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Eliminatorias
Argentina no gana clásicos, los acumula: segundo triunfo seguido contra Uruguay y a la búsqueda de otra victoria ante Brasil

Festejo: todos abrazan a Di María, autor de un golazo.

Andrés Burgo

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Argentina también gana a la uruguaya, transpirando el partido, trabajándolo, batallándolo, sufriéndolo. Si 2021 será para siempre el año en que la Selección festejó con vuelta olímpica contra Brasil en el Maracaná, el 1-0 de este viernes en Montevideo (con otro gol de Ángel Di María, a los 7 minutos) se convirtió en el anteúltimo paso del campeón de América para su inminente clasificación al Mundial 2022.

La Selección alargó su invicto a 26 partidos y ganó en un escenario habitualmente difícil, aún lejos (bastante lejos) de su mejor versión, incluso con apenas 15 minutos del averiado Lionel Messi, suplente por primera vez en los últimos cinco años. Uruguay estuvo tan cerca del empate como lejos quedó de la Copa del Mundo, sexto en la tabla de posiciones, incluso fuera por ahora del repechaje y silbado por su gente.

Con Emiliano Martínez de figura, y los guiños de los dioses del fútbol a su favor, Argentina también sostuvo el partido con un imperial Cristian Romero. El martes por la noche cerrará su magnífico año en San Juan contra un Brasil ya clasificado. El viaje a Qatar queda a miles de kilómetros en geografía pero a minutos de consumarse en el campo de juego.

El campeón de América jugó como en los últimos tiempos, en tal estado de gracia que hasta los jugadores a los que la selección les hizo sudar sangre durante años parecen encontrar su redención en pocos minutos, como Paulo Dybala, que a los 7 le quitó la pelota como un obrero a Joaquín Piquerez y asistió como un rey a Di María. El rosarino, al que 2021 le cambió tanto la vida que se convirtió en actor publicitario y capitán en ausencia de Messi, definió con un zurdazo al segundo palo que los más memoriosos le encontrarán algún parecido al gol que Diego Maradona le convirtió a Resto del Mundo, en 1979. Son goles a los que los vuelos estériles de los arqueros -en aquel caso el brasileño Leao, esta vez Fernando Muslera- los hacen aún más hermosos.

Hubo momentos, como ya había pasado en la última fecha de Eliminatorias contra Perú, en los que Argentina parece haber firmado un contrato con el diablo: le sale todo bien, hasta lo que no merece. Ante una Uruguay tan desteñida que debió haber jugado de blanco más que de celeste -condicionado además por nueve ausencias-, las que no atajó Emiliano Martínez las detuvo el palo. A Luis Suárez ya le había pasado en el Monumental y volvió a ocurrirle en el Campeón del Siglo, el estadio de Peñarol sustituto de un Centenario en refacciones para la final de la Copa Libertadores.

La noche había empezado torcida para Uruguay desde el amanecer del partido, cuando Nahitan Nández definió en un mano a mano como lo que es, un volante aguerrido y no un delantero con sed de gol, y permitió la primera atajada del Dibu, tan permeable en el Aston Villa como infranqueable en la selección.

Argentina extrañó a Messi pero también a Leandro Paredes, sustituido por un Guido Rodríguez sin precisión, extrañamente desconectado, errático, en especial en el primer tiempo. En una actuación sin fluidez ni juego colectivo en ofensiva, el equipo de Lionel Scaloni apostó a guerrear el partido, a lucharlo como si fuera un partido de visitante en Copa Libertadores. Dicho de otra manera, Argentina “uruguayizó” el partido. Fue una selección menos lúcida y más combativa contra un rival minimizado a Suárez, a años luz de las mejores versiones del Maestro Tabárez. El fútbol es dinámico pero a esta Argentina y a este Brasil les queda chicos el nivel actual de Sudámerica.

Ya sin Dybala (lesionado) ni Di María, los protagonistas del gol madrugador, Argentina confirmó en el segundo tiempo que, cuando no puede jugar los partidos, los sabe trabajar, sufrir. La selección no ganó el partido, lo parió. El arco de Muslera le quedó a Lautaro Martínez tan lejos como Buenos Aires de Montevideo pero la línea de flotación del equipo en el mediocampo y la defensa mejoró con el paso de los minutos. Algo mejor Rodríguez, mucho mejor Rodrigo De Paul y definitivamente en gran nivel Romero, Uruguay luchó hasta el final contra un Argentina sólida en defensa pero sobre todo contra sus propias limitaciones.

Con un Messi demasiado liviano en el final, con más peso por apellido que por físico, las que tuvo Joaquín Correa en un arco las replicó el local en el otro, pero -ya lo dice el tango- contra el destino nadie la talla, y Romero terminó atajando con los pies las que no pudo con las manos.

Argentina está tan en racha que no gana clásicos: los acumula. A Uruguay le ganó dos veces en un mes (3-0 con baile en el Monumental, en octubre) y el martes tendrá la oportunidad de repetir su triunfo contra Brasil. Aunque no haya jugado bien especialmente bien los últimos dos partidos, las victorias ven al equipo de Scaloni y les hacen lugar, de acá a Qatar, con o sin Messi.

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