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Opinión
Amamos a Simone, dejémosla en paz

Simone Biles en los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020.

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¿Qué no se ha dicho estos días acerca de esta brillante atleta afroamericana, su dura infancia, el abuso sexual del que fue víctima, su enorme talento “a pesar de” (sic) su baja estatura, su desempeño en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro de 2016, y sobre todo, sus últimas decisiones en Tokio 2021?  

Se ha dicho casi todo, y un poco más. 

Es conocida la avidez de los medios de comunicación por todo aquello que atraiga “clicks” y agite el algoritmo, y las narrativas épicas casi siempre lo consiguen. Por añadidura, la pandemia viene con sequía de gloria y nos encuentra a todos y todas, consumidores, en plena abstinencia. 

Simone Biles renuncia al oro por su salud mental, se nos dice. “Medalla de oro en salud mental”, sería un título con gancho. O mejor: “Si la salud mental fuera una disciplina olímpica, Simone habría ganado la medalla de oro”. 

Es noticia, también, el caso de dos atletas de salto en alto que deciden compartir la medalla de oro en lugar de hacer un último intento por separado, que les hubiese dado exclusividad; el corredor español que empuja con cariño a un colega keniata, momentáneamente desorientado, para que llegue primero a la meta “porque igual iba a llegar antes él,  y lo merecía”; la atleta brasileña que gana una medalla de oro “teniendo una madre que trabajaba de empleada doméstica” (nuevamente: sic).

Reconozco que cada uno de estos relatos tiene su emoción, pero… ¿realmente necesitamos estos ejemplos para descubrir la nobleza humana? ¿O hay algo de sobreactuación en esta especie de nuevo deporte que es armar podios morales en los Juegos Olímpicos?

¿Realmente necesitamos estos ejemplos para descubrir la nobleza humana? ¿O hay algo de sobreactuación en esta especie de nuevo deporte que es armar podios morales en los Juegos Olímpicos?

Una nadadora argentina decide bajarse de las redes sociales, angustiada por la catarata de críticas y mensajes de odio. “La gente es muy cruel, y por más que los  ignore quiero cuidar mi salud mental por sobre todas las cosas”. Y borró sus cuentas.

Lo nuevo no es la solidaridad ni las decisiones valientes. Tampoco esa mezcla irrespetuosa (cito al tango) entre biblia y calefón, que por un lado confunde atletas olímpicos con dioses y por el otro lado los castiga de modo implacable por no parecerse a los que habitan en el Olimpo. Que construye campeones morales allí donde no hay ni más ni menos que humanidad, y luego los destruye con misiles de odio por no mostrar esa perfección que solo puede exigirse en un mundo muy pero muy equivocado, un mundo que asedia al sujeto con lo que podríamos llamar el  insoportable peso de todo aquello que no encaja.

Lo nuevo, lo llamativo, es la apelación a la salud mental hecha por los propios protagonistas. “Tomo esta decisión para cuidar mi salud mental”. “Mi salud mental está primero; la competencia viene después”. Esto sí es novedoso, y merece toda nuestra atención como fenómeno comunicacional. El sintagma “salud mental”, además, queda multiplicado por miles de millones gracias a las propias redes sociales y los medios electrónicos.

“El deporte es salud”, nos enseñan. ¿El deporte es salud? 

Depende.

Si el deporte se transforma en negocio y el deportista en mercancía, si el sponsor es el que pone la música que hay que bailar y si la competencia es a matar o morir, porque lo único que vale es ser el mejor, entonces no. No es salud. En este caso, y en cualquiera que se le parezca, en el cual el sujeto se sienta abrumado, arrinconado, forzado a ser lo que no se es, la  mejor decisión es decir “no”. 

En este caso, y en cualquiera que se le parezca, en el cual el sujeto se sienta abrumado, arrinconado, forzado a ser lo que no se es, la mejor decisión es decir “no”.

Si el deporte es juego, es equipo,  si es compartir alegrías y tristezas, si es acompañamiento, si es posible el sentido del humor, si la creatividad es bienvenida y perder es una de las eventualidades posibles, entonces, tal vez, el deporte pueda contribuir a la salud. Física y mental, que en el fondo son una y la misma cosa.

Celebro que empecemos a hablar de nuestra salud mental. Hablar de salud mental es hablar, también, de qué valores se sostienen desde nuestra compleja, despiadada y a la vez maravillosa cultura contemporánea. Hablar de salud mental es también hablar de Salud Pública, brazo sanitario de la equidad social.

Seamos humanos y permitamos a nuestros deportistas la humana imperfección. Dejemos de pedirles todo.

Vaya desde esta modesta columna mi solidaridad con todos y todas las atletas que juegan su deporte con el corazón, que sueñan, y que comprenden que parte de ese juego consiste en cuidar su propio jardín interior, es decir, su capacidad de sentir amor por sí mismos y por los demás.

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