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Opinión

El método Diego Genoud y el centro de Cristina Kirchner

Juan José Becerra Pura espuma rojo

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En El peronismo de Cristina, de Diego Genoud (2021, Siglo XXI), del mismo modo  en que “La esfera de Pascal”, de Borges, se van turnando diferentes variaciones de una misma metáfora sobre dios, el universo o la naturaleza. El centro de Cristina está en todas partes pero su circunferencia en ninguna. 

Con una prosa que encuentra su medida justa de inteligencia analítica, talento compositvo para reunir cabos sueltos, olfato de cazador y control de la ironía, Genoud inventa un idioma de acechanza que rompe las representaciones míticas del poder. Lo emplea con calma (insumo vital de su acceso al conocimiento), y con un insobornable principio ecuménico de justicia sobre la materia y los sujetos que trata, que no son justamente campos de algodones ni querubines de Rafael.

Si esa prosa se recorta como un blanco de oxígeno en la negrura generalizada de la discusión pública, donde arrecian los PNT de mercancías morales sin control bromatológico, los nidos de noticias falsas y los pronunciamientos hiperventilados, es porque Genoud ha renunciado al discurso, ese deporte que se practica con el dedo índice. Ha adaptado su sistema de información y argumentos a una velocidad mucho más baja que la de la histeria. 

A esto, que podemos llamar simplemente estilo, también podríamos animarnos a llamarlo posición enunciativa, por la que Genoud decide qué decir, cómo decirlo, cuándo y, sobre todo, a quiénes. No hay en todo el libro un solo guiño al poder. El poder en ninguna de sus variantes es su lector ideal. Más bien lo es un tipo de lector capaz de soportar las descripciones impuras de los hechos por encima de los grandes bloques que sostienen la división argentina. Es la impureza, la hibridez, el mestizaje muchas veces sorprendente del staff que teje la red del poder y calcula el radio de sus agujeros, el objeto que atrae a Genoud a cambio de negarse a la fascinación.

El peronismo de Cristina es un libro de órbitas que giran alrededor de Cristina. En el centro, como un fantasma de carne y hueso, ella es el núcleo de todo lo que se mueve en el escenario de la política argentina desde hace tantos años. 

Visto desde una de las hipótesis del libro, que describe una estructura de poder autóctono más o menos fijo (resistida por el peronismo que conecta con su base social, y servida por el peronismo blanco), Cristina sería el peronismo que queda. Porque otra de las revelaciones de Genoud es la que señala el arco, en el sentido de una deriva de personajes en un guión, que va del primer kirchnerismo a este punto de concentración de catástrofes en el que confluyen el río que trajo las ruinas de la economía de los CEOs y el asedio fúnebre del Covid-19.

Si hay algo que le ocurrió al peronismo de Cristina desde 2007 hasta hoy, del que cada cuenta del collar es detectada por Genoud, es que no se ha podido consolidar en una sola pieza. Sin renunciar a la poética de combate que lleva en la sangre, ese peronismo de Cristina ha encontrado su modalidad oriental. La Cristina ideológica, escultórica al nivel de una esfinge, ha sabido dialogar por abajo con las mareas más pragmáticas de la política. En el fondo, ¿hay algo más peronista que saber leer el idioma y las condiciones de la época?   

Desde una lectura dispuesta a recibir el mapeo que Genoud hace del poder, sea aquel en el que se exhiben sus actores o aquel otro en el que se escodcen o disfrazan, lo que vemos bajo el asombro de la paradoja es que es el peronismo el único factor de poder cambiante, por no decir mutante y hasta, a veces, reptante de la Argentina. Lo que libera campos de melancolía en las mentes acumulativas del empresariado que a Genoud le gusta agrupar bajo el nombre de “los dueños”. 

Dice Genoud: “El poder económico, los dueños con pretensión de incidir en el rumbo de la Argentina y los actores con capacidad de fuego llevan dos décadas amasando un sueño que no se concreta, tal y como ellos lo diseñan desde su gabinete en las sombras. Se trata de un peronismo dispuesto a ejecutar el programa de las elites desde la identidad del PJ, que combine la eficacia de las transformaciones exigidas con la representatividad popular, que no dude ni tiemble en la ejecución de un plan que obligue a nuevos sacrificios en la base social y despliegue desde arriba una pedagogía del ajuste pasible de  ser asimilada abajo. Que tenga el voto de las víctimas y el chip de los victimarios”. 

