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Análisis

El final del “siglo de Estados Unidos”: qué puede pasar en una nueva era de aislacionismo americano

Cientos de personas esperan en los alrededores del aeropuerto de Kabul frente a uno de los aviones de las fuerzas aéreas EEUU

Julian Borger

Washington —

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Hasta hace unos pocos meses, por todo Afganistán había bases estadounidenses en las que uno podía sumergirse en la cultura estadounidense, comprar Coca-Cola y chocolatinas Snickers de máquinas expendedoras y ver deportes en directo en la televisión.

Ahora el despliegue militar se ha reducido a ocupar parte del aeropuerto de Kabul. Es un vestigio caótico de los 20 años de misión donde las tropas de retaguardia intentan salvar los últimos restos de dignidad y honor. Prácticamente dejadas de lado por los líderes políticos de Washington, las tropas trabajan por evacuar a los compatriotas rezagados y a los aliados afganos. Estos aliados, que alguna vez se sintieron inspirados por el mensaje de democracia, derechos para las mujeres y prensa libre, afrontan hoy un horrible dilema de vida o muerte. Se debaten entre preservar y destruir la evidencia de su trabajo realizado para la coalición encabezada por Estados Unidos. La primera opción se basa en la esperanza de salvarse, mientras que la segunda es una manera de evitar ser ejecutados.

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El rol de EEUU en el mundo

La rapidez y la totalidad de la derrota al final de la guerra más extensa en la historia de Estados Unidos presenta interrogantes respecto al rol del país en el panorama general de la historia moderna. Quizá la pregunta principal sea si estos acontecimientos representan la agonía final del “siglo estadounidense”.

Esta ha sido una era en la que se suponía que Estados Unidos actuaría como el policía mundial, manteniendo el orden establecido por un compendio de reglas fijas e interviniendo cuando fuera necesario para detener graves crímenes contra la humanidad. A menudo, la realidad estaba alejada de ese ideal. ¿Está el proyecto, tanto en la teoría como en la práctica, llegando a su fin?

El término “siglo estadounidense” fue acuñado en 1941 por el magnate de la industria editorial Henry Luce, que en un ensayo sugería: “Podemos hacer que el verdadero internacionalismo estadounidense sea algo tan natural para nosotros y para este tiempo como los aviones y la radio”.

Ciertamente, ese objetivo fue alcanzado en los años siguientes. A la liberación de Europa del dominio nazi la siguieron experiencias de rotundo éxito en la construcción nacional de países como Alemania Occidental y Japón, que se convirtieron en democracias prósperas y aliados de fiar.

Otros pueblos alrededor del mundo tienen motivos para considerar a Estados Unidos como un policía esencialmente bueno. Por ejemplo, Estados Unidos intervino en Bosnia y en Kosovo cuando los poderes europeos fallaron.

“A diferencia de la crisis de los misiles en Cuba y de la guerra en Irak, la intervención en Bosnia demuestra lo que puede hacerse cuando Estados Unidos es benigna y moderada en sus ambiciones”, dice Sabina Ćudić, del partido liberal reformista bosnio Naša Stranka.

Tras la intervención en Bosnia liderada por Estados Unidos y el consiguiente acuerdo de paz en Dayton, la secretaria de Estado Madeleine Albright dijo: “Si debemos usar la fuerza, es porque somos Estados Unidos; somos la nación imprescindible”. Pocos altos cargos estadounidenses dicen cosas así hoy en día, si es que alguno lo hace. Seguramente, los últimos estadounidenses que quedan en Afganistán se sienten bastante prescindibles.

Petróleo e intereses privados

En otras partes del mundo, la experiencia de la vigilancia estadounidense ha sido bastante distinta. Estados Unidos estaba ahí para asegurarse de que el petróleo circulara y de que los barcos petroleros navegaran sin impedimentos, fortaleciendo reglas diseñadas para beneficiar a Estados Unidos y a un puñado de grandes potencias. En Latinoamérica la fachada era aun más endeble, y la “policía estadounidense” actuaba como una compañía de seguridad privada contratada por un grupo selecto de empresas.

El “siglo estadounidense” alcanzó su cenit tras la caída del muro de Berlín y la consolidación de Estados Unidos como la única e inalcanzable superpotencia en todo el mundo. La Unión Soviética se disolvió en 1991, exactamente medio siglo después de que Luce publicara su ensayo.

