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Opinión

Traverso, el piloto de carreras que ganaba a la hora del almuerzo

Juan Maria Traverso, el día que anunció de su retiro del automovilismo.

Gabriel Tuñez

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El Flaco Traverso almorzaba todos los domingos en casa con mi mamá, mi papá y mi hermano. El televisor a un costado de la mesa, cualquier carrera de Turismo Carretera o TC 2000 de fondo y los cuatro mirando asombrados, entre bocado y bocado, cómo manejaba hasta el límite los autos que veíamos en la calle: la coupé Chevrolet, el Renault Fuego, algún Ford Falcon. Parafraseando aquella frase de Jorge Valdano (“el fútbol es un deporte en el que juegan 11 contra 11 y en el que siempre gana Alemania”), se podría decir que, durante por lo menos tres décadas, el automovilismo argentino fue el deporte en el que corrían decenas de pilotos a lo largo y ancho del país y siempre ganaba Traverso. Con la Renault Fuego en llamas y la ventanilla abierta para no asfixiarse con el humo en General Roca, Río Negro; o con el mismo auto, con una goma en llanta, sobrepasando al segundo en la última curva del autódromo de bonaerense Pigüé. “¡Qué piloto!”, explota el relator de esa carrera conteniéndose para no decir otra cosa más subida de tono ese mediodía, mientras en un departamento de Almagro se enfriaban las papas al horno porque llevábamos minutos hipnotizados, con la boca abierta y vacía, por ese piloto que apenas le bajaron la bandera a cuadros dejó el auto a un costado y se bajó exhausto por el esfuerzo. Las hazañas de Traverso llevaban a uno por todo el país: Balcarce, Salta, Trelew, Posadas, Olavarría, Paraná, Río Cuarto, 9 de Julio.

El Flaco había nacido el 28 de diciembre de 1950 en la ciudad bonaerense de Ramallo, al norte de la provincia de Buenos Aires. A los 18 años, pese a la negativa de su padre, decidió aceptar la invitación para manejar un Torino Liebre 1 ½ (naranja, con el número 71, el auspicio de Valle de Oro en la trompa y el nombre “Ramallo” en la parte superior del parabrisas). Tres años después, en octubre de 1971, debutó en Turismo Carretera, la máxima categoría del automovilismo argentino, en Pergamino; ese día largó último. Un año después, ganó su primera carrera, en 25 de Mayo, a bordo del mismo Torino al que se había subido la primera vez. Aquel fue el comienzo de todo. A partir de ahí, en 35 años de rectas y curvas, acelerador a fondo y choques, alegrías y peleas, ganó 16 campeonatos y 155 de las 774 carreras en las que participó en siete categorías distintas. A los 28 años, después de correr una temporada en la Fórmula 2 europea, estuvo muy cerca de ser piloto de Fórmula 1. Inclusive llegó a manejar en una prueba un auto del equipo Brabham, en el que competía el austríaco Niki Lauda, tres veces campeón mundial. Pero todo el dinero que tenía destinado para aquella máxima aventura lo tuvo que dedicar para salvar financieramente a la empresa que tenía su padre.

 Esas y otras historias se contaban en la mesa del domingo mientras Traverso pasaba en una curva al “Loco” Luis Rubén Di Palma, acelaraba a fondo en la recta mano a mano con Roberto Mouras o golpeaba con su auto al “Pato” Juan Manuel Silva para llegar primero y subir a lo más alto del podio en San Juan. Por sus hazañas -y también por su vehemencia, enojos e insultos -para con sus rivales, su propio equipo mecánico o los dirigentes-, Traverso hoy sería un piloto “viral” en las redes sociales y seguramente, al escuchar ese término, se reiría con un cigarrillo entre los dedos tras al bajarse de un auto deshecho por sus propias manos después de una carrera.

 Hay una imagen que me emociona: en General Roca, después de ganar con el auto prendido fuego durante más de dos vueltas, Traverso se baja rápido, afloja los brazos y mueve la cabeza en una señal de agotamiento extremo.Comienza a caminar sobre el césped de la banquina en sentido contrario a los otros vehículos que siguen pasando a más de 100 kilómetros de velocidad. Como un solitario peregrino a un costado de la ruta, pero con el casco puesto. De una tribuna cercana los espectadores empiezan a saltar hacia la pista, se le abalanzan y lo suben a sus hombros. Aplauden, lo tocan, le gritan lo que se le grita a un ídolo. Acaso a un sobreviviente, un superhéroe que termina de dar todo por ellos. Así lo llevan hasta el podio. Era un mediodía de 1988. No recuerdo qué almorzamos esa vez, pero sí todo lo demás. Con la muerte de Traverso, ocurrida ayer a los 73 años, se va un piloto de otro tiempo y también otro destello de mi infancia. Quedará, por supuesto, su leyenda.

DM

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