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Coronavirus El impacto de las nuevas restricciones
“Me quedan 2.000 pesos en el bolsillo”: los golpeados por la segunda ola económica

Bariloche se quedó sin viajes de egresados.

Luego de un breve lapso de tiempo en el que la pandemia dio cierto respiro y les permitió a muchas personas retomar su actividad, una nueva ola de contagios volvió a golpear el país, especialmente en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA). Este viernes, el Gobierno tomó medidas que obligaron a replegar el movimiento nuevamente y que impactarán con especial intensidad en aquellos trabajadores y trabajadoras que todavía no habían logrado levantar la cabeza. 

Además de suspender las clases presenciales hasta el 30 de abril, el decreto 241/21 dispuso el cierre de shoppings y de las actividades deportivas, recreativas, sociales, culturales y religiosas en lugares cerrados. Restringió el aforo y el horario de los locales comerciales, incluidos bares y restaurantes, hasta las 19 e impuso la restricción para circular entre las 20 y las 6 de la mañana. 

Pero una semana antes ya habían comenzado a aplicarse otras restricciones, que afectaban a la gastronomía y la cultura y que directamente prohibía los viajes grupales (incluidos los de egresados, estudios y jubilados) y los casinos y bingos. Desde un guitarrista que por primera vez en más de 20 años no puede vivir de los escenarios a la odisea del dueño de un bar que iba a inaugurarse en marzo de 2020 y hoy lleva más tiempo cerrado que abierto. Historias de los contagiados de la segunda ola económica.

Manuel Navarro, guitarrista: “Uno se ajusta para vivir con lo que hay”

Manuel Navarro es guitarrista y, hasta el inicio de la pandemia, gran parte de sus ingresos provenían de tocar en vivo con sus dos bandas o acompañando a otros artistas. Eso lo complementaba con clases particulares de guitarra, la única actividad que le quedó en pie una vez dispuestas las restricciones para evitar la expansión de los contagios, aunque perdió gran parte del alumnado en la transición al formato virtual. Hace más de 20 años que vive de la música y, sin embargo, en los últimos meses Navarro tuvo que sumar también trabajos de pintura, albañilería y limpieza para “acomodarse” a la nueva situación.

“Diría que estoy viviendo con un tercio de mis ingresos habituales y he tenido meses como enero y febrero, en los que mucha gente aprovechó el levantamiento de las restricciones para irse de vacaciones, de un cuarto”, contó a elDiarioAR desde su casa en Burzaco. 

Entre una ola y la otra, Navarro pudo tocar en vivo apenas tres veces. Una en el patio de una casa particular en Quilmes y las otras dos en un bar de San Telmo, con aforo reducido al 30%. “En esas presentaciones recuperé un poquito, pero ahora con las nuevas restricciones los pocos eventos que estaban planificados se suspenden”, señaló. “Uno se ajusta para vivir con lo que hay”.

El artista explicó que la mayoría de quienes se dedican a la música suelen tocar en teatros o grandes espacios sólo en fechas puntuales como el lanzamiento de un disco. “La mayoría de las presentaciones suelen ser en lugares más chicos, como bares o peñas en el caso del folklore, que van de la mano con la gastronomía”, apuntó. Así, los cierres dispuestos a partir de las 19 para los comercios y la consecuente suspensión de la actividad nocturna en bares y restaurantes dio por tierra con la incipiente recuperación de la actividad cultural. 

Sobre las clases de música, Navarro aseguró que perdió a casi la mitad de su alumnado. “Yo tenía todas mis clases presenciales y, sobre todo con la gente más grande, cantábamos juntos, armábamos un repertorio, los acompañaba. No es lo mismo la clase virtual”, señaló. Si bien el nuevo formato le permitió sumar algunos alumnos del interior e incluso uno de Nueva Zelanda, aseguró que eso no alcanzó a compensar las pérdidas. Pudo confirmarlo de primera mano: en tiempos de dificultad económica, las actividades culturales y recreativas son las primeras que se recortan. 

