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Atletismo

El rugbier y velocista de 21 años que despabiló al atletismo argentino

El rugbier y velocista Franco Florio

Andrés Burgo

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Así como en este país hay cosas que corren rapidísimo, por ejemplo la inflación, los velocistas argentinos nunca pertenecieron a la elite del atletismo mundial. Existen un puñado de factores, desde biotipos físicos -aplicables al resto de la región- hasta falta de financiación y peleas dirigenciales. Un joven de Villa del Parque que este domingo cumple 21 años, Franco Florio, irrumpió en los últimos meses como un rayo en el desierto: en su notable evolución y confianza, quiere ser el primer argentino en cubrir los 100 metros en menos de 10 segundos, una barrera que ningún sudamericano rompió en la historia.

Lo doblemente peculiar es que la mayor promesa del atletismo argentino alternaba dos deportes hasta hace un año y medio. El rugby (su amor original, en el que llegó a jugar para Los Pumas en la modalidad de Seven) y las pruebas de velocidad, una disciplina a la que recién se sumó de adolescente, cuando tenía 15 años. Siempre en los 100 metros, Florio consiguió en diciembre de 2020 la tercera mejor marca argentina de todos los tiempos: 10 segundos con 24 centésimas. Los especialistas creen que tarde o temprano se quedará con el récord: los sprinters alcanzan la madurez a los 25 o 26 años. Aunque no participará en los Juegos Olímpicos de Tokio 2021 (clasifican los primeros 56 del último año y hasta la semana pasada estaba 69), los especialistas le auguran un futuro promisorio.

Este sábado, en la jornada inaugural del Sudamericano de Guayaquil, Florio quedó por debajo de sus expectativas. Terminó la final en el quinto puesto con un tiempo inferior a sus antecedentes, 10’49’4820’’. Que no se haya subido al podio, en realidad, forma parte del escenario argentino de las últimas décadas. Los velocistas no ganan los 100 metros de un Sudamericano desde que Gerardo Bonoff lo consiguiera en 1947. La última medalla de bronce fue en 1997, con Carlos Gats. Pero, aunque haya sido por menos de una centésima, Florio también quedó por detrás de otro argentino, el mendocino Nahuel Pinti, de 20 años, que marcó 10’49’’4804’’ y se sumó como un nuevo nombre a tener en cuenta. El podio quedó para dos brasileños y un guyano, con tiempos entre 10’10’’ y 10’35’’. Es posible que a Florio lo haya perjudicado haber corrido después de varios días estresantes tras el conflicto dirigencial que antecedió al viaje a Ecuador.

El chico que desafía a los récords y a un deporte con poca competencia interna todavía es amateur: no recibió ninguna beca del Ente Nacional de Alto Rendimiento (ENARD). Su participación, como la de muchos otros argentinos que participan en el Sudamericano de Guayaquil que terminará este lunes, estuvo en duda hasta pocos días antes. El influencer solidario Santiago Maratea consiguió alquilar un avión. La atleta que expuso el conflicto en las redes, Florencia Lamboglia, también se clasificó para la final de los 100 metros.

Aunque seguramente este domingo se sienta amargado tras su quinto puesto, Florio ya pertenece al selecto grupo de deportistas de alta competencia que pueden destacarse en más de una disciplina, como Martín Terán (rugby y fútbol), Oscar Furlong (básquet y tenis), Carlos Menditeguy (automovilismo y polo) y Vicente Pernía (fútbol y automovilismo). Hijo de una odontóloga, Silvina (56), y de un encargado de un taller mecánico, Santiago (61), Florio comenzó a jugar al rugby a los 5 años para imitar a su hermano mayor, Pablo, que jugaba en Belgrano Athletic, uno de los clubes más cercanos a la casa familiar de Villa del Parque. Con la velocidad como diferencial, Franco empezó a destacarse como wing en el formato tradicional, de 15 jugadores, y más tarde se especializó en la modalidad de seven. En el atletismo arrancó a los 15 años.

-Es curiosa la historia -dice Natalia, una de los cinco hermanos, periodista especializada en deportes, de Tiempo Argentino-. En 2007, Pablo se entusiasmó con el tercer puesto de Los Pumas en el Mundial y empezó en el rugby. Y en 2016, Franco, también mirando por televisión los Juegos Olímpicos de Río, se impresionó con Usain Bolt y me escribió un whatsapp, ‘quiero probar en 100 metros, ¿conocés dónde?’. Entonces me contacté con Gabriel Antonelli, un amigo que trabaja en prensa de la Secretaría de Deportes.

