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Caso Massey y la violencia sexista en la gastronomía: el 30% de las empleadas del sector sufrió algún tipo de abuso

Pablo Massey, de 58 años, fue acusado de abuso por una ex empleada.

Laura Marajofsky

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“¿Es normal que Pablo le toque el culo a las empleadas?, contaba Trinidad Benedetti, pastelera empleada en el local La Panadería de Pablo, que le había preguntado a la encargada en su momento. La encargada le contestó que sí, y que tenía dos opciones, no hacer nada o pegarle una cachetada. Trinidad eligió no pegarle y quedarse hasta que consiguió otro trabajo y pudo irse, pero eso no le evitó sentirse abusada e incómoda al seguir trabajando allí en presencia del chef. 

Si sos un consumidor promedio, es decir, salís a comer y beber a bares y restaurantes y estás leyendo esto, probablemente te genere indignación o hasta sorpresa. Lamentablemente este tipo de situaciones son las que muchas mujeres y disidencias viven cotidianamente en la gastronomía en nuestro país. De igual modo, la forma en que se manejó el tema, según el relato de Trinidad, ya es práctica común en muchos lugares de Buenos Aires y del interior: naturalización de prácticas sexistas y abusivas, por parte de los superiores y entre compañeros, que se enmarcan en lo que se define como violencia laboral. La violencia laboral puede ser de índole simbólica, psicológica, económica y también física.

El detonante que llevó a esta joven de veinticuatro años a subir un video contando lo acontecido hace cuatro años fue ver que desde el mismo espacio que le había negado la contención necesaria en su momento, se ostentaba el trabajo con mujeres en sus cocinas. Vi unas historias de Rodrigo Da Acosta etiquetando a mujeres que trabajaron con él con un mensaje que era algo así como ‘el poder femenino siempre ha estado en mis cocinas’, y me descolocó por completo. En el video aparte de Massey aparecen mencionados otros empleados con distintos niveles de responsabilidad en la empresa (Rodrigo Da Costa, Nicolás Calderone, Joaquín Aramburu), que tampoco se hicieron eco de los reclamos.

“La Pana” es parte de la productora Mezcla que también tiene otros espacios en la ciudad como Casa Cavia, Carne y Orno.

La vivencia de Trini -hoy empleada en otras cocinas donde destaca que el ambiente laboral es distinto-, hace referencia a algo que es corriente en el sector, y que deja a las mujeres en una situación asimétrica de poder para reclamar o denunciar: un ingreso a edades muy tempranas, con poca experiencia y confianza como para defenderse. Además está la dependencia económica, que hace que por miedo a perder el trabajo, o bien, ser tildadas de conflictivas, muchas situaciones no se denuncien. Por tanto este suele ser el primer trabajo para muchas mujeres, que, en un ambiente de por sí precarizado e informalizado, quedan a la merced de situaciones como éstas y peores. Fue mi primer trabajo en un lugar copado, y el primero en pastelería. Amaba ese trabajo: dejé cuerpo, sangre, alma y mi dignidad ahí”.

Un secreto a voces y la complicidad en el rubro

Como era de esperarse el video explotó en redes, una herramienta cuestionada pero que pone a las víctimas en una situación de mayor visibilidad y alcance, y que deviene en último recurso para visibilizar violencias cuando las vías institucionales no responden. No tardaron en aparecer no solo más denuncias de mujeres que vivieron situaciones similares en La Panadería, sino, miles de relatos de otros lugares. Relatos que además se condicen con la experiencia cotidiana de las empleadas en gastronomía y que respaldan los pocos sondeos anónimos que hay sobre el tema en el país. 

Según datos de la Encuesta de Género en Gastronomía del Mapa de Barmaids & Afines (*) al año pasado, más del 60% de mujeres o disidencias en el sector se ha sentido incómodx o que no se la trataba de manera correcta en una entrevista de trabajo, y un 30% ha sufrido algún abuso en su trabajo (casi el 30% de jefes o superiores). Asimismo, el 82% declara conocer a otras mujeres o disidencias que estuvieron en situaciones similares de abuso físico o psicológico en su espacio laboral, y un elocuente 98,5% cree que al ambiente gastronómico le falta perspectiva de género.

En mi primera cocina, con 18 años, fui acosada sexualmente por el Chef. Un par de cocinas adelante, ya con 22, era rebajada verbalmente por el Chef. Resonaban las frases machistas ‘¿Qué se cree esta mina?’. Haciendo memoria, y ya con 13 años en el mundo gastronómico, reconozco el montón de situaciones de sexismo que viví por ser mujer. Lidié con eso con mucha fuerza mental y el objetivo siempre claro, una que otra vez, mandándolos a la mierda bien de frente, cuenta Victoria (31), chef que pasó por varias cocinas reconocidas acá y hoy vive en el exterior. 

De hecho, un “consejo” que se escucha bastante suele ser el mismo que le dieron a Trini: “mandalos a la mierda”, “hacete valer”, “el límite lo ponés vos”. Algo que también se le escucha a varias referentes de la cocina argentina, cuando cuentan cómo lidiaron ellas con situaciones desafortunadas o abusivas en el pasado. Sucede que no todas las mujeres tienen las herramientas o el temple para defenderse y poder seguir trabajando o hacer avanzar su carrera. Y tampoco deberían tenerlas. No debería depender de ellas el poder sentirse y estar seguras en sus espacios de trabajo. 

“Hoy más que nunca, debemos denunciar todo tipo de situaciones inapropiadas, compartirlas y comprender que ”lo que es costumbre“ también puede estar mal. Somos una comunidad cada día más fuerte y debemos utilizar todas las herramientas, desde la comunicación y la divulgación de información, para sentirnos cerca y acompañadxs”, dice Flor Lopez, barmaid de Mar del Plata. 

