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Al final, no era tan así

Milei sostiene la tradición de la brújula del desarrollo rota: mira a Alemania, ignora a Indonesia

Planta de fundición de ferroníquel construida con inversiones chinas en Indonesia.

Agustín Fontenla

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Argentina va camino a cumplir 15 años con la brújula del desarrollo productivo rota. El presidente Milei asegura que marcará por fin el rumbo del crecimiento en base a su manual libertario. Sin embargo, en el horizonte de su confusa orientación ideológica figuran países como Alemania, cuyo poder empezó a agotarse mientras sucede exactamente lo contrario con las naciones de Oriente.

Los ejemplos más claros de ese cambio en el mapa del poder económico son China y la India, pero existen otros que aparecen apenas unos casilleros por detrás. Uno de ellos es el caso de Indonesia. La democracia más importante del sudeste asiático acaba de celebrar unas elecciones presidenciales en las que parece imponerse el actual ministro de Defensa, Prawobo Subiante, fiel representante de la gestión que lidera el presidente Joko Widowo. El modelo político no es asunto de debate en esta nota, aunque cabe decir que el gusto por los arranques autoritarios es algo que comparten Milei y el futuro presidente indonesio. 

En los diez años de su presidencia –dos mandatos continuados–, Widowo logró convertir a su país en una de las promesas más firmes del desarrollo en el siglo XXI. En el 2023, Indonesia fue el país del G20 cuya economía tuvo mayor crecimiento con la única excepción de China. En el mismo periodo, logró además desbancar a España como la economía número 15 del mundo, y según el Foro de Asia del Este, uno de los centros de estudio y análisis de la región más destacado, puede ser una de las cinco economías más poderosas del mundo en el 2045.

Uno de los motores centrales de la economía de Indonesia es la industria asociada al níquel, un mineral estratégico que se utiliza, entre otras cosas, para las baterías de los vehículos eléctricos. En el 2019, cuando promediaba la mitad de su presidencia, Widowo decidió prohibir la exportación primaria del níquel y se ocupó de sentar las bases de un mercado que promoviera la inversión extranjera aunque con un propósito: desarrollar una cadena de abastecimiento para la industria del automóvil eléctrico.

El objetivo se cumplió con creces. Obligadas a desarrollar las baterías en territorio indonesio, las más grandes refinerías y productoras de baterías del mundo debieron abrir centros de operaciones en Indonesia. Así es como en muy poco tiempo Ford, la compañía china BYD, Hyundai y Tsingshan Holdings, entre otras, invirtieron millones en el país liderado por Widowo. Según el Financial Times, la inversión extranjera marcó un récord en el 2023, con más de US$40.000 millones inyectados en la economía. En 2022 la inversión había crecido un 46% en relación al año anterior. Los medios se preguntan ahora cuándo será el turno de Tesla para instalarse en Indonesia. 

El horizonte económico de Indonesia sigue las pautas de un Plan Nacional de Desarrollo de Medio Alcance cuya primera fase se implementó en el periodo 2015-2019, y no dista mucho de un típico plan quinquenal peronista. Esa primera versión ya establecía que el país debía alejarse “de las industrias extractivas y las exportaciones de recursos naturales, que son económicamente y ambientalmente insostenibles a largo plazo”, y apostar por una economía basada en el conocimiento y la cuarta revolución industrial. Un plan que se llevó a cabo en paralelo a un ambicioso desarrollo de infraestructura que construyó rutas, vías férreas, y puertos para favorecer la exportación.

El segundo Plan Nacional (2020-2024) sigue en la misma línea del anterior pero incorpora asuntos estratégicos para el futuro del país como enfrentar el cambio climático, desarrollar las regiones para evitar el hacinamiento en las grandes ciudades, impulsar una economía verde y lograr la transición digital. El desafío no es menor, y diversas instituciones y Think Tank económicos afirman que si Indonesia no lograr sostener el crecimiento en torno al 6-7% anual durante las próximas décadas podría perder el tren y resignarse a ser solo un miembro más del club de las naciones de ingresos medios.

El caso de Indonesia es de particular interés de Argentina porque, al margen de las diversas y variadas diferencias que existen entre uno y otro, ambos cuentan con unos de los depósitos más grandes del mundo de minerales estratégicos para la economía de los próximos cincuenta años: el níquel y el litio. El uso que cada nación le dé a esos recursos puede afectar drásticamente el desarrollo nacional. Que el presidente Milei sea capaz de verlo no debería ser tan difícil si no fuera por el dogmatismo con que se están tomando muchas decisiones de índole político y económico. 

Los datos, en tanto, no mienten. La producción de la Unión Europea, una de las grandes potencias occidentales, en el PBI mundial podría retroceder del tercio de inicios del 2000 a menos de una quinta parte en los próximos quince años. El caso alemán no es más que un ejemplo de otros tantos que se podrían tomar, aunque sorprende por haber sido una de las economías más poderosas de las últimas dos décadas. Unos meses atrás, el diario El País de España lo reflejaba de forma categórica: “Alemania se asoma al final de su modelo económico después de 20 años de bonanza”. Parece absurdo que el mandatario libertario fije como horizonte para un país con la brújula del crecimiento extraviado uno que padece el mismo diagnóstico de crisis económica existencial. 

AF/DTC

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