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Un resumen semanal de política internacional a cargo de nuestro responsable del área de Mundo, Alfredo Grieco y Bavio. Serán diez puntos geográficos para pensar nuestro presente cada vez. Vías de acceso a una realidad que excede por mucho las fronteras de la Argentina.

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Gobernar por un Perú y doblar el Cabo de Buena Esperanza

Castillo, presidente electo de Perú

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Un resumen semanal de política internacional en mil palabras. Por Alfredo Grieco y Bavio.

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  1. Doscientos años de choledad. El 28 de julio de 1821, el Perú descubrió que la sorpresiva Independencia era un hecho ya pretérito y consumado. Como doscientos años después fue conducido a reconocer que la sorprendente victoria de un inesperado candidato de la izquierda pobre y provinciana en el balotaje del 6 de junio de 2021 era un triunfo limpio ya sin mella de demandas judiciales atendibles ni objeciones de conciencia honesta. El maestro Pedro Castillo juró este miércoles como presidente el día de las Fiestas Patrias que conmemoraban el Bicentenario de la República. Si completa su mandato, el poder de este quincuagenario que es el primero en bajar de la sierra chola e india hasta la costa oceánica para gobernar en la ex capital virreinal de Lima caducará fatalmente al fin del quinquenio. Una última, radical reforma constitucional peruana buscó extirpar caudillajes y camarillas con la drástica interdicción de toda reelección de cargos electivos. Es incierto si averió a los personalismos –el fujimorismo es el movimiento mejor organizado del país-; parece seguro que fragmentó y volatilizó la representación en el Congreso.
  2. Quinientos años de conservadurismo. La derrotada candidata de Fuerza Popular denunció como criminal el balotaje presidencial del 6 de junio, que las autoridades electorales le declararon perdido. Según Keiko Fujimori, un desdén limitado a apenas 44 mil votantes sobre un total de 17,6 millones constituía de por sí prueba del fraude y demostración de la ilegalidad de la elección. Que impugnó materialmente por cada vía administrativa y judicial garantizada, sin renunciar, siquiera, a la altisonante denuncia penal de su novato rival por venal complicidad narco y mezquina compra de sufragios baratos. El lawfare fallido hizo que el proceso de revisión del escrutinio fuera el más moroso y dilatorio en las últimas cuatro décadas, pero a Keiko los rigores del contralor, que ella había exigido y conseguido caprichosos y extremos, sólo le arrancaron una admisión formal, puramente verbal: la obviedad recalcitrante de que todavía no es presidenta la primogénita del más poderoso presidente del último medio siglo peruano, quien dictó la actual Constitución. El rehusar legitimidad alguna a su vencedor escamotea cuanto tienen en común. Ganador y perdedora profesan la fe católica. Ella fue educada en Lima en un oneroso colegio privado fundado por religiosos franceses en el siglo XIX; él es devoto de la Virgen de los Dolores, cuya bella imagen sufriente, donada por el emperador Carlos V, venera en la iglesia de la Cajamarca natal del político marxista-leninista-mariateguista.
  3. Cinco años locos que vamos a vivir. Fujimori y Castillo se oponen cerradamente a las políticas y perspectivas de género, a la interrupción voluntaria del embarazo, a la eutanasia. Aunque todo parecería indicar que si en el Congreso prosperaran, al largo del quinquenio del mandato presidencial, proyectos de ley que reconocieran tales derechos civiles, no los vetarían. Porque también son populistas. El mapa de votantes de Keiko en el balotaje (que perdió) en 2016 coincide con el mapa de votantes de Castillo en el balotaje (que le ganó) en 2021. Cinco años atrás era ella la populista, y demócrata neoliberal su opositor el empresario Pedro Pablo Kuczynski, que la venció, pero que fue derribado antes de completar los cinco años de su mandato. Keiko forzó su renuncia desde el Congreso en 2018 cuando pesaba sobre él la imputación de corrupto en la mega causa Odebrecht. En 2021, era ella la candidata del clima de negocios, la heredera de su padre que había saneado la economía y acabado con Sendero Luminoso, y su enemigo el terrorista nacionalizador. Sin embargo, la intimación de pago en votos por agradecimientos debidos no siempre resulta. Y aquellas regiones que más padecieron en tiempos del senderismo, desagradecidas, no votaron por la estirpe de su Libertador, sino en masa por Castillo.
