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ANÁLISIS

La pantalla de Coldplay, una infidelidad y la policía de la moral

Imagen de archivo de Chris Martin, vocalista de Coldplay.EFE/EPA/Mads Claus Rasmussen DENMARK OUT

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Andy Byron era, hasta hace unos días, el CEO de la empresa Astronomer Inc. El 18 de julio, su compañía anunció, consternada, su dimisión. Byron no estaba involucrado en un caso de corrupción. No sabemos nada de cómo era su gestión empresarial, su trato con la plantilla. Tampoco era (que sepamos) sospechoso de mal comportamiento con ningún empleado o empleada, ni estaba siendo investigado por un caso de acoso sexual o laboral en la empresa. La renuncia de Byron y el comunicado público de su empresa tiene que ver con algo muy diferente: una infidelidad. La kiss cam (cámara del beso) del concierto de Coldplay al que asistió le pilló abrazado a una mujer, compañera de trabajo, que, al parecer, no es su esposa. Las imágenes se hicieron virales y generaron una especie de escarnio público: el mundo ha decidido que Andy Byron y Kristin Cabot (así se llama ella) son culpables y que merecen un castigo.

Nadie sabe nada de la vida de Byron. No sabemos cómo era su matrimonio, sus condiciones, sus pactos, sus arreglos. No sabemos qué es lo importante para Andy Byron y su mujer. Tampoco sabemos qué tipo de relación tiene exactamente con Kristin Cabot. Pero el juicio moral que se ha extendido conforme las imágenes corrían como la pólvora se sostiene sobre valores y normas sociales que dan todo eso por hecho, que remiten a un único modelo válido de lo que debe ser una 'buena' pareja, una 'buena' familia, y de lo que es, también, una infracción intolerable. Tanto como para despedir a una persona o como para que una persona se vea en la tesitura de renunciar y su empresa de dar explicaciones. Tanto como para que la difusión internacional de esas imágenes nos parezca aceptable, algo entre el castigo y el chiste.

La sexóloga Flor Arriola cree que la reacción que hemos visto ante esas imágenes grabadas durante el concierto de Coldplay tiene ver con una “idea universalizada” de lo que es ser una pareja y de lo que significa la fidelidad. “La fidelidad se ha venido entendiendo como exclusividad erótica, no compartirse con otros sujetos, da igual si esto forma parte de un pacto o acuerdo porque, en pareja, la exclusividad erótica se da por hecha. Por ese motivo 'tenemos que hablar' para abrir nuestras relaciones”, afirma. Aunque a la pregunta de qué es la infidelidad, prosigue, la mayor parte de personas responden que es la ruptura de un pacto, deberíamos, primero, pensar cuál es ese pacto y cómo se traduce, según cada una de las partes.

“El 'pacto de pareja' muchas veces lleva intrínseca y de manera tácita la exclusividad erótica y existe una idea de que romper ese pacto es lo peor que puede pasarle a una pareja, más allá de todo lo demás que pueda ocurrirles o de todo lo que ya tuvieran construido”, explica Arriola, que está detrás del perfil de Instagram @loresexología. Tenemos un ejemplo en horario de máxima audiencia: el reality show La isla de las tentaciones, en el que varias parejas permanecen separadas durante semanas y rodeadas de hombres y mujeres que son su 'tentación'. ¿El objetivo? Comprobar si se resisten a un encuentro erótico con otras personas porque será así, y solo así, como sabrán si están hechos el uno para el otro, si son su gran amor.

En La isla de las tentaciones, los besos, achuchones o roces pueden ser peligrosos, pero aún perdonables. La línea roja es el encuentro genital. El programa obvia todo lo demás: en cada capítulo vemos cómo miembros de esas parejas relatan faltas de respeto constantes, insatisfacciones profundas, ninguneos e incluso maltrato emocional. También vemos cómo comparten conversaciones relevantes e intimidad con otras personas. Nada de eso parece romper ese 'pacto de pareja' social, porque lo importante es que tu novio o tu novia no se encuentre con nadie en una cama. Esa es la prueba de amor que debe valernos.

