Durán Barba, el gran ignorado por Macri en su libro
Marcos Peña no influyó en el rumbo de la economía. Y Jaime Durán Barba prácticamente no tuvo voz ni voto en los cuatro años del gobierno cambiemita. Así lo recuerda Mauricio Macri en su libro. Tras su salida de la Rosada, el expresidente abandonó el trato fluido y cotidiano que mantenía con ambos consultores. Peña dejó de ser su sombra. Y con el gurú ecuatoriano ya no tiene contacto.
La revelación sobre el papel que desempeñaron sus dos expertos en comunicación encierra un mensaje más protector y cálido hacia Peña: “Se lo criticó mucho en estos años por su supuesta influencia en la política económica, pero lo cierto es que participó poco en los debates sobre la economía”. Respecto a Durán Barba, Macri busca desmontar una imagen que le quita autoridad a él mismo: la de haber sido hablado por su asesor. Desmitificar que su mandato haya sido diseñado en un laboratorio de alquimias electorales por un Maquiavelo latino, antipopulista y ventrílocuo. “Muchos le atribuyeron a Jaime Durán Barba un poder que nunca tuvo”, asegura en Primer Tiempo.
El ex ministro de Medios Públicos de Macri, Hernán Lombardi, confirma esa visión ante elDiarioAR: “Los que estuvimos ahí sabemos que Jaime actuaba en las campañas. No tenía influencia en la comunicación de las políticas públicas”.
Durán Barba, sin embargo, retruca conceptualmente esa diferenciación. Y lo hace con un estilo provocador que pone la lupa sobre el modelo de construcción política que tuvo el macrismo. En el libro El mago de la felicidad, el consultor ecuatoriano asegura que campaña y gestión “son exactamente lo mismo”. ¿Exagera por mero ánimo juguetón? Posiblemente. Pero a la vez revela que existe una zona vaporosa de contacto entre ambas instancias, especialmente dentro de la lógica del ascenso macrista. Para él, hacer campaña y gobernar son la misma actividad. La comunicación manda. Y continuará mandando, pese a la derrota de 2019.
Cambiemos deja un sello de época: la coronación de la consultoría en el poder. Y ya no sólo al espacio de poder que se mantiene disimulado en un vestíbulo, desde donde el consejero le hace señas mudas al príncipe, para no ser visto ni opacarlo con sus indicaciones.
Durán Barba se convirtió en una metáfora viviente de la existencia de Cambiemos. Es una expresión de su éxito electoral, pero también de las enormes dificultades que encontró para gobernar. El legado de Durán Barba quizás sea más profundo y duradero que el del partido asesorado.
El gurú ecuatoriano leyó a la perfección el agotamiento de los partidos tradicionales. Quizás fue quien se tomó más a pecho ese derrumbe: el que mejor le vio el filón a sus con secuencias. También detectó que en la Argentina del post 2001 sólo había lugar para dos identidades novedosas y puras: el PRO y el kirchnerismo. Para probar su teoría, necesitaba la aparición de un partido moderno, que fuera tan desprejuiciado como el mismo consejero. Cuando Macri y Jaime se conocieron, a fines de 2004, ya no faltaba ningún ingrediente. El asesor había dado con su media naranja comunicacional: un líder y una fuerza política sin neurosis. Con un material así de maleable, podría experimentar a piacere. Y así lo hizo.
Pero su función excedió la obsesión por la estética de Macri y del PRO. Si bien esa preocupación por la imagen es absolutamente real. Su tarea no se redujo a pasarle photoshop y ponerle un filtro de normalidad clasemediera a Macri, hasta convertirlo en presidente. Durán Barba analizó la política: por ejemplo, influyó en la estrategia de alianzas, en la necesidad de anunciar un congelamiento de precios y en el despliegue territorial del oficialismo.
Con Héctor Magnetto terminó casi a los gritos en 2011, cuando el CEO de Clarín presionaba a Macri para que compitiera con Cristina Kirchner. Con Paolo Rocca, el CEO de Techint, también discutió.
Durán Barba ya no es solamente un señor de 73 años que vive entre Recoleta y el barrio más tradicional de Quito: es un adjetivo cargado de connotaciones. Puede ser agraviante o elogioso, según quien lo enuncie. El aporte profesional del consultor ya está escindido de lo que su nombre simboliza. La leyenda de Jaime se autonomizó. Se le fue de las manos y quedó fuera de su control. Incluso dentro del Frente de Todos algunos reclaman que Alberto Fernández necesitaría un Durán Barba que limite, ordene y modele sus intervenciones públicas.
Antes de las legislativas de 2017, el gurú dio otra muestra de su soft power. En las mesas de discusión electoral, Emilio Monzó fomentaba un acuerdo con algunos peronistas “racionales”. Los macristas le ponían ese mote a los opositores que habían facilitado la sanción de leyes clave, como el pago cash a los Fondos Buitre en 2016. Era una mezcla de elogio e identificación del carácter inofensivo del rival. Presidente de la Cámara de Diputados y armador PRO-peronista, Monzó quería sumar a uno en particular: Florencio Randazzo, el ex ministro del Interior de Cristina Kirchner. Durán Barba se negaba. Durante una reunión que mantuvieron con Macri en la quinta de Olivos, base de operaciones favorita de Jaime, la tensión entre el consultor y el diputado viajaba arriba de un tren bala. El resto del gabinete miraba con morbo el espadeo de las dos racionalidades: la del consultor, frente a la del político territorial, apologista de la rosca. El presidente tenía que optar por una de las dos lógicas, a pocos meses para las legislativas de medio término. El resultado electoral iba a ser leído como un plebiscito sobre su gestión.
“Si lo que pretendemos es seguir dando un mensaje de que somos nuevos, distintos y jóvenes, ¿les parece sensato que digamos que los nuevos, jóvenes y distintos son los peronistas?”, preguntó retóricamente Jaime. Y reformó la idea con dos mandamientos de su cosecha: es preferible correr desde atrás, y a la vez presentarse como víctima inocente de una oposición dispuesta a todo. Aplicar esa táctica pasivo-agresiva chocaba de frente con la sugerencia de pactar con Randazzo.
“La gente nos apoya porque nos ve un grupo medio tonto, que no sabe mucho de política; un grupo de gente joven, con buenas intenciones, que quiere cambiar la Argentina, pero que vive permanentemente acechado por quienes buscan volver atrás. Que nos vean débiles, nos sirve”, dictaminó Jaime.
Tras escuchar ambas propuestas, el presidente eligió nuevamente la de su consultor. Los efectos propagandísticos de rechazar esa alianza eran preferibles a los de sumar gobernabilidad. Al tomar partido por la estrategia de alianzas de Durán Barba, Macri lo empujó hacia el centro de Cambiemos. Lo ungió. Jaime dejó de ser un simple consultor consultado.
Ahora, a casi un año y medio de la salida del poder, Durán Barba está alejado de Juntos por el Cambio. Tanto de Macri, como de Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich. Ni el alcalde ni la presidenta del PRO consideran necesario contar con un chamán de la comunicación. O, al menos, no con uno tan determinante como lo llegó a ser el ecuatoriano para Macri.
Jaime todavía realiza consultorías para candidatos en América Latina. Incluso, para algunos que a priori no se ubican en la grilla de los antipopulistas de la región. “Si sigue así, me va a sacar el trabajo”, ironiza un asesor que tiene clientela cautiva entre los políticos de la centroizquierda. Distanciado de Macri, Durán Barba aclara que se encuentra “retirado y escribiendo”. De esa forma se otorga el estatus de pensador e intelectual que muchos colegas le niegan.
AF
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