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PANORAMA DE LAS AMÉRICAS

Biden al sur, la diplomacia de las vacunas de México a Paraguay

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Para el culto de la personalidad bien entendido, un buen silencio vale más que mil palabras. Los trumpistas le reprocharon a la CNN que no difundiera imágenes de Joe Biden cuando una semana atrás se tropezaba y se caía tres veces al subir la escalera del Air Force 1. El video se volvió viral en las redes: nunca nadie había pensado que un video cuyo único protagonista fuera el más anciano presidente de historia de EEUU se volviera viral, nunca más cierta la queja derechista de que lo que ellos quieren ver lo censuran en los grandes medios. Las tres caídas consecutivas provocaron a la administración demócrata heridas más lacerantes que China, Rusia y México juntos.  Kate Bedingfield, directora de Comunicaciones de la Casa Blanca, explicó que esa era una mañana muy ventosa. A partir de ahora, EEUU, y en especial los demócratas, saben que los servicios de CNN y otros voceros serán cada vez más necesarios, y por lo tanto en verdad cada vez menos auténticamente serviciales. La salud presidencial ya es un tema que se desliza al primer plano de la atención pública. Con 78 años, si Biden no fuera político profesional, sino empleado estatal, estaría jubilado desde 2008. Con el trabajo más difícil del mundo, al fin de 2021 llegará más o menos incólume -su estado físico es bueno, sólo tiene un aneurisma en el cerebro detectado en los 80s, cuando otro se rompió-. Pero lo esperan 2022, 2023, 2024.

El jueves fue la primera conferencia de prensa de Biden: 64 días después de asumir, ningún presidente había tardado tanto en presentarse cara a cara a los medios. En la conferencia de Biden, por protocolo anti-COVID, se permitieron sólo 40 periodistas y apenas 4 que no hubieran suscrito la candidatura demócrata en las últimas elecciones. Donald Trump se movía con gusto y satisfacción locuaces de animador de la televisión chatarra dispuesto a todo para mejorar su rating cuando enfrentaba recintos llenos de pared a pared de periodistas enemigos. El equipo de Biden estaba inquieto por verlo ante una sala donde sólo hubiera aliados. Las preguntas se presentaban por anticipado, el público las pudo leer en los diarios el mismo jueves: sólo faltaban las respuestas.

Algunas preguntas eran adulaciones, pero a las otras Biden parecía no haberlas oído antes. En algo estaba de acuerdo esa armonía preestablecida con el cuarto poder: los republicanos eran “unos enfermos, unos enfermos”, como los definió el presidente que había hecho campaña con la unidad. La mayor crisis que enfrenta Biden está en su frontera sur. Allí donde pensaba que sería recibido como las tropas aliadas que en la Segunda Guerra Mundial liberaban los campos de concentración, abrió nuevos campos de refugiados para la ola de migrantes centroamericana, construyó nuevos refugios para encerrarlos hacinados, e inició un ciclo más violento de represión, clasificación, deportación. En la conferencia de prensa explicó que todo cuanto de desagradable (e imprevisto por él) estaba ocurriendo era el resultado de las políticas migratorias enfermas de Donald Trump, cuya severidad impedía los actuales desbordes, y que lo obligaron a adoptar medidas más humanitarias, que hacían inevitables los desbordes.

Un día antes del episodio en el avión, Biden había llamado en público a su vice Kamala Harris “Presidenta Harris”. Hay que decir que la transcripción oficial del discurso no maquilló el error, y dejó “President Harris”. En la conferencia de prensa, Biden anunció que esperaba poder presentarse como candidato presidencial demócrata en las elecciones de 2024, nuevamente con ´President Harris’ como vice en la fórmula. ¿Qué hizo Harris en 64 días? No mucho, pero el lunes fue su turno para la gaffe. Un periodista le preguntó si pensaba viajar a la Frontera Sur, y ella se rió y respondió: “¡Por ahora no!”. La situación de los menores enjaulados no es graciosa, y el equipo de control de daños de la Casa Blanca advirtió que también debía ocuparse de la vicepresidenta. Tres días después, Biden había delegado en Harris la dirección y coordinación de los esfuerzos del Ejecutivo para resolver la crisis migratoria.

