Tras el fracaso de la moderación, Cristina apuesta a “todo o nada”
Es tarde en Punta Lara. Cristina Kirchner se fue y la sobremesa de la cena que armó Mario Secco es un nudo de incertidumbre. “Y ahora... ¿qué hacemos?”, se escucha. Todo es duda. “Deberíamos armar una mesa de conducción...”, sugiere alguien. “¿Qué mesa?... hay que salir a caminar, a hablar con la gente, a juntar votos”, interviene otra voz. Están Axel Kicillof, “Wado” De Pedro y, entre un coro confundido de veinte personas, Máximo Kirchner. La vice repitió, por si alguno creía que era una gambeta para la tribuna, que en el 2023 no será candidata. “A nada”, subrayó.
“No voy a someter al partido que me hizo dos veces presidenta y una vicepresidenta a que digan que tienen una condenada en la lista”, agregó, cerca del río, la noche del martes. Y masticó una onomatopeya: “Una condenada, ña ña ñaña”. Flota, en sus palabras, un subtexto. Cristina reniega del destino -y, mejor dicho, se niega al destino- que le ofrece el sistema de poder: el odioso refugio de los fueros, un repliegue en la resistencia incómoda, la amenaza permanente de que irán por ella. Cristina se resiste a un tibio languidecer en el Senado. Cristina no quiere ser Carlos Menem y apagarse sentada en una banca.
Con 69 años, la vice transmite -lo hizo en su discurso post sentencia, lo reforzó en la cena con dirigentes en Ensenada, lo conversó dolida en charlas mano a mano en la última semana- que ya hizo todo lo que ella podía hacer. Una de esas personas, dice que Cristina llegó hace dos décadas en un avión a Buenos Aires con su marido, Néstor Kirchner y dos hijos, “y ahora vuelve sola”. Computa la muerte de Kirchner pero, también, la situación de Florencia, su hija.
Si lo personal es político, lo político también es personal. Detrás de la decisión estratégica de bajarse de cualquier candidatura, además del hartazgo -palabra que se repite en todos los que hablaron con ella- late una dimensión íntima que se vincula con el sacrificio y las perdidas. “Cristina siente que ya hizo todo lo que podía hacer: ahora le toca a otros”, la traducen en su micromundo.
Es un mensaje para ese peronismo que la recela sin enfrentarla, que un poco le teme y que, en muchos casos, le atribuye ser “el” problema. El peronismo es una ancha diversidad donde la vice cree que algunos festejarán su retirada electoral, a los que les avisa que no será candidata pero seguirá siendo jefa. Pero es, también, un mensaje para los propios: el cristinismo, que alguna vez fue kirchnerismo, deberá aprender a vivir sin su mando y sin su sacrificio. “¿Es lógico que con casi 70 años, después de todo lo que apostó y todo lo que perdió, ella tenga que estar en el Patria cerrando las listas de la Séptima Sección?”, pega, para adentro, una figura.
Fracasos
La moderación fracasó, lo que viene -si viene algo- es jugar a todo o nada. “Radicalizarse”, coinciden dos comensales de Punta Lara y eligen esa palabra, que la vice no pronunció, para describir la versión última de la vice. Una de esas fuentes utiliza una frase más directa. “Puso de presidente a un amigo de Magnetto y de Ercolini, y mirá lo que pasó”. Ese “amigo” del CEO del grupo Clarín y del juez federal Julián Ercolini, el que llevó la causa Vialidad, uno de los viajeros a Lago Escondido, es -se sobreentiende- Alberto Fernández.
El hartazgo de la vice define una ruptura, se advierte que irreversible, con el presidente. Algo de eso percibe Fernández que en esta semana hizo más gestualidades para empatizar con la vice que durante el año que termina. En el Senado deslizan que no exento de cierta presión de Cristina, Alberto encaró la Cadena Nacional para “visibilizar” el escándalo de los chats filtrados entre Ercolini, los Mahiques y, entre otros, el ministro larretista Marcelo D'Alessandro, y apuró la denuncia penal por aquel viaje, texto que escribió el ministro de Justicia Martín Soria y en el que, como contó elDiarioAR, no estuvo incluido Pablo Casey, el sobrino de Magnetto y director de Asuntos Legales del grupo Clarín.