¿Y si la mujer de Andy Byron perdonara o tolerara un encuentro de su pareja con otra persona, pero prefiriera no saberlo? ¿Y si hubieran establecido como condición que sus encuentros fuera de la pareja no fueran conocidos para sus allegados? ¿Y si Andy Byron no se ha acostado con Kristin Cabot? ¿Y si quien estaba transgrediendo algún acuerdo era Cabot y no Byron? Incluso si la historia es exactamente como el mundo la ha interpretado -pillan a un hombre siendo 'infiel' a su pareja en un concierto, dando por hecho todos los significados-, ¿a qué responde esta exposición pública, este juicio social?, ¿vamos a asumir que una persona puede ser despedida -o invitada a marcharse- por algo así?

El sexólogo Bruno Martínez alerta de una especie de nuevo puritanismo sexual en el que el control social ya no procede de instituciones y lugares concretos sino que se convierte en una “acción colectiva” en la que participamos todos y todas. “Ellos se convierten en personajes públicos sobre los que todo el mundo opina, y se convierten en objetos, porque ya no son sujetos: no sabemos si su relación es una mierda o no, qué tratos tienen con sus parejas, si están engañando o no... lo que sabemos es que empieza un juego de juicio colectivo”, señala Martínez. Un juego en el que parece existir una competición por ver quién señala más y con más rotundidad. En ese juego, mujeres, disidencias sexuales y prácticas no normativas tienen, por supuesto, las de perder.

“Todo el mundo sabe que estamos jugando con reglas falsas y dañinas pero todo el mundo simula que son reglas buenas y que funcionan. Y parece que quien más critica, opina y señala con el dedo es quien más las cumple”, prosigue el sexólogo. En lugar de reflexionar sobre qué es una pareja, cuáles son las condiciones que las sostienen, qué necesita cada persona o qué es una infidelidad; en lugar de ser conscientes de que 'pareja' o 'infidelidad' son conceptos construidos culturalmente que pueden ser pensados, transformados y adaptados a cada cual, jugamos a reforzar una moral sexual puritana (no vaya a ser que alguien piense algo raro de nosotros o que nosotrxs mismos no sepamos qué queremos).

Lo que llamamos infidelidad, dice la sexóloga Flor Arriola, se convierte en reclamo, escándalo, espectáculo, sospecha, fiscalización, intrusión, escarnio. Friendly reminder: el delito de adulterio se derogó en España en 1978, después de que la dictadura franquista lo recuperara con un tremendo sesgo de género. “Cometen adulterio la mujer casada que yace con varón que no sea su marido y el que yace con ella, sabiendo que es casada”, decía entonces el Código Penal. El delito ya no existe, tampoco la pena de cárcel ni las sanciones económicas asociadas, pero el caso de la kiss cam de Coldplay o aquel otro en el que alguien difundió un vídeo íntimo (esto sí es delito) del presentador Santi Millán y las redes se llenaron de juicios y prejuicios, bien podrían servirnos para pensar si no hemos sustituido el Código Penal por la furia colectiva y el hasthtag para señalar a los desviados y apuntalar la rectitud amorosa y sexual.

“Hacemos juicios de valor y tratamos a la persona infiel como a un delincuente. Aun estando en pareja, se pueden tener deseos o fantasías y llevarlas a cabo no convierte en monstruo a ningún sujeto. Con esto no quiero negar el dolor de ninguna de las partes (probablemente ese dolor provenga también de una idea preconcebida de pareja o matrimonio), pero creo que existe una idea preconcebida de lo que es la pareja y yo solo invito a las personas a hacerse preguntas: ¿Les contamos todo a nuestras parejas? ¿Por qué estamos obligadas a contar nuestras interacciones eróticas? ¿No puede formar esto parte de mi intimidad? ¿Es una persona ”infiel“ un delincuente que merece todo el escarnio del mundo? Yo, desde luego, creo que no. Me parece peor la idea de ser grabada y publicada sin mi consentimiento porque esto es otras circunstancias nos horrorizaría y aquí parece que existe una idea revanchista de 'les han pillado, que se jodan'”, reflexiona Flor Arriola.

Astronomer Inc anunciaba la apertura de una investigación interna para esclarecer lo sucedido y decía estar guiada por “valores” y preocupada por la conducta y la responsabilidad de sus trabajadores. Una contundencia empresarial sorprendente en tiempos en los que muchas empresas se muestran extremadamente prudentes a la hora de abordar el acoso sexual o la brecha salarial e incluso, en EEUU, dan marcha atrás en sus programas de diversidad LGBTIQ e igualdad. Pero rectitud sexual, siempre.

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