Países prueban la semana laboral de cuatro días con mejoras en productividad y bienestar
El primer piloto nacional de semana laboral de cuatro días, impulsado por el gobierno de Islandia entre 2015 y 2019, arrojó resultados contundentes: no solo no cayó la productividad, sino que mejoró en la mayoría de los sectores. Desde entonces, se multiplicaron los ensayos en Reino Unido, España, Portugal, Alemania, Canadá, Estados Unidos, Australia y Japón. Las experiencias, variadas en su diseño, tienen un punto en común: trabajar menos no implicó producir menos.
En el caso islandés, más de 2.500 personas participaron en programas piloto del Estado y el Ayuntamiento de Reykjavík. Se mantuvieron los salarios y se redujeron las horas semanales de 40 a entre 35 y 36. Los trabajadores reportaron menor estrés, mejor equilibrio entre vida personal y empleo, y menos agotamiento. A partir de ese estudio, cerca del 86% de la fuerza laboral islandesa ya accedió a jornadas reducidas o con derecho a solicitarlas.
En 2022, el Reino Unido llevó adelante el mayor experimento mundial: 61 empresas y más de 2.900 empleados adoptaron el esquema 100-80-100 (100% del salario, 80% del tiempo, 100% del compromiso). El 92% de las firmas mantuvo la política tras los seis meses de prueba. Las ausencias cayeron un 65% y los pedidos de licencia por enfermedad bajaron un 71%. Además, las empresas vieron un aumento promedio del 35% en sus ingresos en comparación con el mismo período del año anterior.
En Portugal, el Gobierno socialista de António Costa inició en 2023 un piloto con 39 empresas voluntarias del sector privado. Aunque todavía no se publicaron resultados definitivos, el Ejecutivo adelantó que más del 80% de las firmas evalúan continuar con el esquema reducido. El modelo luso se diferencia por evitar la rigidez: cada empresa adaptó la reducción horaria de acuerdo con sus necesidades, a cambio de comprometerse a evaluar el impacto en productividad, salud y género.
España optó por financiar con fondos públicos la transición de pequeñas y medianas empresas. Con una inversión inicial de €10 millones, el plan piloto impulsado por el Ministerio de Industria apuntó a que las empresas prueben el modelo sin perder competitividad. Los primeros resultados, aún parciales, muestran mejoras en motivación, innovación y retención de talento.
En Canadá y Estados Unidos, varias empresas del sector tecnológico y servicios adoptaron el esquema con base en acuerdos internos, sin intervención estatal. Buffer, una firma de software, registró un 91% de empleados más felices tras un año de prueba. En Japón, el gigante Microsoft implementó en 2019 una semana de cuatro días con aumento del 40% en productividad. El Gobierno japonés recomendó oficialmente esta modalidad como forma de promover el bienestar y enfrentar la baja natalidad.
“Es una tendencia global que responde a una doble necesidad: mejorar la calidad de vida y adaptar el trabajo a una economía postindustrial, menos centrada en la presencia física y más en los resultados”, explicó Juliet Schor, economista del Boston College y una de las investigadoras del ensayo británico.
Los sindicatos también comienzan a incorporar el reclamo. En Alemania, el poderoso gremio IG Metall pidió en 2020 una semana laboral de 4 días para enfrentar la automatización y preservar el empleo en la industria. En Francia, donde la jornada de 35 horas rige desde 2000, los debates se reactivaron este año en medio del avance del teletrabajo y la fatiga laboral.
Las experiencias no están exentas de críticas: algunos expertos alertan sobre posibles efectos regresivos si no se garantiza la reducción para todos los sectores y no se controla la intensificación del trabajo. También existen dudas sobre su viabilidad en economías de menor escala o con altos niveles de informalidad.
Sin embargo, los resultados preliminares coinciden en que la semana laboral de cuatro días, bien implementada, puede ser una herramienta eficaz para mejorar el bienestar sin sacrificar productividad. A medida que crecen los desafíos del futuro del trabajo, la pregunta ya no es si es posible, sino bajo qué condiciones puede funcionar para todos.
En la Argentina, el debate sobre la reducción de jornada tomó impulso parlamentario en 2023, cuando se presentaron varios proyectos para acortar la semana laboral sin reducción salarial. Las propuestas, impulsadas por diputados del Frente de Todos y el Frente de Izquierda, incluían jornadas máximas de entre 36 y 40 horas semanales. Aunque perdieron estado parlamentario, abrieron un debate inédito en el Congreso.
La CGT y la CTA expresaron su apoyo a discutir la reducción como una herramienta para distribuir el trabajo y mejorar la calidad de vida, especialmente ante el avance de la automatización y los altos niveles de informalidad. Sin embargo, las cámaras empresarias rechazaron la posibilidad por considerar que encarecería los costos laborales, en un contexto económico de recesión e incertidumbre.
En el sector privado, algunas empresas de tecnología y servicios comenzaron a implementar esquemas de cuatro días en forma experimental, pero sin marcos normativos que acompañen el proceso. En 2022, una firma de software con sede en Córdoba redujo la jornada semanal a 36 horas, con resultados positivos en clima laboral y eficiencia, aunque sin datos oficiales sistematizados.
Con un régimen laboral aún basado en una ley de 1929 y sin cambios estructurales desde hace décadas, la Argentina observa las experiencias internacionales como posibles referencias futuras. En medio de un fuerte ajuste del Estado y flexibilización de derechos, el horizonte de trabajar menos sin perder salario parece distante, pero sigue en agenda gremial y parlamentaria.
JJD
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