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Opinión

Todes infieles

Entender un fenómeno tan complejo como la infidelidad no quiere decir que se lo justifique

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Hay un viejo refrán que dice “De la muerte y de los cuernos no se salva nadie”. Tal vez hoy en día, con los avances de la ciencia médica, si no dominar la muerte, al menos conseguimos demorar su eficacia. Con la infidelidad, en cambio, la humanidad no tuvo tanta suerte.

Sin embargo, las infidelidades ya no son lo que eran. En términos generales, podría decirse que ya no es tan común que sean solo los varones quienes tienen una vida extra-matrimonial, a partir de la división erótica entre la esposa y la amante; pero no porque las mujeres ya no opten por vivir amores de fantasía (platónicos o de telenovelas) y se decidan a llevar al acto sus deseos. Esto sin duda ocurre, pero permanece en el marco de la pareja que llamamos “matrimonio” y que, en nuestra época, es un “brillante artefacto del pasado” –para decirlo con Leonard Cohen.

En el contexto de la ética matrimonial –de acuerdo con las ideas del psicoanalista italiano Massimo Recalcati en el ensayo Ya no es como antes. Elogio del perdón en la vida amorosa (2015)– la infidelidad se plantea como transgresión y tiene condiciones específicas: solo respecto de una relación “asegurada” es que se puede buscar “afuera” lo que adentro puede resultar más o menos aburrido; o en una sociedad que celebraba el vínculo para toda la vida (“hasta que la muerte nos separe”) es que podían surgir amores “prohibidos”. Estos ejemplos clásicos muestran que las infidelidades basadas en la transgresión tienen por objeto recuperar el deseo y, por eso es que –en los finales más o menos felices– se plantea la posibilidad de que el amor sea más fuerte y, llegado el momento de la verdad, exista la chance de la reconciliación.

Sin embargo, las cosas cambiaron de un tiempo a esta parte. Ya no vivimos en un mundo en el que el matrimonio (o la pareja estable, con compromiso y proyecto común) regule nuestras relaciones sexo-afectivas. Lo curioso es que la promesa de fidelidad no perdió vigencia, sino que su influencia es mayor. Por ejemplo, la podemos encontrar en las “relaciones abiertas”, lo que demuestra que la infidelidad no necesariamente supone una relación monogámica. Entonces, la pregunta es: ¿cuáles son los modos actuales de la traición amorosa?

Subrayo aquí la palabra “traición”, porque esta es la diferencia con el modelo de la transgresión. Situemos algunos ejemplos típicos de infidelidad en nuestros días: quienes lo hacen por venganza; quienes lo hacen por miedo a ser dejados; quienes lo hacen para no sentirse en una relación; quienes lo hacen por narcisismo, es decir, para hacerse reconocer como deseantes (antes que para recuperar un deseo). En estos casos, lo interesante es que la infidelidad puede no tener nada que ver con una cuestión de erotismo –o como dice un personaje en una película de ese director hoy innombrable, pero que no por eso deja de ser uno de los mejores en la historia del cine: “Usas el sexo para expresar todo tipo de emociones, menos el amor”. 

Que la traición sea la figura actual de la infidelidad se explica por la vulnerabilidad creciente que nos enlaza a los demás. En un contexto en que el deseo se convirtió en el sostén de nuestros vínculos, ¿cómo no vivir asustados de que una pasión tan caprichosa –que se define por la variabilidad de su objeto– nos descarte en cualquier momento? Así es que se acusa el carácter traicionero del deseo mismo, que a veces traiciona incluso a quien desea. No por nada hoy se vive acosando el deseo del otro, ¿dónde está? ¿A quién miró de esa forma? ¿Quién es esa persona que llama o escribe? Con la ampliación de la infidelidad, en un mundo en que las personas tienen que dar cuenta permanente de su deseo y en el que no ser deseado se vive como rechazo, ¿cómo no vamos a tener en los celos uno de los sufrimientos más frecuentes? 

De este modo, como bien subraya Esther Perel en su libro El dilema de la pareja. ¿Estamos hechos a prueba de infidelidades? (2021) la traición deja de nombrar un hecho (un acto sexual) y en un mundo tecnológico se diversificó, al punto de que se la encuentra también en chateos, intercambios de mails o fotos, ¿quién puede decir hoy cuál es el límite, cuando ya no se trata de la diferencia entre lo permitido y lo prohibido, sino de la confesión de un deseo? 

Entender un fenómeno tan complejo como la infidelidad no quiere decir que se lo justifique. Al contrario, es solamente cuando dejemos de pensar en la perspectiva moral de nuestras relaciones amorosas y podamos reconocer la fragilidad de nuestros lazos, que tal vez podamos exigirnos menos y cuidarlos más.

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