Axel Kicillof recuerda el momento preciso en que su carrera dio un vuelco inesperado. Estaba en la autopista Buenos Aires-La Plata, con su esposa, Soledad Quereilhac, camino al búnker del Frente de Todos, el día de las últimas PASO. Antes de salir había recibido mensajes de Diego Santilli y Cristian Ritondo, rivales de Juntos, para felicitarlo por lo que parecía una victoria del oficialismo. Un dirigente de Morón, que acaba de participar del escrutinio de una mesa testigo, le advirtió alarmado vía WhatsApp que, pese a que esperaban un triunfo holgado, se habían sorprendido con un empate. Después de digerir el golpe, envió un texto idéntico a sus ministros y a “PBA”, el chat que comparte con los principales referentes del oficialismo en la provincia: “Ojo. El resultado no es el que dicen los boca de urna”.
A partir de ese momento, el gobernador entró en un laberinto político del que todavía busca la salida. Frustrado por no haber podido desarrollar su proyecto de gobierno y por una derrota que atribuye a factores ajenos a su gestión, y con el poder recortado por un cambio de gabinete que desnudó tensiones con intendentes peronistas y hasta con Máximo Kirchner, Kicillof quedó obligado a reinventarse.
Después de una etapa de adaptación exprés, se recostó en Martín Insaurralde y Leonardo Nardini, los jefes comunales que se sumaron a su gabinete, para fortalecer el enfoque territorial de su gobierno, involucrar a los intendentes y pacificar el vínculo con el resto de los accionistas del Frente de Todos; retomó las recorridas para reestablecer el contacto cara a cara con la gente; empezó a alzar la voz en discusiones económicas nacionales, y, decidido a pelear por la reelección en 2023, trabaja para construir una épica de la pospandemia, la épica de la reconstrucción.
Retomó las recorridas para reestablecer el contacto cara a cara con la gente; empezó a alzar la voz en discusiones económicas nacionales, y, decidido a pelear por la reelección, trabaja para construir una épica de la pospandemia, la de la reconstrucción.
El contexto no es el que imaginó al asumir. Kicillof y su nuevo jefe de Gabinete no son amigos, pero tienen buena relación, coinciden en los dos campamentos. Antes de las PASO se reunían cada 15 días, detalla el gobernador, que rechaza de plano la idea de que la designación del intendente de Lomas de Zamora implique una intervinieron de su gobierno por parte de Máximo. Asegura que en las horas posteriores a las PASO se convenció de que tenía que sumar intendentes. “Los elegí yo, en consulta con todos los sectores. Son dos intendentes con los que me llevo muy bien”, dice, sobre Insaurralde y Nardini, nuevo ministro de Obras Públicas, en diálogo con elDiarioAR, en su despacho. Los dos son cercanos a Máximo, lo mismo que la nueva ministra de Gobierno, Cristina Álvarez Rodríguez, que ocupó el mismo cargo con Daniel Scioli. “Eso es lo que más le debe haber jodido a Axel”, arriesga, socarrón, un dirigente de la Primera Sección.
Los que participaron de las negociaciones para el recambio coinciden en que el gobernador resistió el desplazamiento de Carlos Bianco, de jefe de Gabinete a jefe de asesores. No sólo porque lo considera un colaborador leal y eficiente, sino porque en el diagnóstico que Kicillof hace de la derrota no hay elementos vinculados a la gestión provincial. El malestar social que generó la pandemia y la caída estrepitosa de la economía son, a su entender, las razones del resultado.
No hay una autocrítica, ni siquiera respecto del momento del regreso de la presencialidad a las escuelas. “Fueron dos o tres semanas de diferencia con la Ciudad, no fue determinante, y en distritos del interior donde casi no se suspendió la presencialidad también perdimos”, responde el gobernador. “La sociedad fue a votar en estado de conmoción. No era un buen momento para tomar decisiones importantes. El tiempo irá poniendo las cosas en su lugar”, dice. Recuerda además que triplicaron las camas críticas en los hospitales de la provincia, lo que evitó un desborde que, afirma, sí se produjo en la Ciudad: “Las prepagas, Los Arcos, Otamendi, Suizo, la Trinidad derivaron pacientes a los hospitales de la provincia”.
