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Alejandro Marinelli

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La tentación siempre fue enorme. El caso generó tal magnetismo que no daban ganas de encontrarle grietas. Actuaciones inspiradas, la ilusión de un asalto frustrado, una toma de rehenes y una supuesta entrega inminente. Todas escenas para ganar tiempo. Debajo, lo que ninguno imaginaba. Un cañón hecho a medida para reventar cajas, una obra de ingeniería para huir en bote. Y hasta un cartel de despedida. Después fueron películas, libros, series, miles de horas de tevé y litros de tinta. Pero cuando se cumplen 15 años del Robo del Siglo, en el Banco Río de Acasusso, aparecen testimonios que cuestionan la versión de la banda, el relato que se contó hasta ahora y que nunca fue contrastado. “Sin armas ni rencores”, decía el mensaje que dejaron al partir por el túnel. Algunas de las víctimas que nunca aparecieron en público cuestionan bastante la verdad de esa frase.

El entonces oficial Walter Serrano estaba en el búnker del subsuelo de la sucursal. Miraba las pantallas de las cámaras de seguridad y de repente vio entrar a un tipo con un gorro y una peluca rubia, con un delantal largo y una escopeta debajo. Cambió de cámara y apareció otro con una camisa color salmón y una pistola. De inmediato tocó la alarma para dar aviso a la Departamental. El del guardapolvos bajó y comenzó a golpear los barrotes de la reja con su arma. Le dijo que saliera, pero él se negó. “Fue entonces que un hombre disfrazado con un traje gris bajó a la jefa de la sucursal. Le puso la cara contra el blindex y le apuntó a la cabeza. ‘Abrís o la mato’, me dijo el ladrón. Yo no quería abrir, me resistí. Hasta que ella me rogó: ‘Walter, por favor, hacele lo que dice, quiero disfrutar a mi nieta’”. Se hizo silencio y se escuchó la cerradura. Serrano abrió. Los ladrones tenían el camino allanado para ir hacia las cajas de seguridad. El del delantal era Beto de la Torre, el del traje gris, el uruguayo Mario Vitette, los dos que controlaban la situación y a los rehenes. Para subirlo a la parte de arriba, a Serrano le apuntaron y dice que pudo ver dos armas.

“El del traje tenía una pistola de última generación, media niquelada. Era una calibre 40. El de delantal tenía una escopeta. Era una Browning 2000, con el culatín recortado y una marca en la madera”. Lo singular de esto que explica Serrano es que lo declaró al día siguiente del robo y que está en el expediente. Serrano es instructor de tiro y especialista en armas. Una Browning 2000 con esas características y apta para disparo fue encontrada semanas más tarde en el allanamiento a la casa de De la Torre.

Serrano habla con un medio por primera vez. Lo hace porque dice que se tiene que contar “la historia completa”. “Las armas de juguete que dejaron no podían engañar a nadie. Alguna era de plástico berreta. Fue para que no les calificaran el delito como robo con armas de fuego, pero no las usaron. Las de verdad se las llevaron”. Por esto que explica, en 2012, los ladrones recibieron una reducción de su pena casi a la mitad, tras un fallo de Casación Bonaerense. El tribunal no valoró como concluyente la declaración del policía.

Si bien ninguno de los rehenes relata que los ladrones se hubieran ensañado con ellos, muchos testimonios aseguran que sufrieron momentos ásperos y que no fueron solo con la jefa del banco. “Uno de los ladrones me golpeó en la nuca como tirándome al piso, con un elemento duro, que no era un puño, yo asocié que era un arma porque después vi a uno de ellos con un arma. Ese hombre nos dijo que no quería que nadie dijera que nos habían hecho daño. Nos dio los teléfonos para llamar a nuestros familiares para decirles que se hallaba todo en orden, que no había ningún herido y que nos estaban tratando bien”, declaró Estela Maris Casal. 

Otro de los clientes, José Fernández Massa, señaló en el juicio que mientras estaba haciendo un depósito en el cajero automático entró uno de los ladrones con pasamontaña. “Me hizo una furca, una toma de karate o algo parecido y me puso contra la vidriera que da a la calle Libertador. Durante el encierro, por los nervios, me dieron ganas de orinar y no me dejaron ir al baño. Tuve que orinar únicamente en los macetones de las plantas”. Sostuvo que uno de los ladrones “tenía un arma en la mano, hizo un movimiento de correr la corredera y cayó una munición al piso”.

El empleado Martín Buyo contó en su testimonio un relato parecido. “Pedí ir al baño y me dijeron que fuera a orinar a la zona de cajeros. No pude hacerlo y volví. Luego me dieron ganas de nuevo y pude. Pero más tarde, como había tomado agua, me dieron ganas de nuevo. Uno de los asaltantes me dijo que me estaba comportando como un chico de 15 años, que le estaba rompiendo las pelotas, que lo tenía podrido. Por los nervios me hice pis encima”. Al rato lo hicieron salir del banco. Al declarar esto en el juicio de 2010, Buyo se quebró, lo mismo que otra de las rehenes liberadas. “Muchos de los clientes tuvieron que hacer terapia para sobrellevar la experiencia”, explicó en su fallo el juez Alberto Ortolani.

La versión de que le cantaron el feliz cumpleaños a una mujer mayor, tan difundida por diarios y televisión, no está en el expediente. Sí cumplía años, por eso le sonaba seguido el teléfono y ella le explicó la razón a los ladrones, pero el festejo no existió. Le dijeron que se quedara tranquila que pronto se iría a su casa.

Siete horas más tarde de que los ladrones irrumpieran en el banco, después de las charlas con el negociador y de que se cortaran los contactos, el Grupo Halcón entró a la sucursal. Pasada la adrenalina, el desconcierto fue ganando a policías, fiscales y a los propios rehenes que tampoco imaginaban que los ladrones se habían ido por un túnel navegando contra la corriente. Pero mientras esto sucedía, un enorme grupo de personas se agolpaba contra las vallas que había puesto la policía: los dueños de las cajas de seguridad. Las noticias que llegaban desde adentro no eran precisas y los angustiaban. Decenas de cofres habían sido reventados y sus contenidos vaciados. No lo sabían aún pero los esperaban años de reclamos y procesos judiciales. La Justicia calculó que en las 143 cajas abiertas había 19 millones de dólares.

“Aún recuerdo la angustia de los primeros clientes que me contactaron. Algunos habían vendido un inmueble para comprar uno nuevo y tenían la plata ahí. Otros habían vendido para armar un negocio. Había decenas de historias delicadas”, recuerda la abogada de muchos de los dueños de las cajas de seguridad, Nydia Zigman de Domínguez. “De repente tenés que probar algo para lo que no estabas preparado porque nadie cree que le van a robar allí y no registra lo que tiene adentro”, agrega. En la charla con elDiarioAR, relata los estados que transitaron sus clientes: “La gente, cuando le roban todo lo que tienen, se transforma, no camina por la calle de la misma forma, pierde la seguridad física y psicológica. Muchos no dormían bien, cambiaron todos sus proyectos. Dejaron de ir al club, de salir a comer afuera, de hacer planes”. “Un cliente mío estaba internado con una enfermedad en una clínica. Cuando se enteró por televisión del robo, tuvo un shock y una crisis muy grande que la sobrellevó un tiempo hasta que se murió. Ahí estaba el dinero con el cual quería ir a Estados Unidos, a hacerse una operación que acá no se hacía. Sé que hay algunos que creen que el robo fue muy romántico y espectacular. Pero no robaron al banco sino a la gente”, concluye la abogada.

AM

 

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