El último gran rasguño colectivo
La señora que me mostró el departamento en el que vivo señaló, dijo “barrita desayunadora” y yo fantaseé: jugo recién exprimido y los diarios de papel del domingo con los suplementos apilados según mi orden de lectura.
Nada de eso pasó. La barrita sostiene ahora mismo las facturas de Edenor y de Metrogas que todavía no guardé, una radio a pilas que va a servir para que me tranquilice la próxima vez que se corte la luz en todo el país y haya fila en las estaciones de servicio y dificultades para comunicarnos con los que amamos, los auriculares, los anteojos de sol, las llaves del auto, las de mi casa, las de la amiga a la que le riego las plantas, dos biromes negras trazo fino, cupones de descuento para comprar sábanas y toallas, la billetera, plata que no guardé en la billetera, alcohol en gel, alcohol líquido, una vela aromática y un diario que no soy capaz de guardar.
Dice “No habrá ninguno igual” y tiene una foto a 5 columnas. Maradona sonríe, hermoso y transpirado, con la Copa del Mundo en una mano y la cinta de capitán ya floja en el otro brazo. En la foto no se ve pero la Historia nos hizo aprenderlo: debajo de Maradona, el resto de los humanos. Los que lo llevan sobre sus hombros, los que corren a su alrededor, los que lo fotografían para siempre.
Hace dos meses que no puedo guardar el diario que confirma que Maradona está muerto.
No es que no lo puedo tirar. Esta es la casa de una periodista obsesiva y acumuladora. En estos placares están los diarios de cuando se murieron Alfonsín y Néstor Kirchner, el que tiene en la tapa a Romagnoli y Ortigoza levantando la única Libertadores que ganó San Lorenzo y la edición extra que imprimió Clarín la tarde del 11 de septiembre de 2001 con la foto del instante en el que un avión impacta en la segunda Torre Gemela. Están adentro de cajas, envueltos en plásticos para que no se pongan amarillos y se rompan lo menos posible.
Pero el de Maradona está sobre la barrita y no lo puedo guardar. Ya archivé otras facturas de Edenor, Metrogas y el ABL que llegaron desde el 25 de noviembre hasta hoy. Ya cambié de botella de alcohol líquido y de frasquito de alcohol en gel. Perdí los auriculares, los encontré y los volví a dejar sobre la barrita. Pasé una franela y Blem y me alegré más de lo que esperaba cuando sentí el olor del lustramuebles porque hace casi un año que sentir olores es señal de buena salud. Y el diario siempre vuelve a parar ahí. Lo corro, ordeno, limpio, vuelvo a desordenar y Maradona sigue en ese peaje en el que paro cada vez que entro o salgo de mi casa.
Se parece a cuando íbamos a la primaria y la maestra atravesaba el pizarrón con una raya. Una punta de flecha apuntaba para atrás, otra miraba para adelante, y a nosotros nos tenía que alcanzar para imaginarnos el paso del tiempo. Cada tanto, la maestra cortaba la raya larguísima con una perpendicular cortita o con una cruz: era el “Usted está aquí” de la Historia. A veces era que Colón había desembarcado en América, a veces era que los nómades se habían asentado en algún lugar y ahora eran sedentarios, a veces era la Primera Invasión Inglesa (así, con mayúsculas) y a veces, bien cerquita, la Segunda Invasión Inglesa.
La maestra nos iba hilvanando los hechos históricos a fuerza de anécdotas como la de haber rajado a los ingleses con aceite hirviendo desde los balcones y nos enseñaba, sobre todo, que el tiempo transcurre, inexorable, y que cada tanto ocurre alguna cosa demasiado importante y le hace un rasguño, una marca que las docentes o las enciclopedias virtuales del futuro van a enseñar aunque ya no existan los pizarrones.
Casi todas las tardes de los meses en los que la cuarentena fue más estricta y más desconcertante, miré el calendario del celular en algún momento de la tarde. Generalmente, entre las cinco y las siete y media. Era para saber si era lunes, martes, miércoles, jueves o viernes. Algunas tardes tuve que volver a hacerlo media o una hora después. El día ya se había vuelto a parecer demasiado al anterior y al siguiente.
Todavía no puedo guardar el diario en el que está impresa la muerte de Maradona, nuestro último gran rasguño colectivo. Lo veo todos los días y todos los días tomo la decisión de dejarlo en la barrita. Lo miro para que me avise qué era es: la era en la que Diego ya no está vivo y nosotros no podemos reírnos, enojarnos o ponernos a llorar porque dijo o hizo algo nuevo.
Sonríe, hermoso y transpirado.
JR
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