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Opinión

La verdad es una, pero nunca toda

La última espiral de violencia entre Israel y Hamas

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Me dispongo a terciar entre la posición del canciller argentino, Felipe Solá, de condenar “la defensa desproporcionada de Israel”, que parte de la admisión del ataque proveniente de Hamas, grupo beligerante marginal a la Autoridad Nacional Palestina, que también se asume parte del conflicto desde la fundación del Estado de Israel refrendado por las Naciones Unidas en 1948 y que se mantiene en disputa y tregua permanente, sobre fondo de una negociación sin consecuencias en torno a la historia, el territorio y el porvenir de los pueblos que habitan la región que las influencias, junto a una negociación histórica, territorial y tregua, por medios bélicos, desde entonces. A la posición oficial del ministro de Relaciones Exteriores siguió una solicitada que publica la posición de un grupo de intelectuales y firmantes sin más rubrica que sus profesiones y cargos en la ciencia, la cultura y el arte. Nada que remita a contextos ideológicos o políticos que pudieran inscribir su denuncia en el contexto ideológico político que dé razón a sus denuncias y protestas, siguiendo la línea de condenar la reacción de Israel. Así, su principal demanda es que pare el bombardeo de ese origen sin abrir juicio sobre la contraparte ofensiva, igualmente destructiva de los habitantes de las dos sociedades civiles. Que el respetable sufrimiento de los pueblos escenarios de juegos que los trascienden, en un ajedrez que los usa de peones, sin más participación que ser espectadores de una guerra que rige de hecho desde el comienzo del conflicto sin cuartel y con el tácito fin mutuo de liquidar al adversario y reinar sobre la región.  

El sentido de terciar traduce mi intención de expresar la discordancia con ambas y proponer una perspectiva que referencia sus diferencias . Para una guerra se precisan uno o dos; para un debate, por lo menos uno más, como perspectiva y referencia a la ceguera de los trenzados en lucha.  

La urgencia vale para la acción, en tanto que la reflexión de sus causas tiene otro tiempo. Máxime cuando se enfrentan ejércitos estatales o, combatientes profesionales entrenados al efecto. Algo muy distinto a la lucha de piedras en las puebladas iniciales. O sea, los aprovisionados de ambos lados por la industria de armas, sin otra moral que la ganancia y la continuidad de las mismas y los dueños del tablero mundial que los mueve a su beneficio. Ahí es cuando las adhesiones debería dar testimonio de las soluciones que proponen para que ambas sociedades tengan un lugar en el mundo, de soberanía y autonomía para todos. 

Muy rápidamente, pues no es mi intención hacer historia sino aclarar los tantos con alguna perspectiva. Así, es evidente la trampa que la culposa burguesía europea les tendió a los palestinos, en complicidad con el resto de los países árabes, como indemnización por la barbarie de uno de sus miembros, el nazismo alemán, prometiendo un desarrollo y una modernidad solo destinada al pueblo israelí, al que había expulsado, con las “mejores intenciones”, de Europa. Una estrategia de aliarse como socio menor de los vencedores de la competencia por la hegemonía mundial a costa del atraso de las periferias sin lugar para participar del desarrollo y el progreso. Una verdad cierta por partida doble. Nadie regala nada, su hipoteca fue condenar a los dos pueblos a oficiar de cuña de Occidente en el Medio Oriente atrasado y aun feudal. Sus medios fueron ofrecer el espejismo de la atrasada pero prestigiosa revolución industrial para unos, y la vidriera del consumismo para los palestinos, desilusionados de no contar con un parecido Plan Marshall como el viejo mundo. El resultado es una conciencia refugiada en creencias y justicia redentora en el sacrificio. Mientras tanto, el resentimiento de los excluidos se refugiaba en líderes y caudillos, apostando a un capitalismo que prodigara consumo, pero al modo de los “señores de la guerra”. