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Opinión

La gran novedad de la presidencia Biden

Maria Odonnell Microhistorias rojo

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La presidencia de Joe Biden es excepcional porque con sólo asumir cumplió con la principal misión que tenía como presidente: sacar a Donald Trump de la Casa Blanca y llevar alivio a Estados Unidos y al mundo. También será excepcional porque, con 78 años, Biden tiene un único mandato por delante: anunció que gobernará cuatro años. Una reelección queda fuera de su alcance vital.

Puede parecer un dato menor, pero los ciclos electorales marcan el ritmo de las democracias y las reglas del juego son fundamentales para determinar su dinámica. De todas las reglas, quizás la más relevante sea la que establece cuánto tiempo puede permanecer un presidente en el poder. En Estados Unidos, como en la Argentina, la Constitución fija un máximo de dos mandatos consecutivos de cuatro años cada uno. Pero esa regla no se interpreta de la misma manera acá que allá. 

Allá se entiende que nadie podrá ejercer la presidencia por más tiempo que ocho años a lo largo de toda su vida. Acá se entiende que sólo cuentan los años consecutivos en el poder. Después de un intervalo, un ex presidente se siente habilitado a volver a intentarlo. Pasó con Carlos Menem, que gobernó por diez años y se presentó nuevamente en el 2003. 

El resultado es bien distinto. Allá los ex presidentes son figuras jubiladas para la política. Acá no terminan de jubilarse nunca.

En la vieja tradición de los Estados Unidos, perder la reelección también significaba el fin de una carrera política. No volvían a intentarlo nunca más, como sucedió con el demócrata James Carter en 1981 cuando perdió contra Ronald Reagan. El lenguaje de la política es cruel con la pérdida del poder: designa como onetermer (deuntérmino) a quien no logra reelegir y a los que están cerca del final de su ciclo, imposibilitados de ir por más, se los llama pato rengo (lame duck). Si el Congreso no lo inhabilita para ejercer cargos públicos y consigue postularse, Trump podría quebrar con aquella tradición también.

A Biden, cuatro años mayor que Trump, su edad lo obliga a ser un presidente de un término. La cantidad de decisiones que tomó apenas asumió el gobierno -un plan para frenar la expansión del coronavirus, cuarentena para extranjeros al ingresar a los Estados Unidos, el regreso a la Organización Mundial de la Salud y al Acuerdo de París, el freno a la construcción del muro con México- responde a la gravedad de la herencia que recibió. Pero esa sensación de urgencia, de que no hay tiempo que perder, se ve también potenciada porque es una administración con plazos más cortos.

De haber ganado Roberto Lavagna las últimas elecciones en la Argentina, podría haber estado en una situación similar. Como Biden, nació en 1942. Pudo haber sido un presidente con capacidad para convocar a una mesa de diálogo para promover algunos consensos básicos que el país necesita para salir del estancamiento, pero no llegó ni al ballotage. Macri (que agita la posibilidad de volver a pelear por la presidencia) y Cristina Kirchner (que ahora parece tentada con transferir el poder a su hijo Máximo) siguen siendo los dos polos principales de tensión de la política argentina. 

Algo sí cambió. En lugar de partidos políticos, de radicales y peronistas, ahora compiten coaliciones (el PRO, los radicales y la Coalición Cívica de un lado, y el kirchnerismo, el Frente Renovador y el resto del peronismo del otro). El problema es que las coaliciones suelen funcionar mucho mejor en los países que no tienen reelección. Funcionan mejor en Uruguay o en Chile, porque rotan más rápido en la presidencia y eso genera una expectativa de alternancia en el rol protagónico dentro de las coaliciones, aunque también puede pasar que al cabo de un intervalo vuelva el mismo presidente, como ocurrió con Michelle Bachelet y Sebastián Piñera. Seguramente, los radicales y Sergio Massa estarían más cómodos dentro de sus coaliciones si supieran que la siguiente candidatura les puede tocar a ellos.

Aclaro: no es una propuesta para Alberto Fernández. Si dijese que el suyo es un gobierno de un mandato, con las reglas de juego actuales, sólo sufriría una pérdida acelerada de poder y el país se haría ingobernable. Pero un presidente que de arranque se anuncie como un presidente por cuatro años, como Biden en Estados Unidos, o una regla que establezca con claridad que el tiempo máximo de permanencia en el poder es de ocho años, cambiaría por completo la dinámica de un sistema que en Argentina parece girar, como trompo, siempre sobre el mismo punto.

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