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OPINIÓN

Levantar una columna no es la forma de reparar un error periodístico

El senador republicano Tom Cotton pidió mandar a los militares a reprimir a los negros que protestaban contra la brutalidad policial, el 3 de junio de 2020. La nota generó revulsión y el Times tomó medidas, pero no la eliminó.
24 de febrero de 2021 11:25 h

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elDiarioAR publicó el domingo una columna con la firma de Esteban Schmidt que incluía agravios machistas hacia la ministra de Salud, Carla Vizzotti. El texto disparó críticas en las redes al autor y al sitio, ante lo cual, la dirección pidió disculpas de inmediato. Quien quiera leer cuáles fueron las ofensas proferidas no puede, porque por decisión de los editores, la nota fue levantada no bien remontó vuelo el rechazo.

Desde mi punto de vista, la respuesta de este diario ante un error serio, que refleja falencias de procedimiento y criterio que conviven con la profesión desde que nació, incluyó dos acciones virtuosas y una decisión autoindulgente y elusiva de su responsabilidad.

Como primer mérito, el diario evitó hacer de cuenta que el mal paso no había existido, característica acendrada en la tradición periodística argentina. Cuando no existían redes que expandieran una reacción relámpago y altisonante, la política recurrente ante las persistentes calamidades editoriales era el silencio, por más que todo el mundo hablara de ellas puertas afuera o en los pasillos de la misma redacción, cuna de críticas soterradas con la sinceridad más brutal que se conozca.  

Las disculpas de los directores fueron claras. No hubo excusas porque otros son peores, ni lamentos porque “no fue la intención”, ni el penoso pedido de perdón “si alguien se sintió ofendido”

En este episodio, las disculpas de los directores fueron claras. No hubo excusas porque otros publican cosas peores, ni lamentos porque “no fue la intención”, ni el penoso pedido de perdón “si alguien se sintió ofendido”. Segundo punto a favor.

La secuencia (reconocimiento y disculpas), sin embargo, se vio ensombrecida por la drástica decisión de borrar la nota de Schmidt el domingo por la mañana, cuando llevaba varias horas online. Antes, como fue explicado por la dirección, hubo un intento de convencer al autor de retirar una expresión machista de su columna, pero éste se negó.

¿De quién es el texto publicado?

Aunque obvia, corresponde una aclaración preliminar: el principio que está en juego excede el contenido de la nota de Schmidt, titulada “El error equivocado de Ginés y la doble falta de Horacio”. Las opiniones ancladas en la provocación no forman parte de mi interés como lector ni a la hora de seleccionar miradas en mi tarea periodística.

El acuerdo básico entre un diario y sus lectores supone que el primero establece sus límites editoriales e implementa procedimientos para no sortearlos. La instancia para respetar ese sendero es el proceso de edición, que puede llevar días o apenas un par de horas a las apuradas, según el contexto. Como todo, la rutina es imperfecta y está acechada por el descuido, falencias de criterio, el cansancio y muchos otros factores. Llegado un punto, el texto es publicado, con aciertos y errores. A partir de allí, el pacto implica que el medio pierde exclusividad sobre el destino del contenido y queda sometido a las lecturas de quienes lo comparten, lo rechazan o lo ignoran a voluntad.

Cuando los pilares editoriales autoimpuestos son vulnerados y truena el escarmiento -como ocurrió el domingo y volverá a ocurrir, porque los diarios dan revancha cotidiana para la equivocación- el soporte digital brinda un atajo tentador: borrar. Antes, un periódico arrepentido tenía que salir a cruzar canillitas a la madrugada para levantar ejemplares. La historia cambió y uno de los aspectos benéficos de las malditas redes sociales es que torna inútil ese manotazo. Piedra libre, hay que hacerse cargo.

Los lectores que llegaron un poco más tarde al debate en Twitter el domingo tenían derecho de acceder al texto de Schmidt, formar su opinión y, si querían, dar cabida a su indignación y juzgar severamente al sitio que le dio espacio. Tal como sucedieron las cosas, muchos conocieron la polémica, leyeron las disculpas, pero no tuvieron la posibilidad constatar cuál fue el alcance de la ofensa a Vizzotti, porque el medio ejerció la opción de despublicar.

Borrar con el codo

Todos quisiéramos reescribir la historia sin nuestras zonas erróneas, pero no corresponde llevarse la pelota cuando el partido se pone bravo. En ese punto, los medios de comunicación también tienen un papel en la tarea de hacer de internet un espacio más justo, sin tantos privilegios de publicadores sobre publicados, en el que el derecho al olvido no dependa de quienes tienen la capacidad apretar delete a tiempo para indultarse en el buscador de Google. Hoy fue la nota de Schmidt, mañana, quién sabe.

Se me ocurren pocas excepciones en las que un medio tendría legitimidad para borrar un texto, como podría ser una información que pusiera en peligro o afectara la privacidad de una o varias personas, en cuyo caso, la permanencia de la publicación potenciaría el daño. No es el caso de un agravio contra una personalidad pública de los tantos que se expresan por día en las redes y los medios de comunicación. Injustificable opinión, claro, pero que habla más de quien la profiere que del ofendido.

El riesgo de dejar publicada la columna de Schmidt era que un texto que todos en el diario consideramos chocante se convirtiera en la nota más leída de la corta vida del sitio (lleva 72 días). No era menor, pero correspondía asumirlo.

Una compañera del diario recordó un ejemplo reciente. The New York Times sufrió una crisis en junio de 2020 cuando publicó una columna que apeló a la intervención del Ejército para reprimir las protestas contra el racismo tras la muerte de George Floyd: récord de cancelaciones de suscriptores, rebelión entre periodistas del staff, ira popular y despido de un editor de opinión. La columna que encendió el repudio sigue allí.

Uno de los riesgos de dejar publicada la columna de Schmidt era que un texto que todos consideramos chocante se convirtiera en el más leído de un diario que lleva menos de tres meses de vida, como rebote de la reacción en las redes. Peligro no menor que habría comprendido una injusticia. elDiarioAR contiene muchas notas valiosas de las que sus periodistas se sienten orgullosos. En mi opinión, correspondía correr ese riesgo y utilizar las herramientas que brinda el soporte digital para aclarar que se trataba de una columna que la dirección reevaluó como inaceptable, y disponer de alertas para deslindar responsabilidades y links a las disculpas publicadas. Habría tiempo y espacio para réplicas, reprobaciones y matices, de propios y ajenos.

El camino es largo. El destino de este diario estará atado a su grado de compromiso con buenas prácticas periodísticas.  

SL - Editor de Política

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