  4. Ya vino la plaga. Las enfermedades son los viajes de los pobres, decía el asmático novelista francés Marcel Proust. Después del derrotero inmóvil y empobrecedor infligido en 2020 por el coronavirus, la sorpresa es la nueva rutina en vida política latinoamericano de este año, renovada más que reiterada en cada elección (EcuadorChilePerú) y en cada protesta (Colombia, Cuba). Indóciles al encasillamiento, las sociedades han avanzado, y la demografía se ha rejuvenecido mientras las clases políticas ignoraban las alertas de caducidad y gestionaban, para satisfacción de nadie, una peste más gris que negra, que más pacientes mata cuanta más edad, obesidad, diabetes cargan. Una bendición camuflada, menos jubilaciones y pensiones que pagar, menos cargas crónicas sobre la seguridad social y el gasto médico. Porque ha sido mayor la tasa de muertes donde es más agudo el resentimiento de juventudes famélicas por el piadoso y cuantioso tributo anual sacrificado al sistema previsional (existente) o donde las reformas de la seguridad social (inexistentes pero impostergables) les cortan las alas a los vuelos vistosos que gustarían a gobiernos y liderazgos con sus miradas en lo alto: Italia (especialmente Lombardía), Gran Bretaña, España, EEUU, Brasil, Perú, la India, Indonesia.
  5. Y empezó el éxodo de Egipto hacia las Tierras prometidas. Jair Bolsonaro se congratula en público de cuán bien cotizan los fondos privados de jubilaciones y pensiones brasileños. El presidente al que aburría coordinar una respuesta sanitaria federal a la pandemia, lo que le acarreó una investigación del Senado en curso en Brasilia y pedidos de impeachment en las calles de todas las grandes ciudades, evita completar la línea de puntos entre aquello que lo beneficia y aquello que lo amenaza, entre la liquidez derivada de que aportes de las generaciones activas no se drenen a la vida ociosa de generaciones pasivas y el más de medio millón de muertes por Covid-19. El carnívoro ex capitán del Ejército, por fundamentalista que luzca en su ideología derechista, es un populista pragmático que confía en que las elecciones se ganan con pan y nunca sólo con circo.
  6. En trono la noble igualdad. Los resultados de elecciones y movilizaciones latinoamericanas-generalmente indeseados por quienes prefieren llamarlos imprevisibles-, se corresponden a desplazamientos globales más amplios, pero no por ello más erráticos o titubeantes. Reclamos a los gobiernos y decisiones electorales reclaman una reorganización de las sociedades donde la igualdad sea la premisa mayor y el igualitarismo el instrumento del cuidado de primeros auxilios para la pobreza. No tienta la libertad liberal al pueblo cubano ni al colombiano, ni tentó la fraternidad socialista modelo siglo XXI al electorado ecuatoriano, y el chileno considera el modelo liberal un lastre, y está dispuesto a pagar mayor igualdad a costa de menos libertad, pero ya no más crecimiento con desigualdad, para la cual ha perdido la tolerancia aun si administrada en dosis homeopáticas. Decencia, atención a las necesidades de las personas comunes, fin de los privilegios y arrogancias de las élites, fin de una tributación poco equitativa, defensa del empleo, estímulos económicos a la base social, fin de monopolios empresarios, transportes y caminos accesibles, ¿no fueron los mismos apremios perentorios que abrieron para Trump la Casa Blanca en 2016, para Bolsonaro la Alvorada en 2018, que le inundaron París de chalecos amarillos a Emmanuel Macron mientras él departía con su homófono Macri durante el G20 porteño, efímera cumbre y clímax de la revolución cultural cambiemita?
  7. El verano de nuestro descontento. Las primaveras árabes de 2011 han cumplido su décimo y amargo aniversario. Entre todas, la de Túnez, que fue la primera, era la única que quienes las alentaron podían colocar en la vitrina de su showroom. El único logro, en verdad, que la volvía tan presentable era el de no haber recurrido nunca a la violencia inconstitucional para suspender temporariamente conflictos cuya reanudación cada vez más regular e impaciente ponía de manifiesto la baja calidad de los consensos que los había puesto a fermentar en una pausa. Esta semana, Túnez volvió a ser noticia: un autogolpe de Estado del presidente, que despidió al primer ministro de manera inconsulta y asumió el gobierno, arrebató su excepcionalidad a la sola excepción primaveral. Pero no nos adelantemos a los acontecimientos. Esta es la versión de la oposición y de la Legislatura que la representa. Elegido en 2019 con dos tercios de los votos, sexagenario, reposado, jurista profesor de derecho Constitucional, Kais Saied rechaza de plano la caracterización. La mayoría de la población parece apoyarlo.
