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COLUMNA NÓMADE

Los detectives salvajes

Colin Farrell como Ray Velcoro, en "True Detective".

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Un amigo me escribe: “Vos sabés, desde que sos muy chico, que las cosas no tienen ningún sentido. Así que no veo por qué preocuparse”. Me quedé pensando en ese mensaje. No, me dije, hubo un momento en mi infancia en que pensaba que las cosas tenían sentido. Vivía bajo el paraguas de la percepción de mis padres, asimilaba sus creencias y sus certidumbres sin problemas: eso me gustaba. Sin embargo, mucho antes de entrar a la adolescencia, empecé a sentir que la vida no tenía ningún sentido. Había cambiado de piel. Ningún sentido transcendental, nadie que te esté cuidando, no había nada escrito en los sobrecitos de azúcar. Tampoco había señales en la arquitectura del cielo. Los libros sagrados habían sido escritos por hombres y mujeres. Moisés no era omnisciente, no podría haber narrado su propia muerte. No existen los milagros. El misterio es todo lo que todavía no podemos conocer. Me desconecté del tren de mis padres, que siguió andando solo hasta la estación más próxima. Mi madre se bajó enseguida, mi padre llegó hasta la última estación. 

Me gusta más la segunda temporada de True Detective que la primera. Porque de alguna manera es realista sin perder el misterio de la existencia. Vivimos en un planeta mucho más retorcido que Marte. El realismo debe haber surgido después del relato fantástico. La primera parte de mi vida fue fantástica, la segunda realista, la tercera temporada recién está empezando y hay que ver si tiene audiencia. 

La primera temporada de True Detective es adictiva porque tiene varias cosas muy efectivas (y resoluciones técnicas notables). Una pareja de detectives al estilo de Abbot y Costello o Mulder y Scully. En este caso los dos son hombres, uno es un tipo simple, posiblemente un votante de Trump sin conflictos, el otro acaba de padecer una tragedia –se le murió una hija, su matrimonio no resistió–, más que los designios de la astrología, lo que nos forma es lo que nos hacen y hacemos. Rust Cohle es pesimista y lee libros sobre filosofía y criminología: “Alguna vez me dijeron que el tiempo es un círculo plano y que volvemos una y otra vez al mismo lugar”. El que vuelve siempre al mismo lugar es Marty Hart, el otro detective que siempre le es infiel a su esposa, consigue el perdón oficial, y vuelve a caer: como en la paradoja de Rogger Rabbit, si alguien le inicia la secuencia de golpes, el tiene que terminarla aunque sepa que va a ser descubierto.  

En "Succession" no es necesario tener un master en economía para entender la serie. En "True Detective" tampoco hay que estar al tanto de las hipotecas basuras, los negocios inmobiliarios, eso es ruido de fondo, lo que importa es el sonido y la furia

Aunque True Detective trate sobre asesinatos, ritos satánicos y fuerzas sobrenaturales, en verdad lo que siempre se debate y vuelve interesante a la serie es el conflicto sobre por qué traemos hijos al mundo y qué hacemos después con esto. La Guerra de los Mundos, de Steven Spielberg, también –bajo una invasión extraterrestre– habla de esto, todo lo que tiene que hacer un padre para obtener la tenencia de sus hijos (atravesar carreteras en llamas, matar a un hombre, destruir una nave espacial, rescatar a su hija de adentro de esta, finalmente dejarlos sanos en la puerta de la casa de su ex). 

La segunda temporada de True Detective causó desazón en los fans. ¿Qué es un fanático? Alguien que no cree en lo que dice creer. Pero en los foros de internet le decían a Nic Pizzolatto (el show runner) cómo tenía que escribir la serie. Algo que algunos escritores tratan de escuchar: Seguí por ahí, seguí por ahí que vas bien. 

Ulises se ató al mástil y se tapó los oídos para no escuchar el canto de los trolls. No hubiésemos tenido al Dylan eléctrico, entre otras cosas. Pero Pizzolatto para la segunda temporada se inspira en The Wire, sigue ocupado en el tema de la paternidad –el detective Velcoro, interpretado por Colin Farrell de manera magistral, no sabe si es o no el padre biológico de su hijo– pero le agrega a esta obsesión en vez de sectas secretas, o –como en la última temporada hasta el momento, fantasmas sobrenaturales– el tema de la gentrificación, las formas en que la ambición de las personas construyen ciudades no para vivir mejor sino para beneficios propios, la polis ya no está hecha a imagen y semejanza del cielo, las ciudades celestes que vislumbró Calvino, sino del infierno. En la segunda temporada, el tiempo circular y plano –que era un concepto que sale de la boca de un personaje– es ahora un correlato objetivo concreto: las tomas aéreas de las circunvalaciones de las autopistas que parecen serpientes que comunican autos que llevan gente de un lado a otro. Tampoco son dos los antihéroes: son cuatro, tres policías y un mafioso. Se vuelve un relato coral. En Succession no es necesario tener un master en economía para entender la serie, en True Detective segunda temporada tampoco hay que estar al tanto de las hipotecas basuras, los negocios inmobiliarios. Eso es ruido de fondo, lo que importa es el sonido y la furia. 

La influencia mayor en la saga de True Detective es la narrativa de Roberto Bolaño, sobre todo el de 2666. Se ve en los diálogos, en la construcción de los personajes, en las estrategias estructurales del relato. Aunque la primera temporada suceda en los pantanos de Louisiana y la segunda en una ciudad inventada, Vinci, todo parece estar construido en el cerebro de un sociópata, la habitación cerrada, como lo llama el detective Cohle. True Detective se debería traducir como Los detectives salvajes.

FC/MF

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