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Pablo Ibáñez

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Trece kilómetros, 70 mil marchantes y la doble centralidad sintomática de La Cámpora y Máximo Kirchner. Luego de exprimir el arsenal de recursos para gritar su disconformidad con Alberto Fernández, Cristina Kirchner sacó otra herramienta. No fue “la carta”, que la paranoia palaciega “inventó” -o confundió, teléfono descompuesto o espías fantasiosos, con el documento de personalidades K que bosquejó e hizo circular Florencia Saintout-, ni hubo una renuncia masiva ni un discurso incendiario, formatos que ya usó y con escasos resultados.

La marcha de la ex ESMA a Plaza de Mayo, emblemática por la fecha, por la dimensión y por el entramado político que mostró, fue ese mensaje. La marcha se demostró masiva, ruidosa, con músculo político, llena de mensajes que debió registrar Fernández desde la quinta Olivos. Todo en clave interna, endogamia frentodista en carne viva. “La movilización, todo esto que está acá, lo podés usar para bien o lo podés usar para mal”, apuntó en el fervor de la movilización, un dirigente camporista.

La vice, que nunca participó de rituales callejeros, delegó el protagonismo en su hijo. Reaparecido luego de la renuncia al bloque, Máximo blandió dos poderes: se instaló en el centro del dispositivo y logró que el resto del mundo peronista bonaerense orbitara en torno suyo. Volvió a mostrarse con Axel Kicillof, con quien la relación está deteriorada desde las PASO, y fusionó dos jefaturas, la histórica de La Cámpora, con la naciente -en proceso, todavía inestable- del PJ bonaerense.

Más allá de las sobre explicaciones, válidas y honestas, no hay otro modo de leer la movilización que no sea como un rebote de la guerra doméstica del FdT. Es cierto que el camporismo, desde sus inicios, moviliza los 24 de marzo pero esta vez, la marcha estuvo cruzada por la crisis frentodista, el teléfono roto entre los Fernández, y una presión creciente para que el presidente entienda que, según el prisma kirchenrista, a este ritmo, por delante solo hay un precipicio, crisis social y derrota electoral.

Alberto, hoy por hoy un presidente sin vice, esperó una reacción de Cristina -que, menos estridente de lo que supuso, se produjo este 24- y ahora la pelota está en sus pies. El criterio unívoco en el mundo K es que el próximo movimiento lo debe hacer Fernández. ¿Cuál sería? Retomar la conversación con Cristina para definir, si eso es posible, un protocolo de convivencia y gestión compartida. “Que Alberto diga qué quiere hacer, y que haga: tiene que gobernar mejor”, apunta una voz de la mesa chica de La Cámpora

¿La marcha de ayer, masiva, repleta de gestualidad, facilita una reacción aperturista de Fernández o lo empuja a endurecerse? ¿Cómo operan parrafadas como la de Andrés “Cuervo” Larroque, que recordó en Radio Con Vos que Fernández fue jefe de campaña de un espacio que sacó 4% en las elecciones de 2017?

“Por algo lo fue a buscar Cristina: porque evidentemente era lo que faltaba”, apuntó un albertista, en off porque no quiere sumar chispazos a un clima explosivo. Otro consideró una “agresión gratuita” el comentario del ministro de Kicillof. Miguel Cubero, un dirigente todoterreno del peronismo, que fue subsecretario general de la Presidencia hasta diciembre, usó Twitter. “Hubiera jurado que Cristina pensó en él porque fue la mano derecha de Nestor como dijo el 18 Mayo 2019”. Otro exfuncionario, Gonzalo Ruanova, que fue segundo de Vilma Ibarra en la secretaría Legal y Técnica, también atajó el comentario de Larroque: después “lo eligieron presidente”, ironizó.

Dato sobre la particular atmósfera fernandista: hablan más los exfuncionarios albertista, que los funcionarios.

Cristina respondió con Máximo en la calle. Con la “orga” cristinista, los soldados de la vice, al frente de una columna que alineó, detrás, a todas las demás, incluso al PJ bonaerense. Pero, además, Kirchner se movió en una etapa de dos mutaciones: su regreso, visible y protagonista, luego de renunciar a la jefatura del bloque de Diputados -con los costos todavía inciertos que eso significó para su táctica de construcción personal-, con la aspiración de ser el jefe político del panperonismo de la provincia de Buenos Aires pero, además, como parte de un trámite hereditario, engorroso y que se intentó sin éxito antes, de la jefatura de la galaxia K.

Hay una frase, descriptiva, que registró un dirigente histórico de La Cámpora sobre las identidades interkirchneristas. “Todo lo que es Máximo es Cristina, pero no todo lo que es Cristina es Máximo”. Es una obviedad, claro, porque la vice es más que su hijo. Con esos límites, avanza el diputado que está, aquí y ahora, más lejos de Alberto que la propia Cristina. Y se topa con un karma: un desajuste de expectativas entre la valoración como dirigente que hace su circuito cercano y lo que el resto del sistema piensa de él. Entre estos últimos, está Fernández, que solo se enfoca en la bilateral con Cristina.

PI

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