Joan Lorences, dueño del bar The Hum: “Abrí un solo día y volví a cerrar”

Joan Lorences y su socio, Jonathan Hirch, llevaban dos años planificando la idea de abrir un bar juntos cuando finalmente encontraron el local perfecto y lo alquilaron por diez años. Era diciembre de 2019. Una semana antes de inaugurarlo, se decretó la emergencia sanitaria en la Argentina y el plan se postergó. Durante meses se dedicaron a terminar todos los trabajos pendientes ellos mismos para abaratar costos y demoraron la contratación de empleados. Además, negociaron con el propietario del local para reducir el alquiler a un cuarto hasta tanto se regularice la situación. 

Finalmente, nueve meses después contrataron un cocinero y abrieron el local. Era diciembre de 2020 y la situación parecía estar más controlada. De todos modos, sólo recibieron a clientes en las mesas de la vereda y parte del salón principal. “Yo tengo un bar de 130 metros cuadrados, grande, y si tengo que cumplir el protocolo al pie de la letra sólo puedo dejar entrar seis personas”, explicó Lorences. Los dos tienen otros trabajos: Lorences es licenciado en Gestión de Políticas Públicas y trabaja en el Ministerio de Ciencia y Tecnología y Hirch es psicoanalista y atiende en su consultorio. “El bar no sacamos dinero ni para sustentarlo. Al revés, sacamos constantemente de nuestro fondo de inversión para poder mantenerlo en pie”, contó.  

Para Lorences, al negocio de la gastronomía hay que evaluarlo en base a dónde está ubicado el local. “No es lo mismo estar en un polo gastronómico que en un lugar de salidas nocturnas como nosotros, que estamos rodeados de boliches y bares”, dijo. Por este motivo la nueva restricción horaria no lo afecta especialmente; ya los había impactado de lleno la primera anticipación del horario de cierre, dispuesto para las 23 en la Ciudad.  

The Hum, que tiene un espíritu de pub inglés, estuvo abierto apenas cuatro meses. A fines de marzo el cocinero se contagió de Covid-19 y cerraron para aislarse y cumplir con el protocolo. Volvieron a abrir el miércoles pasado, horas antes de que el Gobierno Nacional decidiera el nuevo cierre. “Abrí un solo día y volví a cerrar”, contó. Ya desde el jueves el local, que abre a las 17, trabaja sólo con delivery mediante Pedidos Ya y Rappi. 

“En esta situación todos estamos de acuerdo con las restricciones, sabemos que lo que está pasando es terrible y que somos de alguna manera un foco de contagio. Con lo que no estamos de acuerdo es con que no nos den una mano a nivel económico. La ayuda monetaria que se le daba a los negocios a mí no me la dieron porque abrí en pandemia, así que el sueldo del chef lo pagué yo completo. Además, nosotros tenemos que cumplir con todos los impuestos al pie de la letra, como si estuviéramos en una situación normal. Ni una condonación, ni una prórroga”, se quejó. 

Verónica Barattini, guía de viajes de egresados: “Me quedan 2.000 pesos en el bolsillo”

Verónica Barattini, guía de turismo de egresados de 50 años, perdió hace un mes a su marido por secuelas que le dejó el Covid-19. Ella también tuvo coronavirus en diciembre y sigue sin gusto y olfato. Vive en Bariloche y hace una semana también se quedó sin trabajo, cuando se prohibieron los viajes grupales.

El año pasado afrontó la cuarentena de marzo a julio con ahorros que había logrado juntar en 2019. Cuando se le acabaron, comenzó a tomar deudas. Cuando se dio cuenta de que no iba a poder devolverlas, se organizó con su esposo, un ex combatiente de Malvinas que había perdido el trabajo en una empresa de alquiler de autos, y se pusieron a hacer sándwiches de milanesas y tartas para venderlas en talleres mecánicos, distribuidoras, mayoristas, marmoleras y madereras de su barrio. Claro que el efecto de la caída del turismo también se notaba en los empleados de esos rubros a la hora de gastar en sus almuerzos.

El 12 de enero, Verónica logró volver a guiar a un contingente de egresados de Córdoba. Ella hace excursiones al cerro Catedral y al Circuito Chico. Les gustan los adolescentes: “Si uno los trata bien, ellos te tratan bien. No hay que ponerse en profesor de historia. Igual, los chicos de hoy son más receptivos que en los 90, cuando empecé, e incluso están más receptivos que antes de la pandemia”.