Un detalle menor pero ilustrativo. Fernández remixó el evento del lunes 12, por los 39 años de la recuperación democrática, en el CCK como un acto del grupo Puebla en defensa de la vice para coincidir con ella. Hasta el jueves, cuando se informó la postergación porque Cristina dio positivo de COVID, no había certezas de que ese encuentro vaya a producirse. La vice quería que Fernández abra el evento y ella lo cierre; sin cruzarse. Con la postergación para el lunes 19, Alberto tendrá una semana más para lograr que la vice participe
Moderaciones
El fin de la moderación y el manual de la radicalización puede advertirse en la aparición de “Wado” De Pedro durante un encuentro con la antropóloga Rita Segato y el periodista Carlos Pagni en el CCK. El ministro del Interior, el habitante de la atmósfera K que más gestos públicos de diálogo tuvo con la galaxia anti K, registró la nueva lógica y la puso en palabras: dijo que Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz son jueces de la Corte porque hubo “apriete a gobernadores” y nombró, sin eufemismos, a Héctor Magnetto como “el culpable de condicionar a distintas fuerzas políticas, el culpable de apretar” porque Clarín es “el cañón de comunicación más grande de Argentina”.
Es revelador ese comportamiento wadista que sirve como referencia para adivinar la hoja de ruta de la vice que en un dato que define mucho de la nueva época, hasta se permitió decir que Magnetto le arrancó a Néstor Kirchner la fusión de Cablevisión y Multicanal. Lo de Wado es un indicador potente no sólo porque es el cristinista que tuvo la tarea de ser el rostro moderado, el cristinismo blanco y amable, sino porque aparece, por decantación, como el candidato presidencial del universo K ante la deserción, anticipada, de Cristina. Mi moderado dejó de ser moderado, podría decir la vice.
La última variante de la radicalización implica la confirmación de la candidatura de un puro o una pura: aunque siempre puede aparecer alguien, la foto actual del cristinismo solo ofrece a De Pedro o a Axel Kicillof, este último preservado para tratar de reelegir en la provincia de Buenos Aires. Desde el 2013, cuando eligió a Martín Insaurralde como espejo de Sergio Massa como candidato a diputado nacional, Cristina siempre apostó a un moderado y, además, no propio: Daniel Scioli en el 2015, Fernández en el 2019, Massa como ministro de Economía.
Es cierto que al cristinismo le costó construir candidatos -el más exitoso fue Kicillof, quizá un ensayo para una presidencial posterior- pero la vice fue a buscar figuras orbitales que funcionaron mal como candidatos o peor como gestores. La Cristina del martes a la noche proyecta un cristinismo duro, con un candidato propio, movimiento que tiene un factor matemático y otro político. “Es mejor negocio y más sólido sacar 25 puntos con Wado como candidato que 32 en un frente donde el candidato es Massa”, describe un dirigente que se sentiría más cómodo con el tigrense que con De Pedro. El cálculo ilustra algo más: aunque los balotaje son una loteria, en el radar de la vice no hay hipótesis de victorias en el 2023.
Un millón en la calle
¿Hay alguna forma de que ella revise su decisión? Ninguna, dice una fuente de trato diario con ella. “Cristina siempre hace lo que dice”, afirma. Otro dirigente, de diálogo frecuente, se atreve a dejar la puerta entornada: “Para que ella cambie de opinión debería ocurrir algo muy grande, no sé, un millón de personas en la calle pidiéndole que sea candidata”. El martes, con el renunciamiento todavía tibio, en sectores del camporismo vinculados con Andrés “Cuervo” Larroque decían que no era definitivo. Con las horas, esa fantasía se esfumó.
Fuera del scrum de leales que cenó con Cristina en Punta Lara, en el PJ y el Juntos por el Cambio (JXC) flotaban dos lecturas. Una, simplista, daba por hecho que el renunciamiento de la vice es un movimiento que busca generar un operativo clamor. Paradojas: lo sostienen sectores del FdT, con oficinas en Casa Rosada, y en el macrismo. Los dos, aunque solo el tiempo dirá si acertaron o no, parecen movidos por deseos y conveniencias: sin Cristina en el ring, tanto Mauricio Macri como Alberto Fernández parecen condenados a quedar fuera de carrera para el 2023.