La apoteosis duraría una década, hasta que el desastre se posó sobre el despejado cielo azul el 11 de septiembre de 2001. Casi 3.000 personas fueron asesinadas en los ataques en Nueva York y Washington, pero la visceral reacción estadounidense resultaría aún más dañina para la posición de Estados Unidos en el globo.

Esta reacción provocó las “guerras eternas” en Afganistán e Irak, las cuales parecen haber finalizado para Estados Unidos, pero continuarán formando parte de las vidas de las poblaciones civiles durante años o incluso décadas.

Al desastre lo siguió otro desastre: la Primavera Árabe fue una inversión grotesca de la revolución democrática europea que supuestamente debía emular, dejando tras de sí un caos sangriento donde viejos regímenes fueron derrocados, como en Libia, mientras que otros se mantuvieron firmes y en pie, como en Siria.

El 11-S cambió el mundo

Según Nelly Lahoud, analista del think-tank New America, el daño causado por el 11-S no se desarrolló como el líder terrorista Osama Bin Laden pretendía. Pero el atentado tuvo el “éxito catastrófico” de cambiar al mundo. En este caso, la respuesta autoinmune resultó más mortífera que la infección que buscaba combatir.

En su nuevo libro Reign of Terror: How the 9/11 Era Destabilized America and Produced Trump (El reino del terror: Cómo la era 11-S desestabilizó a Estados Unidos y produjo a Trump), el experiodista de The Guardian Spencer Ackerman argumenta que el daño mayor fue autoinfligido por el impacto de la “guerra mundial contra el terrorismo” y sus excesos: tortura, vigilancia masiva, militarismo y autoritarismo.

“De todos los costes del terrorismo, el más importante es del que menos se habla: lo que luchar contra él le ha costado a nuestra democracia”, dice Ackerman en su libro. “Estados Unidos no reconocerá que la verdadera amenaza era el contraterrorismo, no el terrorismo”.

La reacción ha suscitado la oposición de la opinión pública sobre el intervencionismo en el extranjero. Una de las pocas cosas que Donald Trump y Joe Biden tenían en común era su determinación por irse de Afganistán. Biden completó la retirada que Trump había acordado con los talibanes en febrero de 2020 en Doha.

La rapidez del colapso del Gobierno afgano ha dejado al descubierto no solo su debilidad militar sino también la ineficacia y la incompetencia cultivadas por los distintos gobiernos. Tras la huida del presidente, las autoridades insistían en que lo que había ocurrido en el aeropuerto de Kabul no era una repetición de la evacuación de Saigón en 1975. Las fotografías de aquel episodio habían sido un emblema de la derrota estadounidense para más de una generación. Pero las similitudes eran evidentes.

“Habiendo estado en Saigón durante la caída de Saigón, ciertamente esto luce como Saigón para mí”, escribió en un tuit Viet Thanh Nguyen, autor ganador del premio Pulitzer cuya familia huyó de Vietnam cuando él tenía cuatro años.

Estados Unidos evacuó a 130.000 aliados vietnamitas en 1975 y después acogió a cientos de miles de refugiados provenientes de Vietnam, Cambodia y Laos. Fue una prueba para su humanidad, pero también para su poder. Un superpoder que no puede o no busca proteger a sus aliados no merece ser considerado como tal.

En una pieza publicada en el New York Times, Nguyen insta a la Administración de Biden a hacer lo mismo por los afganos: “Para la población civil, la guerra no ha acabado y no acabará durante muchos años. Su futuro –y el rol de Biden a la hora de determinar si se tratará de un porvenir de migración y nuevos comienzos, o uno de temor y miseria– es lo que determinará si Estados Unidos podrá seguir afirmando que siempre apoyará a sus aliados”.

Saigón, 1975

La retirada de las tropas estadounidenses en 1973 y la caída de Saigón dos años más tarde parecían tan graves como los acontecimientos recientes en Kabul. Pero de ninguna manera resultaron ser el final del papel preeminente de Estados Unidos en el mundo.

“La estrategia estadounidense durante la Guerra Fría –apoyar la libertad y resistir al comunismo soviético– triunfó, a pesar de los errores de Washington en Vietnam y otros territorios”, dice Daniel Fried, ex alto cargo del Departamento de Estado de los Estados Unidos y actual miembro del think-tank Atlantic Council.