Presionado por sus socios, Kicillof terminó de validar los nombres de su nuevo gabinete en un viaje relámpago a El Calafate, con Cristina Kirchner, su única jefa política. Esa visita reactivó las tensiones con los dirigentes que propiciaron los cambios, en especial con Máximo. La tirantez tiene su origen en la conformación del primer elenco del mandato Kicillof. Entonces el gobernador había ofrecido ministerios al intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi; a Malena Galmarini y Cecilia Moreau, las dos del Frente Renovador. Pero, ante la negativa, no cedió esos lugares al jefe político de ese espacio, Sergio Massa. Tampoco reservó butacas para Máximo Kirchner. Pero sí completó casilleros con nombres que le acercó Cristina: Teresa García (Gobierno), Julio Alak (Justicia) y Sergio Berni (Seguridad). Un dirigente de la Tercera Sección evalúa que ahí nació la ofensiva posterior a la derrota: “Axel los salteó a Máximo y a Sergio, y en política, los vueltos no son caramelos”.
La carrera política de Kicillof puede contarse como una serie de peleas, siempre encendidas, siempre vestidas con un relato épico. La pelea contra los fondos buitre, como ministro de Economía, en la última etapa del gobierno de Cristina. La pelea que dio como diputado opositor contra la política económica de Mauricio Macri. La pelea contra María Eugenia Vidal, como candidato gasolero, a bordo de un Renault Clío. La pelea contra el coronavirus, ya como gobernador, que derivó en la pelea con Horacio Rodríguez Larreta, cuando la Ciudad empezó a acelerar las medidas de flexibilización.
“No me reconozco como un peleador, no invento los conflictos. Tengo convicciones y eso a veces genera enfrentamientos -dice Kicillof-. Pero este es un momento distinto. Después de seis años muy duros, ahora se viene una etapa de reconstrucción, en la que el Estado debe tener un papel estratégico, como tuvo en el Plan Marshall o en el New Deal. Esa es la épica que hay que lograr, una épica positiva, la de un tren que avanza. Eso sí, esperemos que nadie se pare en la vía para no dejarnos avanzar.”
Esta semana, el gobernador dio otra pista del papel que piensa interpretar en esta nueva etapa: encabezó una reunión con el secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, y los intendentes peronistas del conurbano, para organizar el control del congelamiento de los precios. “La reconstrucción tiene que tener mucha sensibilidad territorial. Por eso es importante que en esta política esté la mirada de los que más conocen el territorio, que son los intendentes. De la pandemia no se sale solo con la macro, se necesita mucha micro, políticas locales con implementación local, y eso solo se puede hacer a través de los intendentes”, dice, para justificar los cambios en su gabinete.
Los dirigentes del oficialismo en la provincia de Buenos Aires apuestan a que la renovación de nombres consolide una reformulación política del gobierno y el inicio de un cambio en el propio Kicillof. “Perdió poder, pero le va a venir bien. Hoy reconoce que la reforma en el gabinete era necesaria. Hay cambios que la realidad te impone, que terminan siendo para mejor. Hay que ver cómo evoluciona su proceso de politización. Está empezando a cambiar su lógica vanguardista, de rechazo al sistema político”, dice un referente kirchnerista que valora al gobernador.
Los cambios de gabinete fueron celebrados por un sector de los intendentes del peronismo, que había definido a Bianco como el enemigo y que todavía mira con recelo a Kicillof. Lo cuestionan por la concentración de fondos en la provincia y, en especial, por un modo de hacer política que les resulta distante y sectario. “Es falso que me llevo mal con los intendentes, o que no hablo con ellos, más allá de que algunos pueden tener críticas y enojarse conmigo”, dice el gobernador, pero enseguida aclara: “Yo no les impongo funcionarios en sus distritos. Cada uno se hace cargo de sus responsabilidades”.
Aunque no hay una postura homogénea entre los jefes comunales, las tensiones son reales y parten de una mirada contrapuesta sobre el funcionamiento del sistema político de la provincia. Es un choque de planetas, entre dirigentes con recorrido territorial y experiencia en cuidar los intereses propios, y un gobernador que no pretende conducirlos y que se formó en una cultura política que combatía la lógica de los “barones del conurbano”. Aunque no es el primer gobernador importado desde la Ciudad de Buenos Aires, Kicillof es el primer antiDuhalde, un “extranjero” que no convoca a asados ni seduce con abrazos, que no aspira a adaptase y reproducir el sistema, sino a modificarlo.
“Hay una falta de registro de la lógica política en general y de la provincia de Buenos Aires en especial. Por eso los intendentes no lo quieren a Axel ni al axelismo”, dice un diputado bonanerense, y cuenta que en una reunión reciente un concejal del interior lo definió así: “No hablan como nosotros”. Coincide en el diagnóstico un intendente cercano a Cristina. “Faltó apertura política, no se escuchó lo suficiente lo que pasaba en el territorio. Tus ideas las tenés que poner en común. Si querés imponer una lógica sin acordar con los sectores territoriales, es inviable.”
“No somos conservadores”
El gobernador insiste en que trabajó codo a codo con los intendentes en la gestión de la pandemia, pero no reniega de sus aspiraciones de renovación: “No somos conservadores. Venimos a transformar la política de la provincia de Buenos Aires. Para transformar la realidad se necesita que la política modifique su funcionamiento y administrar los conflictos con el sistema que se viene a transformar”. Kicillof también da la discusión sobre la administración de los fondos que llegan desde Nación: “Estoy tratando de fortalecer al gobierno de la provincia, que estaba ausente hace muchos años. Tenemos que ir articulando con los intendentes qué papel tiene el gobierno provincial. Los intendentes se habían acostumbrado a hacer todo ellos, porque la provincia no hacía nada”.
Las tensiones expuestas en el cambio de gabinete pusieron de relieve diferencias al interior del kirchnerismo que hasta hace unos meses solo podían distinguir dirigentes muy acostumbrados al entorno, como los esquimales, que pueden diferenciar más de treinta tonos de blanco. En cuestión de semanas, quedó claro que Kicillof no es de La Cámpora y que no es lo mismo que Máximo Kirchner. También que el hijo de Cristina Kirchner no piensa en todo como su madre.
La relación entre el gobernador y el presidente del bloque de diputados del FdT combina cuestiones políticas y personales. Aunque se conocieron de grandes, son, en política, hijos de la misma madre. “Axel habla directo con Cristina, sin pasar por Máximo. Lo que no se encuadra con Máximo y sí con Cristina entra en tensión con Máximo”, describe un dirigente que los conoce muchos a los dos. El enfrentamiento entre el hijo de la vicepresidenta y Berni es una versión extrema de esa tensión. El ministro de Seguridad reconoce la jefatura de Cristina y la autoridad institucional de Kicillof. El gobernador piensa mantenerlo en el cargo después del 14 de noviembre.
Kicillof niega que la relación con Máximo haya quedado dañada después de los cambios de gabinete. “Maxi es mi amigo, un soporte de mi gobierno y tiene una participación permanente”, dice a elDiarioAR, y discute la idea de que están peleados: “No sé qué se espera, ¿que estemos siempre de acuerdo en todo? El frente está sólido, después de una pandemia y una derrota electoral. El sistema de consultas interno se va consolidando”.
Los dirigentes del FdT que conocen la relación destacan que se llevan bien y que acuerdan en la mayoría de los temas, pero reconocen las tensiones. “Máximo dice que hay que fortalecer a Axel, pero quiere hacerlo aplicando su propia receta, y eso genera rispideces”, analiza un intendente de la Primera Sección. Las diferencias, advierte un diputado nacional por la provincia, son metodológicas: “Máximo es más contenedor de los compañeros. Axel va más para adelante sin dar explicaciones”. Un dirigente que integra la mesa chica del frente oficialista agrega: “Axel tiene una lógica de él y la sociedad, pasando por alto al sistema político. Como Cristina, pero sin ser Cristina”.
Hijos de la misma madre política, Kicillof y Máximo no tuvieron el mismo padre: el gobernador, que se incorporó al gobierno de Cristina en 2009, no llegó a conocer a Néstor Kirchner.
GS/WC
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