La primera acción de Biden como presidente había sido firmar el decreto que ponía fin a la construcción del muro con México. El gesto y la prioridad sólo gustaron a los demócratas, y dejó mayormente frío al presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador y al pueblo mexicano. De quienes necesita ahora, como Trump, para que sean la barrera previa y eficaz que detenga antes de la frontera sur a las caravanas de migrantes que marchan desde Centroamérica. Al mismo tiempo que la ‘quiet diplomacy’ de la Secretaría de Estado busca un acuerdo elegante en esta cuestión estratégica pero a todas luces inelegante, porque presupone que México ejerza violencias represivas de las que la administración demócrata quiere abstenerse, se puso en movimiento la ‘vaccine diplomacy’, la donación y entrega de vacunas contra el coronavirus.

Al sur del sur

En el otro extremo del hemisferio occidental, en el Cono Sur, ninguna nación ha sido tan aliada de EEUU como Paraguay, ninguna tan necesitada hoy de vacunas. Pero tan poco necesitada de diplomacia, para un gobierno y un partido cuya amistad y lealtad inquebrantables tiene asegurada desde tres cuartos de siglo. Paraguay podría observar cómo las vacunas van no a los países fieles, sino a aquellos cuya fidelidad se busca comprometer en corto, urgente plazo. El sistema sanitario paraguayo está al borde del colapso, la población hace fila y espera sentada que se liberen camas de terapia intensiva. Circulan las cepas brasileñas P1 Manaos y P2 Río. El miércoles se llegó a la cifra récord de medio centenar de muertes, en un país de 9 millones de habitantes, demográficamente joven, que había atravesado la primera hora de la pandemia con relativa solvencia. Desde hace 15 días se vienen aplicando los criterios bioéticos para las ocupaciones de las camas de la Unidad de Terapia Intensiva (UTI), edad del paciente y las posibilidades de recuperación del mismo.  El presidente colorado Mario Abdo Benítez “está listo -nos escribe desde Asunción Jorge Zárate-. Hay que ver cuánto lo aguantan, la Embajada (de EEUU), el ex presidente y líder partidario Horacio Cartes, y los patrones locales que son los que lo sostienen. Lo que es difícil es la sucesión. Los colorados quieren hacerlo durar hasta el 15 de agosto porque si se va después de esa fecha ya no tienen que llamar a elecciones para reemplazarlo, que es lo que prevé la Constitución Nacional.”  

Además, crecen sospechas de corrupción detrás de la demora para que lleguen vacunas. “Todos repudian ahora el clientelismo estatal  -es Montserrat Álvarez quien nos lo dice desde Asunción-, que ya generaba descontento en unas clases medias crecientemente precarizadas, porque, en la grave crisis sanitaria y social desatada por la pandemia, sus efectos suponen un peligro real de muerte para capas muy amplias de la población dada la insuficiencia del sistema de salud. Ahora todos hablan de ‘hartazgo’, señalan la composición etaria de los manifestantes, mayoritariamente jóvenes. Esa composición etaria se explica porque el actual ‘hartazgo’ empezó a crecer cuando amplios sectores de jóvenes de clase media que aspiraban a mejorar su estatus socioeconómico o que tenían ya ciertos privilegios de origen descubrieron que no podían mejorar ese estatus o vieron erosionarse esos privilegios -cuando los que esperaban tener más que sus padres, o lo mismo, perdieron movilidad social ascendente o se toparon con que, dentro de todo, a sus padres les había ido mejor-.”

“Las clases medias que protestan ahora no protestan por los pobres, sino porque no quieren engrosar sus filas -hoy, cuando de pronto la posibilidad de compartir su feo destino ya no parece tan remota. Mientras este mismo sistema privó de atención médica y salud a los más pobres, las clases medias no protestaron como ahora. No hubo hashtags en Twitter para incendiar nada mientras los que no podían ir al médico y morían cada día -como es normal desde hace décadas- eran los que venden chicle en los semáforos, los limpiavidrios, las yuyeras, los barrenderos, los colectiveros, las quinieleras, los mecánicos, las empleadas domésticas, los que reponen mercaderías en los supermercados, las trabajadoras sexuales, los cocineros del mercadito, los albañiles, los canillitas, los vidrieros, los que cargan bultos en el abasto, los crackeros de la Chaca”. El domingo, en el suplemento de Cultura del ABC Color que ella edita, Álvarez se extiende a lo largo de su artículo “El hartazgo de los pobres”. En Paraguay, como en Bolivia, como antes en Brasil, a la juventud urbana de clase media toca el doble protagonismo de los contagios masivos y de una protesta antisistema que la misma pandemia en parte satisface al segar a los plausibles candidatos a gerontócratas y a las clases etarias pasivas, liberando algunos lugares políticos y onerosos recursos del  Estado.

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