-Uno de los periodistas de la Secretaría me dijo ‘una amiga tiene un hermano muy rápido’ -reconstruye Javier Morillas, entrenador de la selección y especialista en velocidad-. Como me lo pedía un compañero, le respondí que viniera y decidimos tomarle una prueba de 80 metros, pero le aclaré: ‘Si tardás tanto, no sos rápido; si tardás esto, sos rápido; si tardás menos de eso, sos muy rápido’. El tema es que tardó mucho mucho menos de lo que considerábamos muy rápido. Para confirmar, le propuse a Matías Robledo, campeón argentino, que corrieran juntos. Y confirmamos que tenía muchas condiciones.

Durante tres años, Florio alternó entrenamientos y competiciones de los dos deportes. Sus ídolos estaban definidos por la celeridad: el jamaiquino Bolt, el hombre más rápido de todos los tiempos, y el sudafricano Bryan Habana, uno de los rugbiers más veloces, también wing. La progresión fue notoria en ambas disciplinas pero llamó especialmente la atención en el atletismo porque era un novato. Sin técnicas pulidas, pero con el don de un cuerpo nacido para correr, le alcanzaba para superar a jóvenes que practicaban hacía años. Ya al año siguiente, en agosto de 2017, marcó 10’83’’ y se consagró campeón argentino de 100 metros en la categoría menores de 18 años, pero a la vez no descuidaba al rugby: en noviembre de 2018 ganó el sudamericano de Seven con Los Pumitas, también en M18.

Su 2019 fue espléndido, siempre a dos puntas. En marzo debutó para Los Pumas 7s, la selección argentina de Seven, y le marcó un try a Samoa en Las Vegas, en el circuito mundial, con la naturalidad de un corresponsal de guerra. En abril se consagró campeón argentino con una marca superadora, de 10’60’’, en Concepción del Uruguay. En octubre consiguió el récord argentino de 100 metros en menores de 20, con 10’51’’, en Rosario. Y en noviembre ganó con su club, Belgrano, el Seven de mayores de la Unión de Rugby de Buenos Aires (URBA): el goleador de la final ante Alumni, con dos tries anotados, fue Franco, quien entonces se consideraba un deportista de alto rendimiento: “a veces rugbier y otras velocista”.

Hasta que al año siguiente, como a muchos, la pandemia le cambió la vida. Menos de dos meses después, en febrero de 2020, Florio participó en el Sudamericano Indoor de mayores, en Bolivia, y terminó tercero en los 60 metros. Advirtió que tenía potencialidad fuera de Argentina. “Competía dando ventaja porque hasta dos semanas atrás había hecho la pretemporada de rugby con la selección y con Belgrano. Eran jornadas de correr seis kilómetros por día, algo que no sirve para los 100 metros”, comprendió.

-Al principio era muy inexperto -recuerda Morillas, que fue el entrenador personal de Florio hasta hace dos meses, cuando fue reemplazado por José Pignataro-. Pero de a poco aprendió a desplazarse. Cualquiera puede imaginar que una carrera de 100 metros es largar y llegar, pero no es así. Durante aquel tiempo además había que trabajar su cansancio y los golpes que arrastraba del rugby.

En marzo de 2020 llegó el aislamiento obligatorio y el rugby entró en un paréntesis que lleva un año y medio: el último torneo en Buenos Aires fue aquel seven de noviembre de 2019. Florio se concentró en el atletismo, el único deporte al que podía dedicarse. En pleno encierro, siguió entrenándose en el jardín de su casa, en la que vive con sus padres, y de tantas pasadas surcó el césped. Luego salió a correr por la calle y quedó en medio de uno de los contrapuntos más curiosos que marcó el coronavirus, aquel miramiento contra los runners: un automovilista lo increpó. Finalmente volvió al Cenard y descubrió que con el cuerpo más ordenado y menos golpeado, ya sin el rugby, llegaría descansado a los competencias atléticas. En el regreso a las pistas, a fines de 2020, terminó de explotar. En el evaluativo inicial, en noviembre en Buenos Aires, marcó el récord argentino de los 100 metros, con 10’21’’, aunque el excesivo viento a favor impidió la homologación de la marca. Al mes siguiente, en diciembre de 2020, rompió los pronósticos en el Nacional de Rosario: marcó 10’24’’, la tercera marca argentina de todos los tiempos, apenas una centésima de los 10’23’’ que Gats y Gabriel Simón comparten desde 1998 y 1999, respectivamente. De paso se quedó con el récord argentino para menores de 23. 

