Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Charly & Charly: el fin de una época

Carlos Menem, junto a Charly García.

0

“El espectáculo es el capital en un grado tal de acumulación que se transforma en imagen”, escribió en 1967 el situacionista Guy Debord. Argentina necesitó 23 años para comprobar la hondura de sus intuiciones. El implante capilar de Carlos Menem fue la metáfora de aquello que se adhirió sobre el tejido social: un orden thatcherista mediatizado por imágenes. Él con Isabel Sarli o él con el  almirante Rojas. Él con Gina Lollobrigida o Claudia Schiffer, pero, también con una odalisca y un cantante de tango con el que entona “Como dos extraños”, con Xuxa, los Rolling Stones, Madonna y Maradona. Sobre el final de esa década de transfiguraciones Menem sumó a Charly García a su pesebre. 

Se conocieron en diciembre de 1998 durante la puesta de escena de “los personajes del año” de la revista Gente. Menem se ubicó en el medio, rodeado de Valeria Mazza, Zulemita, Mariano Mores, Estela de Carlotto, Fernando De la Rúa, Mercedes Morán, Martín Palermo: todo podía mezclarse, la comedia familiar con los familiares de desaparecidos. Charly se ubicó en una grada superior y sumó al bricolaje una gestualidad paródica, de ángel extraviado. Antes o después de la fotografía, el hombre al que alguna vez García había llamado “Nemen” y “Méndez”, se le acercó y, según quienes reconstruyeron la escena, dijo que había estado escuchando sus canciones. “A mí me gustás más vos que los Rolling Stones. ¿Por qué no te venís a Olivos?”, dicen que lo sedujo. Lo que primó en la invitación fue la idolatría, y eso es lo que rescató García: Menem “es un fan mío”. Juntos compondrían una verdadera sinfonía de adolescentes.

A Menem le gustaba escuchar tangos con Gerardo Sofovich y sus amigotes de la noche. Sintonizaban la radio y apostaban quién memorizaba primero el título de una pieza escuchada al azar. Esa jarana tenía un límite genérico, de diversión entre pares generacionales. El presidente quiso acoplarse al gusto de su hija y Primera Dama sustituta. Por eso convocó al casi cincuentón que utilizaba una remera con la efigie de Marilyn Mason a la residencia presidencial. Allí llegó el Charly alguna vez heroico que, como en la novela de David Foster Wallace (que en un fragmento remeda a “La metamorfosis” de Kafka), tuvo una pesadilla y al despertar, descubrió que se había transformado en una estrella del rock.

Entonces, en aquel año de augurios musicales de otra densidad (la Bersuit había editado “Se viene el estallido” y Fito Páez escribía “La casa desaparecida”), Charly fue a Olivos gracias a las gestiones de Fernando Szereszevsky, el encargado de prensa de secretario general de la presidencia, Alberto Kohan. A cambio, se ha sugerido, el músico habría recibido beneficios fiscales. Pero la trastienda del supuesto intercambio de favores es irrelevante frente a los significados de la representación conjunta. 

El 30 de junio de 1999, a pocos meses de abandonar el poder, Menem fue el anfitrión de un concierto de García, y hasta lo recibió con el brazalete de Say no more, que se parece al utilizado por el personaje de The Wall en la película de Alan Parker.

“Loco, este es el gobierno Say no more. La Argentina es Say no more. Copamos todo”, dijo Charly. “Aguante, aguante, aguante, aguante”, le cantó y, en ese entorno, suena como un himno a la resiliencia neoliberal. Como si se tratara de un fogón en una carpa beduina (basta observar las alfombras moriscas e imaginar qué techo había sobre sus cabezas), García castellanizó la barroca “A whiter shade of pale”, de Procol Harum. ¿Menem cabeceó? ¿Deletreó? ¿Marcó el ritmo con un pie o con un cubierto de plata? ¿Se habría atrevido a activar la mecha de un encendedor y levantar su mano o dejó que lo hiciera su hija? “Ahí a va cruzando el agua el viejo Poseidon”, cantó luego García con Pipo Cipolatti, y quizá la deidad de Anillaco asintió. De repente, Charly incluyó en su repertorio “Los Dinosaurios”, nada menos que frente al ejecutor de los indultos a los ex comandantes. Podría pensarse en un desafío, una mojada de oreja.  Nada de eso ocurrió. Es interesante el recuerdo del autor: “Le arranqué un par de lágrimas. Tenía el plan de tocar esa canción en su presencia para verificar si era humano o no. Es humano”, se lee en el libro sobre García de Daniel Riera y Fernando Sanchez.