Actualmente las mujeres pueden contar con el apoyo de agrupaciones feministas y las redes sociales como canal de viralización de muchas de estas problemáticas, pero también es interesante analizar el rol que cumplen otros actores del ámbito, y las curiosas ausencias u omisiones. Llama la atención, por ejemplo, que tan solo unas pocas figuras públicas (hombres y mujeres) de la gastronomía salieran a pronunciarse al respecto (Soledad Barruti, Ximena Saenz y Mona Gallosi entre ellas). Muchos señalan amiguismo y obsecuencia por gran parte del rubro. “Si empiezan a saltar casos, pocos quedan en pie”, comentaba off the record a esta cronista otro chef de alto perfil. Casos así en el pasado han recibido poca cobertura y no han trascendido en medios masivos. De parte de A.C.E.L.G.A, una asociación de cocineros y empresarios ligados a la gastronomía de la cual Massey es parte, no hubo declaraciones.

Entonces cabe preguntarse también por el rol de los medios, que con una posición privilegiada para formar opinión solo dedican titulares o cobertura cuando hay alguna figura mediática implicada, pero evitan el problema de la precarización, el abuso y el sexismo, y la desigualdad endémica.

Un sector precarizado

Si esto no es algo nuevo, si estos relatos y los números no sorprenden, ¿qué se está haciendo para cambiar, o al menos intentar mejorar, este contexto de abuso e indefensión para las mujeres en el rubro? Si la gastronomía es uno de los servicios que mayor empleo genera en las ciudades y suele ser uno de los sectores de mayor índice de incorporación al mercado laboral, tanto por edad como por situación social, ¿por qué esta realidad persiste? ¿Qué tipo de políticas públicas, campañas o capacitaciones de género, para el caso, se están implementando en el sector más allá de los esfuerzos de unos pocos colectivos y comunidades desde la sociedad civil? 

Todos sabemos que este rubro nunca fue muy amigo de ponerse del lado de los empleados y la pandemia lo empeoró todo. Muchos bares cerraron y los que hoy han sobrevivido a la crisis todavía siguen sin aumentar sueldos, deben aguinaldos y ni hablemos de vacaciones pagas este año. Los días laborales han sido reducidos, el promedio trabajado son tres veces por semana y si sacamos cuentas la pandemia nos dejó a todos en un déficit económico”, explica Ingrid, gastronómica y emprendedora de Córdoba.

Más datos de la Encuesta del Mapa de Barmaids & Afines revelan que sobre las respuestas, en su mayoría de empleados provenientes de barra y salón, con títulos universitarios (36.7%) o terciarios (37.8%), poco menos de la mitad (48%) no está en blanco. Asimismo, la mitad declaró no tener ART (51,5%) y poco menos de la mitad tampoco tiene obra social (44,2%).

¿Y la responsabilidad del consumidor? Esta es otra arista del debate que se dió estos días en la esfera de las redes, con muchos planteando que había que dejar de ir a comer o consumir en estos espacios. Si bien el público puede hacer valer su consumo en forma de “voto” (“todo consumo es político” rezaban algunas consignas), parece un tanto injusto trasladarle el 100% de la responsabilidad al ciudadanos de a pie, cuando pocos parecen estar haciendo las cosas como corresponde en esta cadena de responsabilidades: el gremio y los empresarios, los dueños de los locales, los propios colegas o compañeros, los medios. 

Creo que hay muchos puntos de abordaje porque están ocurriendo muchas cosas, por un lado sabemos que la gastronomía es uno de los sectores más afectados por la pandemia, y que hubo una cantidad inmensa de cierres, más que nunca en la historia. Temo por el aspecto más comunitario, de una gastronomía que no esté tan atenta, sobre todo respecto a los inconvenientes que puede tener la precarización. Pero también creo que lo más positivo es la ampliación hacia la calle, el ganar espacio público y la vida que se ve hoy en las plazas y la gastronomía volviendo a tomar más la calle. Hoy en día vemos que la Ciudad vuelve a estar viva y que la gastronomía hace soporte positivo en base a eso. Así que creo que tenemos un gran panorama por delante que hay que cuidar y pensar”, señalaba Julián Díaz, gastronómico y dueño de bares y restos en la ciudad en diciembre.

No sería loco pensar que en un futuro el consumidor que busca estar cada vez más al tanto de lo que compra y come, ahora también empiece a incluir otra variable a factorear en la ecuación: una sustentabilidad humana con perspectiva de género. ¿Cuán variado es el staff de tal bar? ¿Hay mujeres y disidencias? ¿Cómo tratan al personal en aquel restaurante o cómo es la cultura del trabajo en su cocina? ¿Adhiere tal local a un protocolo de género que proteja tanto a los consumidores finales como al staff? ¿Cómo está la salud de los trabajadores del lugar? En algunos lugares como Europa o EEUU ya se están problematizando y pensando estas cuestiones de manera que repercuta positivamente tanto para los locales y las marcas como para los empleados. Por acá, sin embargo, estamos todavía un poco lejos de eso. 

El primer paso sin embargo es abrir el debate, por eso es tan importante el video de Trini. Restará ver si esta vez alguien escucha.

(*)El Mapa de Barmaids & Afines es una plataforma federal de visibilización y empoderamiento de mujeres y disidencias en la gastronomía profesional que funciona desde el 2017 mapeando gastronómicas en Argentina, y realizando acciones, investigación y actividades en género, salud y formación. También se encuentran presentes en Chile, Perú, México y Uruguay.

La autora de esta nota, Laura Marajofsky, es la founder de la plataforma Mapa de Barmaids & Afines.

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