  8. Los que tenemos unas manos que no nos pertenecen. Votaron en Túnez a Kais Saied, candidato independiente, antiélite, austero, que en público habla en árabe clásico, por confiar en que ‘Robocop’, como se lo ha llamado, significaría el fin de castas y el propulsor inflexible del igualitarismo y la redistribución. Como Bolsonaro, como Fujimori, como Castillo, como el presidente de El SalvadorNayib Bukele –un político de origen árabe con cuyo estilo personal de gobernar guarda analogías-, defiende la heteronormatividad. Como estos colegas, o aspirantes a serlo, no obstaculizaría iniciativas, como de leyes de uniones civiles o matrimonios igualitarios, de las que ante todo quieren dejar constar en actas una prescindencia que, de progresar, si al principio sería de ninguna ayuda, al final significarían su posibilidad de triunfo.
  9. El Cabo de Buena Esperanza. Al fin esta semana amainaron en Sudáfrica los saqueos que hacían las veces de manifestaciones a favor de Jacob Zuma, presidente de 2008 a 2019. La Justicia lo había sentenciado a prisión en un proceso en el que el defendido había agotado todas las instancias de apelación: este político personalmente encantador, idolatrado por sus bases zulúes, había sido el gobernante más corrupto de la historia sudafricana. Según el condenado, y la masa partidaria, el veredicto era una traición contra un compañero de Mandela y líder de la larga batalla contra el Apartheid. En Natal, Pretoria, Johannesburgo, murieron 300 personas, robaron todo en 50 escuelas públicas. Destruyeron miles de negocios, fueran blancos, ricos, con seguro antirrobos, o negros, pobres, sin ningún seguro ni seguridad. En los que vendían televisores, heladeras, telefonía, muebles, ropa, marcas, drogas y medicamentos, no quedó nada. Sólo resultaron sistemáticamente incólumes las librerías, lo que es elocuente. La cárcel de Zuma presume de causa de las rapiñas; ha sido su ocasión. En los saqueos era esporádica la voz y más aún el cartel que pidiera por la liberación o reivindicara la inocencia del líder septuagenario: su condena de Zuma fue elogiada como un paso contra la impunidad. En nada aligera aquellas desigualdades, cada vez más infranqueables, de las que el oficialismo, el de ahora el mismo que entonces –el presidente Cyril Ramaphosa fue el vice de Zuma- es responsable si no solo culpable.
  10. La dicha en movimiento. Al fin del Apartheid, el Congreso Nacional Africano (ANC), la coalición de Mandela, ganó las elecciones. En 1994, Sudáfrica era la economía más fuerte del continente, con excelente infraestructura, energía eléctrica abundante y barata. Hoy se parece más a Cuba. Los apagones son constantes, el agua potable falta, las cloacas desembocan en las calles, la corrupción municipal refleja la nacional, la indigencia crece, South African Airlines está en la bancarrota, el desempleo es del 43%. A diferencia de Cuba, donde el Estado tiene el monopolio de las armas de fuego, las balas son una causal mayor de muerte. Prendieron fuego a ómnibus y camiones, asaltaron hospitales y clínicas. En estas semanas, dañaron rutas y trenes. Las formas exteriores, las imágenes de manifestantes en acción, evocan las del estallido social chileno de 2019. Sudáfrica y Chile habían vivido como parias los largos años del supremacismo blanco y de la dictadura militar. El ostracismo internacional compartido acercó a sus gobiernos. Como también al de Paraguay, y a la dictadura entonces en el poder en Corea del Sur. Todos estos países también vivieron paralelas transiciones a la democracia. Esta semana, como de espaldas a China y a los JJOO de Tokyo, y ya potencia industrial y república ejemplar, Seúl relanzó el diálogo con una Corea del Norte más aislada que nunca por la pandemia. La Concertación en Chile y el ANC recibieron las economías más prósperas de sus subcontinentes heredadas de dos de los regímenes más abominables no sólo en esos continentes. Sudáfrica desmanteló antes el andamiaje institucional del Apartheid, se dotó de nueva Constitución, de nuevas leyes raciales que reconocían las diferencias étnicas de sus pueblos originarios, y de legislación que daba al Estado un rol central y sometía a la empresa privada a controles más estrictos. Chile, en cambio, vive aún hoy bajo la Constitución pinochetista de 1981, pero una Convención soberana está trabajando ya mismo para redactar una nueva Ley suprema, que incluirá todos y cada uno de los puntos étnicos, económicos, estatistas, impositivos de la temprana Constitución sudafricana de 1996. Entretanto, en otra vía paralela más, el Senado chileno dio curso a la Ley de Matrimonio Igualitario, inesperado entusiasmo legislativo del presidente derechista Sebastián Piñera. En 1821, después de las sangrientas guerras contra España, al asombro por la Independencia siguió la fe en un milagro. El mismo que iluminó Chile, el mismo que espera Castillo de un Congreso unicameral de 130 bancas que no domina, el mismo del que descree Sudáfrica pero afirma Túnez. El de que se puede vivir en paz, aunque jamás vaya a ser con armonía.

AGB

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