Estaciones de subte con nombre doble: ¿homenaje o confusión?
A falta de nuevas estaciones, el subte porteño suma nombres. No terminamos de aprender que la estación Independencia ahora también se llama “Santa Mama Antula”, que nos desayunamos con que una legisladora libertaria quiere que Juan Manuel de Rosas-Villa Urquiza reemplace su primer nombre por Monroe.
Hay dos motivos para el cambio: uno funcional y otro en honor a un presidente estadounidense, a tono con la fascinación del mileísmo por el país del norte y con la manía reciente de usar el subte para homenajes.
Pero, antes de seguir leyendo, llamemos a cada cosa –justamente– por su nombre. La toponimia es el conjunto de denominaciones de lugar de un país o de una región, y también la disciplina que estudia su origen. En las estaciones de subte, los topónimos suelen aludir a su vez a otros nombres, los de referencias geográficas cercanas como calles, avenidas o edificios emblemáticos.
Ese es el espíritu original de la nomenclatura subterránea porteña, ya que bajo tierra lo que termina de ubicarnos es un nombre. Por eso mismo debe ser breve, informativo y carente de ambigüedad. El principal fin de un topónimo en transporte es orientar, no conmemorar.
Ya lo decía el Decreto-Ordenanza 4.748 de 1963, derogado: “Se simplificará al máximo la designación de los lugares públicos, usando el mínimo de palabras compatibles con el reconocimiento de la persona, hecho, etc., que se trata de honrar”. En otras palabras, en toponimia menos es más.
Ese espíritu orientador se ve incluso en el correlato subterráneo de lo que pasa en superficie. El ejemplo clásico es Canning: cuando esa avenida mutó a Scalabrini Ortiz en 1974, también abandonó aquel nombre en las actuales estaciones Malabia y Scalabrini Ortiz de las líneas B y D respectivamente.
También se cambiaron nombres para evitar repeticiones que derivaran en confusiones, como Medrano por Castro Barros en la línea A y Florida por Catedral en la D. Lamentablemente, no se actuó en sentido contrario cuando era necesario: no se unificaron las denominaciones de las estaciones de combinación como sí se hizo en el resto de las redes de subte del mundo.
Este criterio original de concisión y claridad se abandonó en las últimas décadas cuando empezó a usarse el subte como homenaje. Como si su rol fuera el de monumento y no el de medio de transporte, sus estaciones comenzaron a acopiar nombres gracias a proyectos de legisladores que probablemente no lo usen seguido. Y aquí nadie critica la justicia del tributo ni su aporte a la memoria en el espacio público, sino el hecho de hacerlo a través de una doble denominación.
Así se llegó a convivencias tan sorprendentes y extensas como Malabia-Osvaldo Pugliese (línea B), Independencia-Santa Mama Antula (E) y Once-30 de Diciembre (H), que podría entenderse en principio como una combinación de dos fechas, inédita en el mundo.
A eso hay que agregarle nuevos cambios que, pese a un motivo funcional, suman nombres para aprender y mantienen el flagelo de las dobles denominaciones. El proyecto de la legisladora Sandra Rey (LLA) vuelve a modificar la designación de una de las cabeceras de la línea B, que en principio se llamó Villa Urquiza pero al que luego se le adhirió Juan Manuel de Rosas. Si se aprueba la propuesta, la estación pasaría a ser Monroe-Villa Urquiza.
Es un criterio con el que acuerdo porque prioriza una referencia geográfica. La avenida en superficie se llamó Rosas por poco tiempo. Mejor Monroe, que es su denominación actual. Pero hay dos peros.
Uno es que haya un segundo rebautismo, con todo lo que implica en términos de dinero para modificar cartelería y mapas, y en esfuerzo adicional de comprensión y lectura por parte de los usuarios.
El otro es que dos de las siete páginas del proyecto estén dedicadas a enaltecer al presidente estadounidense James Monroe, que “promovió un Estado lo menos intervencionista posible”, contra “la crítica de los populistas revisionistas contra la influencia real de la doctrina Monroe”, según el texto.
Mientras tanto, la estación Ministro Carranza de la línea D sigue homenajeando a quien habría intervenido en el atentado terrorista del 15 de abril de 1953 en Plaza de Mayo, que dejó entre cinco y siete muertos y más de 90 heridos.
El nuevo proyecto de ley de Rey se presenta apenas un mes después del rebautismo de Independencia de la línea E, que el 13 de marzo sumó el nombre de “Santa Mama Antula”. Se eligió esa estación porque está a pocos metros de la Santa Casa de Ejercicios Espirituales que ella fundó a fines del siglo XVIII, un dato que probablemente ninguno de los usuarios de la red podrá usar jamás de referencia.
“Más allá de lo justos que sean los homenajes, que se hagan en el subte siempre me pareció un disparate, porque sólo suman confusión”, se sincera el historiador Alberto Piñeiro cuando chequeo con él los cambios subterráneos de denominaciones. Ex miembro del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, lamenta que ya no se les pida asesoramiento en este tipo de modificaciones: “Antes entraban 30 expedientes de consulta por mes. Ya no”.
Este rebautismo subterráneo se hace ante nuestros ojos, sin que nuestro “no” valga de algo. Es un homenaje económico, porque cambiar la cartelería es más barato que levantar un monumento. Contraproducente, porque cada agregado desorienta. También, permanente: este tipo de modificaciones no se retrotraen, excepto para volver a sumar nombres, como es el caso de Villa Urquiza.
Lejos quedaron los tiempos en que la nomenclatura urbana buscaba claridad y concisión. Sin chance de vuelta atrás para los nombres ya intervenidos, aún guardo esperanzas de que alguien frene esta escalada y siga primando la denominación única en el resto de las estaciones, esa simpleza pensada para lo que debería ser el centro de la infraestructura de la ciudad: quienes viven en ella.
KN/DTC
0