la última novela de la escritora Lucía Lijtmaer (Anagrama, 2022), alterna las historias de dos mujeres que, pese a vivir sus vidas en tiempos muy distantes entre sí, tienen mucho en común. Una lo hace entre Barcelona y Madrid en un tiempo más o menos contemporáneo, se podría decir que cerca de 2014 por algunos acontecimientos políticos que narra: es joven, la vemos sufrir porque su novio la dejó, se ve obligada a una especie de destierro de una ciudad que adora. La otra es Deborah Moody, una británica terrateniente del 1600, que también se tiene que mudar y huye de su país natal para afincarse en los Estados Unidos, más precisamente en Salem.

Con capítulos breves que se van alternando y una prosa filosísima, la autora consigue algo muy difícil para este tipo de narraciones que cruzan tiempos y personajes: la tensión se mantiene a lo largo de todo el relato, mientras aporta capas de lucidez e ironía para contar los vaivenes de dos mujeres que necesitan recomponerse después de una serie de avatares que las ponen en tensión y las dañan.

El cauterio del título aparece entonces de manera doble: como instrumento (una de ellas lo recibe de manos de una curandera) y como el remedio simbólico para un mal que aqueja: a veces es necesaria la acción extrema del fuego, que en los dos casos cobrará la forma de una venganza corrosiva. Cauterio es una novela cautivante, ágil, que no van a largar fácilmente.

Lucía Lijtmaer nació en 1977 en Buenos Aires y creció en Barcelona. Es escritora y crítica cultural. Por acá les dejo una entrevista que le hizo nuestra colega española Mónica Zas Marcos a propósito de la salida de Cauterio en España, a comienzos de 2022.

La novela Cauterio, de Lucía Lijtmaer, salió por Anagrama.

2. Deforme semanal ideal total. Esto podría venir como una coda, como un pequeño anexo de lo anterior. Es que quedé tan enganchada después de leer Cauterio que fui a buscar otras cosas de su autora. Hasta que encontré el podcast que la mismísima Lucía Lijtmaer conduce con la guionista y humorista Isabel Calderón y, después de escuchar varios episodios, me quedé con la sensación de que este comentario necesitaba su propio espacio.

Deforme semanal ideal total es un podcast ahora quincenal de conversación entre dos amigas, podría decirse. Confieso de antemano: los que implican apenas una charla no son en general los podcasts que más me enganchan. Quizá porque me remiten a un tipo de radio que se hizo en otra época, quizá porque prefiero que este formato, tan lleno de posibilidades, tan vasto, me ofrezca otra cosa.

Sin embargo, Deforme semanal tiene una cantidad de pequeños momentos, de escenas, de frescura que, la verdad, permite un camino de distensión y también de reflexión, acompañados por mucha risa en esa charla que propone.

La premisa es sencilla: durante alrededor de una hora, las dos conductoras hablan de algún tema vinculado con el amor, el sexo, las relaciones entre las personas, la vida de las mujeres hoy, las ciudades, la cultura o la salud mental. Para hacerlo comparten miradas, canciones, lecturas, anécdotas, por lo que cada envío no es simplemente el devenir caótico de dos amigas hablando, sino que hay una producción, una idea firme detrás. Una base que, en todo caso, se abre, se va metiendo o bifurcando a partir de lo repentino, pero también de lo que previamente las dos conductoras pensaron sobre los tópicos.

Con tres temporadas al aire, Deforme semanal se convirtió desde 2020 en uno de los podcasts más populares de España y recibió algunos premios, entre los que se cuentan el célebre Ondas. Convertido en un fenómeno y adorado por el público, el programa, además, suele tener su versión en vivo, con presentaciones en salas teatrales y espacios culturales españoles, para las que se agotan los tickets apenas se anuncian las fechas.

El podcast Deforme semanal ideal total, de Radio Primavera Sound, se puede escuchar por aquí.

3. Para que sepan que vinimos de Marina Yuszczuk. Una novela de fantasmas en Nueva York. O algo así apuntamos por acá, cuando armé una lista de libros alrededor del duelo que se podían conseguir en la FED (ahora que la feria terminó –y fue un éxito– también vale para quienes tengan ganas de ir a buscar alguno de ellos en las librerías). Y, ojo, lo hacíamos con una aclaración o paraguas abierto: de alguna manera, todos los libros podrían pensarse como un recorrido hacia algún tipo de pérdida, como una forma de encarar algo que falta o de desentrañar algún agujero.

Fernanda, la protagonista de Para que sepan que vinimos, de Marina Yuszczuk (Blatt & Ríos, 2022), atraviesa un duelo por la muerte de su madre, que acaba de morir (el relato irá desplegando algunas escenas de ese cuerpo que sufre una enfermedad cruel). Entonces decide encarar un viaje a Nueva York con su pareja y Rosa, su pequeña hija.

Un camino posible, para un proyecto imposible: los protagonistas discuten, tienen algunas peleas, no terminan de entenderse en medio de una violencia contenida que pareciera que va a estallar en cualquier momento. Así, a lo largo del tránsito por esa ciudad de las películas, de los libros y de las series, se irán sucediendo distintos episodios que inquietarán a Fernanda hasta enfrentarla con zonas oscuras, con miedos y sombras más o menos tangibles alrededor de su maternidad, de sus recuerdos y de sus propios límites.

Blatt & Ríos también publicó los libros anteriores de esta autora. Entre ellos, se destaca La sed, una novela en clave gótica, que en 2021 obtuvo el Premio Nacional Sara Gallardo otorgado por el Ministerio de Cultura de la Nación.

La novela Para que sepan que vinimos, de Marina Yuszczuk, acaba de salir por la editorial independiente Blatt & Ríos.

Banda sonora. Ya hablamos de Caetano Veloso por acá, con cariño y una admiración profunda. Ahí también comentamos algo sobre las fiestas ajenas, aunque ahora pienso que con un artista popular como él nunca puede haber festejo exclusivo, cerrado o para pocos. De hecho en estos días cumplió 80 años y decidió celebrarlo con un show, rodeado de sus amigos y de su familia, que se pudo disfrutar en vivo y también por streaming.

Así que para festejar desde acá también, sumé varias de sus canciones a nuestra lista compartida. Hay de él solista, de él con David Byrne en ese disco hermoso que registraron en el Carnegie Hall de Nueva York; de él con su amigo Gilberto Gil haciendo uno de esos temas que me hacen mover aunque no quiera, de él interpretando a los Beatles.

También les dejo otra de sus presentaciones memorables: cuando festejó Navidad con su público hace unos años.

¡Hasta la próxima!

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AL

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