Pero el trabajo le duró tres semanas. A principios de febrero arribó un contingente con hisopados truchos y debió guardarse por dos semanas. Comenzó a guiar a grupos de turistas y también hubo casos. Volvió a los viajes de egresados, pero a los 15 días, el 9 de abril, se volvieron a prohibir. “Ahora se habla de que volveríamos a laburar en julio, si es que todo sale bien”, advirtió.

“Yo no tuve la visión de que iba a venir una segunda ola y entonces pagué lo que debía”, comentó Verónica. “Ahora no tengo espaldas, lo más probable es que vuelva a ser vendedora ambulante de comida. No estoy de ánimo porque enviudé, pero no tengo otra. A mí me quedan $2.000 en el bolsillo. Me tienen que pagar la última plata de los estudiantes y la usaré para hacer milanesas, pan casero y tartas de verdura. Estamos peor que nunca. En 2011 tuvimos la catástrofe de las cenizas y no hubo vuelos, pero veníamos de temporadas muy buenas y nos fue más fácil sortear eso. Ahora, en cambio, nos agarró la pandemia después de dos años en los que se había reducido mucho el consumo. Y 2021 nos agarra casi sin nada, con un Bariloche casi desplumado. Les dan subsidios a la municipalidad y a las empresas, pero no llegan a los empleados.”

Su hijo, de 23 años, fue despedido el pasado lunes de la heladería donde trabajaba. A su hija, moza de 24, le pasó lo mismo en una pizzería en marzo último.

Gerardo Ruggiero, empleado de un bingo: “Otra vez economía de guerra: dar de baja el cable y el seguro del auto”

Gerardo Ruggiero tiene 38 años y trabaja en el Bingo Golden Jack de Quilmes. Pese a que más de uno repite en los medios y las redes sociales la frase de que en 2020 las escuelas estaban cerradas mientras los casinos permanecían abiertos, lo cierto es que Gerardo estuvo sin ir al bingo por diez meses. Este año reabrió, pero no el salón sino las máquinas tragamonedas, con la mitad del aforo normal y la mitad del personal. Hasta que hace una semana cerró todo. Durante los tres meses en que pudo trabajar, recibía a los clientes, los acompañaba hasta las máquinas, les ofrecía alcohol en gel y les daba cambio.

“Estamos muy complicados. Esta película ya la vimos: el año pasado cerramos por 15 días, pero estuvimos diez meses sin trabajar, cobrando el 75% del salario”, recordó Gerardo. Pero en 2020 había Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP), que subsidiaba los salarios hasta $ 33.000. Ahora el plan de Reconversión Productiva (Repro) II sólo contempla $18.000. Sin aumentos de sueldo pese a la inflación, el Sindicato de Trabajadores de Juegos de Azar reclama que en abril se pague el 100%, sin descuentos. Pero las empresas reciben menos subvención. “Y este año no sabemos si las empresas van a tener las espaldas para pagar después de casi un año sin funcionar”, alertó el empleado.

“No puede ser otra vez la discusión salud o economía”, reclamó Gerardo. “Tienen que ser ambas. Nosotros podemos trabajar con protocolos, incluso controlamos más que en un supermercado y cambiamos los sistemas de ventilación”, sostuvo. Es que teme que, sin actividad y con el Repro II, su empleador afronte dificultades para abonar el 100% de la remuneración.

“Los alumnos pueden seguir educándose con Zoom, pero del casino depende la economía de nuestras familias”, argumentó el vendedor del bingo de Quilmes. “Las cuentas siguen venciendo a fin de mes, se acumulan. Tengo dos hijos, de 18 y 20 años, que están con sus microempendimientos... Hay que pagar el alquiler. Otra vez entramos en economía de guerra: dar de baja el cable, el teléfono de los chicos y el seguro del auto, que si no trabajo, no lo uso. Estábamos por salir del pozo, empezábamos a pagar deudas y otra vez lo mismo. La situación es desesperante porque no hay certeza. Esto va para largo, por eso pedimos que nos permitan trabajar, que reduzcan el aforo, pero nos permitan trabajar.”

AR DT

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