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Otra vez las dos Argentinas: cae la venta del pequeño comercio, pero se mantiene la de los supermercados

Un maxikiosco en Lobos, provincia de Buenos Aires.

Alejandro Rebossio

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“Hay dos Argentinas: una que consume y otra que le cuesta llegar a fin de mes”, describía en mayo Luis Pagani, el dueño de la mayor empresa de alimentos del país, Arcor. Ese mes y por primera vez en un año las ventas de los comercios minoristas relevadas por la Cámara Argentina de la Mediana Empresa (CAME) registraban una caída, del 3,4%. La anterior baja correspondía a mayo de 2021, cuando descendieron 7% por la segunda ola del Covid-19. Ahora, en julio último, retrocedieron por segunda vez en el año un 3,5%, en coincidencia con el salto inflacionario que se desató tras la renuncia de Martín Guzmán al Ministerio de Economía el sábado 2 de julio. Pero en las grandes cadenas de supermercados, las ventas continuaron firmes, según diversas fuentes del sector. A diferencia de los pequeños almacenes, los más importantes súper tienen mayor poder de negociación de precios con sus proveedores, ofrecen parcialmente, con algunos faltantes, el plan Precios Cuidados y además concentran la clientela de mayor poder adquisitivo, que ante episodios de incertidumbre puede sobrestockearse para anticiparse a remarcaciones o profecías finalmente incumplidas de desabastecimiento.

En CAME, que preside el chaqueño Alfredo González, atribuyen la merma de julio al repunte de la inflación, las expectativas negativas de corto plazo y los problemas de provisión por ausencia de precios o por faltantes ante el desconcierto económico general, incluida la escasez de divisas para importar. En el medio saltaron por los aires los tipos de cambio paralelos, a los que recurren empresas e individuos para atesorar o para comprar mercadería del exterior ante la falta de dólares en el mercado oficial. Los rubros del pequeño comercio en los que cayeron más las ventas fueron los de indumentaria (-12,7%) y alimentos y bebidas (-6,2%), lo que demuestra que una parte de la población dejó de comprar lo esencial para vivir.

En CAME temen que la inflación continúe alta en agosto y siga repercutiendo en el consumo. La mayor inflación en décadas amenaza con una recesión a la recuperación pospandemia, como sucede en el resto del mundo, aunque aquí a la guerra de Ucrania se le sumaron condimentos locales. La consultora LCG, que dirige Guido Lorenzo, contabilizó un alza del 8,3% del precio de la comida en julio y del 2,1% en la primera semana de agosto, mientras que en el resto de la economía global comienzan a calmarse los precios del rubro.

“El domingo 3 de julio, cuando estábamos con la incertidumbre de quién sería el nuevo ministro de Economía y con el pronóstico de que el dólar iba a estallar al día siguiente, todo lo que es productos de limpieza e higiene personal aumentó un 13% y los alimentos, 10%”, cuenta el presidente de la Federación de Almaceneros de la Provincia de Buenos Aires (FABA), Fernando Savore. “Decían que iba a faltar papel higiénico, café, azúcar. A la semana siguiente fui al mayorista y encontré todo, sólo faltaban algunas marcas. Pero habían subido el precio. El otro cambio en el mayorista era que, a diferencia de otros lunes, que tengo hacer una cola de una hora para pagar porque mis colegas reponen la mercadería vendida el fin de semana, ese lunes 11 de julio parecía un desierto. Y mi camioneta tampoco estaba tapada de mercadería. Porque la gente retrajo su consumo. Es lógico. Todos los días les están quitando la plata a la gente. Hoy aumentó el 10% el café, la semana pasada 10% la gaseosa más consumida. Es inevitable que se caigan las ventas”, relata este lunes Savore, dueño del almacén Chiche en Morón.

“La economía está retraída y el mal de los males es la inflación”, opina el vicepresidente segundo de CAME y líder de la Federación de Comercio e Industria de la Ciudad de Buenos Aires (Fecoba), Fabián Castillo. En la Unión Kioskeros de la República Argentina (UKRA), el vicepresidente segundo, Ernesto Acuña, apunta a la disparidad del consumo según la zona: “Tenés zonas donde se mantienen las ventas y otras, más complicadas. En la capital las ventas no cayeron. De hecho, yo estoy en Villa Urquiza y en julio, el mes de más locura de precios, fue el que más vendí después de muchos años. La gente, ante los aumentos, compra el doble. Los porteños vamos al revés. En cambio, en algunos barrios del conurbano llevan varios meses de caída y en el interior caen un poco. Una diferencia es que en la capital los kioscos se aggiornaron y ofrecen tabaquería, que tiene más rentabilidad, y en el Gran Buenos Aires y el interior son también despensas y sufren porque los supermercados los matan con Precios Cuidados y ofertas”.

En una de las grandes cadenas de súper reconocen que allí “el consumo no se enfrió nada” y comentan que tampoco les fue mal a sus competidores pequeños de las provincias turísticas ante las exitosas vacaciones de invierno. Otra fuente del sector supermercadista, que supone un tercio del consumo masivo del país, comenta que el traslado de nuevas listas de precios de los proveedores fue menor que en los almacenes “y ese diferencial hizo que no se sintiera retracción en las ventas”. “Además, las expectativas de posibles desabastecimientos hicieron que también se incrementaran las compras de ciertas categorías. Es un fenómeno típico de momentos de recalentamiento inflacionario: la gente ahorra llenando la alacena”, completa el informante de las grandes superficies.

AR/MG

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