Según la mayoría de los indicadores, Estados Unidos sigue siendo la economía más grande del mundo, con una red de alianzas mucho más fuerte que la de su rival, China.

Josef Joffe, el veterano editor de Die Zeit, hoy profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad John Hopkins, dice que el fiasco en Kabul “daña tres aspectos claves para un superpoder: la confianza, la credibilidad y la cohesión de las alianzas”.

“Los países ahora pensarán dos veces antes de comprometerse con Estados Unidos y minimizarán los riesgos inclinándose hacia China y Rusia”, dice Joffe. “Sin embargo, no se trata de un declive. Las grandes potencias flaquean cuando sus activos materiales se debilitan. Este es el caso de Reino Unido durante el siglo XX. En cambio, Estados Unidos sigue siendo el mayor poder económico, sostenido en el avance tecnológico y en el ejército más sofisticado del mundo, capaz de intervenir en cualquier lugar del planeta, por no mencionar la gran influencia cultural que ni China ni Rusia poseen”.

Incluso después de Afganistán, el alcance del ejército estadounidense alrededor del planeta es de temer, con casi 800 bases en más de 70 países.

“Estados Unidos es la superpotencia más hiper-intervencionista en la historia moderna. Incluso cuando el péndulo estadounidense se inclina en cierta manera hacia el no-intervencionismo, Estados Unidos permanece involucrado a nivel global”, dice Dominic Tierney, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Swarthmore y autor de The Right Way to Lose a War: America in an Age of Unwinnable Conflicts (La manera correcta de perder una guerra: Estados Unidos en la era de los conflictos imposibles de ganar).

Tierney señala que la guerra de Estados Unidos en Afganistán no ha llegado a su fin. El Gobierno ha dicho que continuará haciendo ataques aéreos a distancia en nombre del antiterrorismo.

Competencia con China

Asimismo, se supone que la reducción de la presencia militar en Afganistán y Medio Oriente apunta a liberar recursos que serán destinados a fortalecer la competencia con China.

“La reducción de costes que resulta de la retirada de Medio Oriente para enfocarse en los rivales más potentes puede fortalecer la hegemonía global de Estados Unidos en lugar de debilitarla. Y creo que la mayor parte del Gabinete de Biden cree que eso es lo que están haciendo”, dice Stephen Wertheim, historiador y miembro del Carnegie Endowment for International Peace. Wertheim ha examinado los orígenes del “siglo estadounidense” en su libro Tomorrow, the World: The Birth of US Global Supremacy (Mañana, el mundo: el nacimiento de la supremacía global de Estados Unidos).

Wertheim sostiene que la naturaleza del intervencionismo militar estadounidense podría cambiar después de la derrota en Afganistán. “Es difícil imaginar que la idea de construir un país a la fuerza sobreviva a la guerra en Afganistán”, dice. Wertheim tiene la esperanza de que las tareas humanitarias se hagan sin intervención militar. “Eso, para mí, es una forma de humanitarismo mucho más productiva que el arriesgado plan de matar a algunas personas para salvar a otras”.

Srebrenica, 1995

Sin embargo, pocos musulmanes bosnios creen que más humanitarismo hubiese logrado evitar masacres como la de Srebrenica en 1995.

Ćudić, actualmente miembro del parlamento federal en Sarajevo, dice: “Con todas las merecidas críticas y el análisis de la política exterior de Estados Unidos durante las últimas décadas, viviremos para lamentar el declive de la ambición estadounidense”.

En Sarajevo existe la preocupación de Rusia y China estén ocupando el lugar que Estados Unidos ha dejado vacante, aunque sin el mismo interés por prevenir la división étnica de Bosnia. Este patrón se repite alrededor del mundo.

“Uno de los grandes peligros para el análisis que busca ser crítico del imperialismo es asumir que solo Occidente, más bien solo Estados Unidos, tiene alcance y ambiciones imperialistas. Esto es fatal”, dice Priyamvada Gopal, profesora de Estudios Postcoloniales en la Universidad de Cambridge. “Para finales de este siglo, si el mundo logra sobrevivir, el centro del poder imperial se habrá desplazado por completo”.

“Lo importante es que el centro de gravedad del capitalismo se está trasladando al sur y que están surgiendo figuras importantes como Rusia, China e India”.

Traducción de Julián Cnochaert

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