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Segunda ola
Ni vacante ni conectividad: historias de los “Ni-Ni” de la villa 21-24

Los chicos desayunan y almuerzan en el espacio del barrio Cacupé de la villa 21-24.

Julieta Roffo

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Daniela tiene a Juan David a upa y los pies en el barro. Así, mientras juega con su hijo a adivinar de qué lado viene el próximo perro, espera que pase la media hora que hay entre el horario de entrada de Julieta, su hija en sala de 4, y el nene, que va a sala de 2. Es la manzana 13 de la villa 21-24, en Barracas: el Riachuelo asoma a menos de una cuadra y la lluvia que empapó a Buenos Aires el viernes todavía ablanda el piso de tierra este lunes en la puerta del Espacio de Primera Infancia “Misión Padre Pepe”.

“En ningún lado conseguía vacantes para los dos, por eso los traigo acá”, cuenta Daniela. “Para la nena es todavía más difícil que para él, y lo de las clases virtuales es imposible para nosotros: tengo datos en el teléfono, un plan barato, y no alcanza para videos, para nada, así que el año pasado la nena no hizo clases de ninguna manera. Él arrancó este año directamente acá”, suma. Desde los brazos de su mamá, Juan David mira para abajo: busca el próximo ladrido.

“Acá tenemos chicos que no tienen ni vacante ni conectividad. No tienen manera de estar en la escuela ni de estar vinculados virtualmente, así que están acá”. Mirna Florentín es abogada y coordina la Misión Padre Pepe en la villa de Barracas, en la que vive. Le pone romero al mate y orden a las tareas que hay que hacer cada mañana: que el desayuno esté preparado para cada tanda de chicos, que las salitas estén ventiladas y desinfectadas, que se ponga en marcha lo que será el almuerzo para esos chicos y para los que, por alguna condición de salud, sean pacientes de riesgo. “Hay algunos nenes con enfermedades respiratorias crónicas y uno que acaban de operar del corazón, ellos no vienen pero dependen de nosotros para comer”, explica Mirna.

No estamos formalmente reconocidos por el Ministerio de Educación, ya empezamos los trámites pero todavía no hemos tenido respuesta. Pero mientras tanto acá hay 75 chicos que vienen porque no tienen manera de acceder a otra forma de educarse”, describe la coordinadora. “Las maestras son mamás y vecinas que se prestaron para este proyecto: mi nena ya está en pre-escolar así que yo tenía guardado todo el material pedagógico desde que empezó y con eso más material que encontramos investigando por Internet vamos diseñando las clases”, suma Nilce, que junto a Mirna está a cargo del Espacio de Primera Infancia. “Nos autoproclamamos maestras”, define Florentín.

Mariana iba todos los días con un recipiente de plástico a buscar almuerzo y cena al comedor que funciona en esa misma manzana. “Vi los carteles de inscripción para el jardín así que anoté a mi nene. Había intentado por Internet en la pública pero me salían escuelas a las que no puedo llegar, muy lejos, a casi una hora en colectivo. El año pasado no hizo clases de ninguna manera y ahora está viniendo acá”, cuenta. Lionel, su hijo, es el más inquieto de toda la sala de 3: salta sobre el sillón de tres cuerpos donado que hay en el hall de entrada en el que se iza la bandera y saluda a todos. A sus compañeros, a las maestras, a las cocineras, a las otras mamás y a esta cronista. “¿Viniste a ver mi jardín?”, pregunta.

Hay una foto del Padre Pepe en la puerta del espacio, una cocina, tres salas -una para cada edad, entre los 2 y los 4 años- una juegoteca y una terraza en obra: “Acá queremos hacer huerta y expandir la cocina para el comedor”, describe Nilce, justo delante de un termotanque solar. De los termos que están en el pasillo de las aulas sale mate cocido: hoy ese es el desayuno, que se alterna con yogurt y leche. En la juegoteca hay pelotas de colores, rompecabezas, un caballito de madera y algunos libros con más ilustraciones que párrafos.

“Sabemos que estamos cubriendo una necesidad que tendría que cubrir el Estado, pero el Estado no la cubre, así que nos encargamos. Acá en los barrios funciona lo comunitario. En toda la Ciudad faltan vacantes y en la zona sur más aún. Pudimos dar espacio para 75 chicos porque para eso nos da ahora mismo la infraestructura pero sabemos hay muchos más chicos en la escuela que necesitan un lugar en el que ser contenidos y educarse”, explica Mirna.

Jimena cobra 180 pesos por cada hora que pasa limpiando casas. Lo hace de lunes a viernes, en cinco casas distintas, cuatro horas por día. “Acá puedo dejar a los chicos mientras trabajo y que aprendan algo. Mi mamá los viene a buscar pero enseguida vuelvo a estar con ellos porque ella es paciente de mucho riesgo y no quiero que se contagie. Lo que pasa es que el año pasado estuvieron sin nada y yo ya quería que otra vez tuvieran la escuela para venir”, describe Jimena. “No conseguí que tengan lugar en ninguna de las que podría llevarlos: no hay vacantes”, agrega. Tiene mellizos en sala de 3: Juan Diego y Pedro. Se apura a salir de la manzana 13 de esta villa para tomar el colectivo e irse a trabajar: en total, se estima que viven aquí unas 50 mil personas.

El trabajo que hacen las mujeres en el Espacio Primera Infancia -en las aulas, en la cocina o el de limpieza- es a cambio de alimentos: “Todas se llevan para darle de comer a su familia pero plata no hay nada”, dice Mirna. Por la calle esquiva charcos un hombre: el buzo azul con la cara del Padre Pepe del nene que trae sobre sus hombros anticipa el recorrido. “Lo dejo en el jardín y me voy a hacer changas de electricidad”. Se llama Ricardo y tiene una hija en segundo grado de un colegio privado parroquial, a pocas cuadras: “No me da el cuero para los dos en el privado, y no encontré lugar para él en la pública”.

JR

El texto fue modificado el 12 de mayo a las 15.10. Del original se quitó la palabra “tupper” ante un pedido del poseedor de los derechos marcarios por considerar que  el uso del término como descriptivo para designar contenedores/herméticos de plástico en general y no concretamente a los envases de plástico hechos por el fabricante resultaba potencialmente perjudicial.

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