La frase es larga, pero la copié íntegra porque no tuve muchas experiencias de lectura en las que un fragmento de un libro diga tanto sobre su totalidad. Perla preciosa con apariencia editorialista, este párrafo de Genoud es en realidad una descripción minimalista de todos los niveles de un sistema que no cierra

Si Cristina mantiene a lo largo de los años algún tipo de invicto es el de no concretarle el sueño a los dueños. Esa conducta refractaria a la idea de la política como un deporte de mesa inane, que despunta periódicamente como memoria de las clases bajas y apagadas de la Argentina es, por la figura de la antonomasia, lo que puede ser identificado como “peronismo de Cristina”.

Entre asombroso y lúgubre, el paisaje del poder que nos revela Genoud no se corresponde casi en nada con el star system de figurones que despliegan sus sonetos morales en la esfera pública. Las menciones a los cuentos con los que la prensa industrial emite con obsesión sus monóxidos de superioridad no llaman su atención. Apenas si los alude como astillas de un bosque plantado en la oscuridad. Excepto en el caso del abogado fake Dalessio, porque quizás vea en la desintegración de su red aquello que pueda explicar la conducta de la supuesta  superioridad del lado de la sordidez. Pero lo que en realidad ve Genoud es otra película, hablada en el idioma concreto del silencio: la película de los hechos movidos por directores ocultos.   

Por debajo, por encima, a sus flancos o detrás del elenco de celebridades de la política, sean Cristina, Alberto, Massa, Macri, Carrió, Randazzo o Bergoglio, se mueve la fauna abisal del poder: Montoto, Sigman, Werthein, Midlin, Ezkenazi, Rocca, Marcfarlane, Magnetto, Eurnekian, Manzano. Magnates parasitarios del Estado bobo que intentan definir el rumbo de la Argentina giratoria apuntando los camiones de caudales hacia sus bodegas. ¿Qué otra cosa podría caber en sus cabecitas?  

Pero si hay algo que Ganoud es capaz de ver en la transparencia del submundo es el increíble repertorio de enlaces, alianzas y disputas en juego, la mayoría de ellas inconstantes, que nos dan la gran lección del libro: a la política, la riqueza, el poder y las trampas del poder la hacen los sujetos. 

Son todos ejemplares humanos bastante ordinarios. Un millonario progresista emplea a Stiusso, un ex revolucionario es un halcón del Likud, un empresario multirubro le compra una empresa a un presidente (y le vende otra a los amigos de otro), el jeque del ex diario Clarín codicia todos los negocios de la tecnología (triple play, alargues, luces de arbolito de Navidad: todo lo que se enchufe) mientras intenta reducir la política de un país a una actividad de segundones. Y de un juez ya muerto, sus  amigos de tiro insinúan que era de la CIA.

No hay lectura del poder sin secretos revelados del poder. Y La Argentina de Cristina es un catálogo de infidencias delicadas que destejen el poder, hilo por hilo, de su ceñido punto arroz. Pero lo que Genoud parece insinuar de algún modo, es que el poder es una variante de la aventura de vivir. ¿O la demostración de poder no es, en el fondo, la revelación del tipo de sujeto que lo ejerce?

Es una pregunta que vale también para la cuota de poder irrisoria que sueñan con ejercer los periodistas, a la que Diego Genoud es evidente que renunció desde la cuna. Lo habrán visto como invitado a Odisea, el programa televisivo de Carlos Pagni, el gran periodista del poder que navega en la senda de William Buckley (Jr), sin el vuelo de Bukcley (Jr). De un lado de la mesa Genoud; del otro, Pagni. En un momento de la charla que sostenían sobre El peronismo de Cristina, Genoud hizo uno de sus legendarios silencios y sonrío ante su anfitrión en un duelo de miradas.  Y yo, como humilde espectador, pensé (y se lo dije en secreto a mi sillón): “En este momento cada uno sabe, perfectamente, quién de los dos no es un periodista del poder”.

JJB

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