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OPINION

Angustia y ansiedad

Angustia y ansiedad

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Hay un chiste tonto, pero cierto, en el que una persona está ansiosa y la otra –ansiosamente– le pregunta: “¿por qué estás ansiosa?”. Lo tonto del chiste es lo que muestra su gracia, en la medida en que preguntarle a un ansioso por qué está ansioso es duplicar su ansiedad; no solo se lo pone más ansioso, sino que quien pregunta se pone ansioso con la ansiedad del otro.

Un ejemplo típico de este circuito está en la situación del niño que llora y el adulto que le pregunta por qué llora y, luego, le dice “No llores” y, progresivamente, va perdiendo la paciencia hasta que le dice “Si seguís llorando te voy a dar motivos para llorar”.

Esta situación permite plantear la diferencia entre ponerse ansioso, o angustiarse, con la ansiedad (o la angustia) del otro y, por otro lado, angustiarse por el otro –aquí no es posible ponerse ansioso por el otro y así se revela la distinción fundamental entre la ansiedad y la angustia–. Angustiarse por el otro, con la distancia que implica respecto de este, para revelar cuán pegados al otro podemos estar –ansiosa o angustiosamente– es una revelación vincular, una de las más importantes.

Lo más frecuente es que, a pesar de la edad, las personas se relacionen entre sí de un modo primario, es decir, una funciona como figura de apego de la otra. Funciona entre padres e hijos que ya son grandes, también en parejas. Esto quiere decir que uno funciona como referente para el otro, como vía de acceso al mundo y el costo de esta indiferenciación es que, como dije antes, sea inevitable ponerse ansioso o angustiarse con la ansiedad o angustia del otro.

Cuando somos capaces de angustiarnos por el otro, en cambio, hacemos la experiencia de lo irremediable. Al otro le pasa algo y no podemos hacer nada. Mejor dicho, podemos angustiarnos y, a partir de este afecto, descubrir posiciones como la compañía y la espera.

Cuando nos ponemos ansiosos o nos angustiamos con la ansiedad o la angustia del otro, no queremos que al otro le pase lo que le está pasando –para evitar ponernos ansiosos o angustiarnos reactivamente. Por querer evitar algo, producimos cosas peores.

Esta distinción es crucial en la práctica terapéutica, en la medida en que una terapeuta –de la orientación que sea– tiene que saber que no puede evitarle el sufrimiento al paciente. Esto no quiere decir ser indiferente, sí no precipitarse en la furia de la curación.

En la bibliografía de divulgación hay una escena común que aplica esta distinción: la que se narra cuando se dice “no ma/paternes a tu pareja ”. El error de este punto de vista está en que apela a un voluntarismo catastrófico, como si fuera posible introducir un cambio en un vínculo a partir de intervenir sobre el otro.

Imaginemos una situación: mi pareja me llama angustiada porque tiene un problema trivial y yo le dijo “Mirá, no soy tu papá, solucionalo vos”. Así el voluntarismo ideológico de la autoayuda se vuelve no solo individualista sino expulsivo.

Esta ideología acierta en que reconoce el problema (la fusión que hay en las relaciones y que es preciso separar), pero le da una mala solución, porque busca evitar la angustia por el otro. Desconoce así que en un vínculo solo se puede cambiar algo a través de la modificación de la propia posición y no pidiéndole al otro que deje de hacer tal o cual cosa.

LL

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