“Hasta entonces mi mejor marca era de 10’51’’, pero yo creía que iba a bajar los 10’30’’ -dijo Florio hace 10 días, antes de viajar a Guayaquil, en el programa Era por Abajo, de Radio Ciudad-. Tengo mucho respeto por los récords pero, si me preguntas a cuánto quiero llegar, no estoy pensando en 10’22’’, 10’05’’ o 10’ clavados. Quiero correr debajo de los 10 segundos, porque además sería romper el récord sudamericano, que lo tiene un brasileño (Robson da Silva marcó 10 segundos en 1988).

El atletismo argentino le quedó angosto a Florio, y él lo sabe y lo dice. Por un lado, apunta a la falta de competencia deportiva en una región del mundo que está muy lejos de los sprinters caribeños o estadounidenses: “No hay demasiado nivel. Si salís mal del taco, ganás igual, y entonces falta motivación”. Pero además, y no menos importante, el atletismo nacional sufre una falta de apoyo endógena. Florio hizo todo su recorrido sin haber recibido ninguna beca de las políticas deportivas del país: su deseo de ser el hombre más rápido del país fue, hasta ahora, solventado por sus padres.

El Sudamericano de Ecuador es determinante para muchos atletas por un triple motivo: aunque solo algunos se juegan su última chance para clasificar a Tokio 2021, el resto lo necesita para sumar puntos para la clasificación a los próximos torneos internacionales (los Mundiales a cielo abierto de Oregón, 2022, y bajo techo de Nankín, China, en 2023) y, acaso lo esencial, para conseguir el apoyo económico del ENARD, que les garantiza una beca a los atletas que consigan un podio sudamericano. El viaje de la delegación argentina quedó en peligro cuando el ENARD, dirigido por Gerardo Werthein, a su vez presidente del Comité Olímpico Argentino (COA), informó diez días antes que no tenía el dinero para pagar el traslado. Ante el desentendimiento de la Confederación Argentina de Atletismo (CADA), y en medio de un áspero conflicto público entre el COA y la Secretaria de Deportes (que le pedía al ENARD que se hiciera cargo de lo que había prometido), los deportistas, desesperados, decidieron recurrir a Maratea. Recién así, entre ellos Florio, pudieron viajar.

Consultado sobre si los atletas tienen la posibilidad de ser escuchados por los dirigentes deportivos, en especial los de atletismo, Florio respondió en Era Por Abajo: “No, no lo hay, y no la va a haber. Si en estos días me quería ganar el odio de todos y la capacidad de que tomen represalias, ya lo hice. Estamos trabajando hace cinco meses a pulmón para que alguien venga y diga ‘no vas a poder ir’. Es pelearla todo el tiempo”.

Este miércoles por la noche, horas antes de viajar en la madrugada del jueves a Guayaquil tras la solución conseguida de apuro por el influencer, Florio se disculpó de hablar con elDiarioAr: “Quedé estresado y en estos dos días quiero concentrarme únicamente en la carrera”.

En medio de los vaivenes emocionales de las últimas horas, Florio dio a entender que ya tomó dos decisiones: que seguirá su carrera deportiva como velocista, y no como rugbier, y que irá a entrenarse al exterior. “Acá no se puede, no confío más, el atletismo es planificación -dijo-. Me llegaron ofertas de universidades de Estados Unidos y seguramente vaya el año que viene. Allá hay infraestructura y nivel para competir: una final universitaria tiene el nivel de una semifinal olímpica”.

-Franco es tan veloz porque tiene contracciones nerviosas muy rápidas y es muy fuerte físicamente -responde Morillas. Ya es el mejor velocista del país, está bien en el ranking sudamericano y tiene mucho por vivir. es muy joven.

AB

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