El miércoles por la noche, con el expresidente en Qatar, la mesa chica macrista se reunió para analizar cómo los afectaba la condena y el anuncio de la vice. Lo segundo, en particular, daña las chances de que Macri sea candidato. “Es mentira: con cualquier marchita que hagan, ella se vuelve a subir”, analizó un mauricista ante elDiarioAR. Mäs allá de cómo impacta a Macri, la ausencia potencial de Cristina incrementa la deriva en el conglomerado opositor.
Juan Manuel Olmos, vicejefe de Gabinete, a quien un camporista define como “el albertista que mejor entiende al kirchneirsmo”, rebautizó hace tiempo la marca JxC como “Juntos por Cristina”. Con el renunciamiento de la vice, aquella picardía adquiere otro impacto porque, como reconocen dirigentes cambiemitas, el fantasma de una eventual tercera presidencia de Cristina servía para ignorar las cada vez más extremas e intensas diferencias internas en Juntos.
Puede, de rebote, facilitar otro fenómeno: que Horacio Rodríguez Larreta, que sale lastimado de cada intento que hace por despegarse de Macri, recomponga su vínculo con el expresidente que, diezmadas sus chances para competir en 2023, lo recoja otra vez como su heredero. Larreta, cuentan en el PRO, tiene previsto pasar unos días de verano en Cumelén -ya habría alquilado una casa-, el country en La Angostura donde Macri, y el empresario Nicolás Caputo -definitivamente reconciliado con su amigo del Newman-, pasan las fiestas. Quizá en alguna caminata entre araucarias y arrayanes, Larreta y Macri reconfiguren los términos de que hará cada uno en el 2023. Macri tiene, siempre, el mismo pedido: ser quien determine lo que pasa en el kilómetro cero del PRO, ese territorio que considera propio, la ciudad de Buenos Aires.
Revisiones
Menos despreciativos, en el albertismo entienden que el renunciamiento de Cristina es una jugada para reconfirmar centralidad y eligen una explicación más técnica para hipotetizar sobre la posibilidad de que al final la vice esté en alguna boleta: sostienen que el renunciamiento de la vice es para no ser candidata con una condena y que eso podría revertirse si, por ejemplo, la Cámara de Apelaciones revisa la condena que se conoció el martes.
En el mundo Massa asoma otra interpretación: que su retiro como candidata se debe al hartazgo que la vice tiene con la Justicia y el poder. Lo primero, en particular, afecta al ministro: las cautelares que, dicen en Economía, “vacían” las reservas del BCRA. Cristina, quizá por la decepción con Alberto, reivindica detalles de Massa: reconoce que la escucha, que le lleva ideas, que la consulta. “Hace lo que debería haber hecho Alberto: aprovechar la experiencia que tiene Cristina”, explica un K.
Sin embargo, la radicalización de la vice y el fracaso de la moderación, pueden convertirse en una mala noticia para el ministro que encarna, justamente, eso. “Sergio puede garantizarle a Cristina, cosas que Alberto no le pudo garantizar”, teoriza un peronista. Cerca de la vice, admiten que la matriz de Massa y la de Cristina tienen pocos puntos de coincidencia. Un dirigente tira una frase venenosa. “Cristina no se olvida de Wikileaks”. Se refiere a las filtraciones de cables diplomáticos de EEUU en los que figura, entre muchos otros dirigentes, el actual ministro de Economía.
En el massismo, y en sectores del PJ, hubo una lectura inicial sobre el renunciamiento de la vice vinculado a que facilitaba la amplitud del FdT. La teoría fue esta: CFK acepta que su candidatura no es competitiva, que el dispositivo político y electoral actual no le alcanza para ganar, por eso decide bajarse de la boleta y correrse del centro para permitir que haya gestiones que amplíen el bloque. Algo así, interpretan, podría abrir la puerta para ensayar negociaciones con el PJ cordobés, Florencio Randazzo o Facundo Manes. “Eso, con Cristina en la boleta es más dificil”, fue la interpretación.
Si las dos lecturas son válidas, el FdT deberá convertirse en el artefacto de funcionamiento quirúrgico y muy aceitado que nunca fue. El cristinismo lanzado a una disputa abierta, en las que se invoca a Héctor Magnetto como jefe opositor, radicalizado y con candidatos propios, que en algún momento debería confluir con otras expresiones, como Massa o los gobernadores, en una PASO. De lejos, luego de la experiencia del FdT de estos años, es demasiado complejo para ser posible.
PI
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