El recital se grabó y hasta circuló informalmente como disco. Su fuerza no es musical sino documental. Charly dejó que el ambiente del concierto hilara los temas. Se escucha en el último track la ponderación de un asistente (“Hacen verdaderamente la fórmula”), a lo que Menem dice, “para el 2003”, y García, que no quiere ser menos, añade: “a cuatro manos, señores”. Lo que sigue, y de lo que ha quedado registro fotográfico, es un Menem que se acerca a un teclado y toca un acorde desplegado con un dedo, es el comienzo de un valsesito tradicional. Tres notas apenas bastaron para que lo aplaudieran. “Prefiero seguir siendo presidente”, dijo y lo festejan. Cipolatti propuso formar un triunvirato con los dos personajes principales. “La cosa con Menem me pareció una estupidez. Que alguien de la grandeza y el talento de Charly viniera a contarte la travesura de que se había tomado un pase en el baño de la Quinta de Olivos me parecía una paparruchada”, señala Francisco Cerdán en el libro 100 veces Charly, de José Bellas y Fernando García.

 “Lo que ves es lo que hay”, cantó García en un disco de ese 98, El aguante. Olivos puede verse como la diferencia entre la performance inane de García, y lo performativo, de Menem. El primero, a esas alturas, era, lamentablemente, puro ademán, el otro había llevado a cabo una revolución de raíz, convirtiendo su palabra en acto. Y como parte de esa fuerza, también convirtió a Charly en bufón de su larga fiesta de despedida del poder. En el Rey Lear, de Shakespeare, el bufón es uno de los pocos que se siente en condiciones de decirle la verdad al monarca. Y por eso, le canta: “los sabios tan burros se han vuelto/ que no saben ya cómo usar sus dones/ y son sus modos en verdad simiescos”. Y dice, además: “ahora eres un cero a la izquierda. Soy más que tú ahora: soy un bufón, tú nada eres”. García, en cambio, no hizo más que afirmar un poder que se desvanecía pero que, a lo largo de una década había tenido una fuerza omnívora capaz de devorarse todo lo que lo circundaba: símbolos, personas, discursos. Para citar al mejor Charly, el de “Inconsciente colectivo”, Menem había sidoel transformador que se consume todo lo que tenés”.

Szereszevsky cuenta que Charly fue a un acto de campaña de Menem en el teatro Coliseo cuando se largó la campaña por las presidenciales de 2003. “Estuvo en el camarín. Lo vio muy poca gente. Menem quería volver a ser presidente. Y fue ahí a acompañar. Bancaba al personaje, al tipo, al humano, no a sus políticas. Charly veía en Menem un tipo con códigos”, dijo. A Szereszevsky, interfaz entre Charly y Menem, le decían el turquito. Después de trabajar con Kohan pasó al universo administrativo de García. Todo un linaje se abre allí y llega hasta Palito Ortega, el cantante, sí, pero también el ex ministro de Menem, alguna vez némesis del líder de Serú Girán, encargado de su redención. Szereszevsky, en calidad de manager, y el autor de “La felicidad”, fueron artífices del regreso de Charly en 2008 después de 300 días de ausencia de los escenarios, frente a la Basílica de Nuestra Señora de Luján.

Si hay una canción que habla de todo eso es “Good Show (de las sombras a tu corazón)” que abrió el recital de Olivos: “Yo no te quiero olvidar, no soy un tibio en esta historia. Yo no te voy a olvidar, aunque hagan polvo con tu obra”. Ya casi nadie la recuerda, pero si, curiosamente, el jingle con el que Menem cerró su mandato (“él puede no haber hecho todo/pero que hizo mucho nadie puede negarlo”, subraya la voz principal mientras un coro, subrepticiamente beatle, dice el apellido palíndromo).

Esa permanencia sonora es parte de su triunfo más sutil y del duradero Gobierno del espectáculo.

Etiquetas
stats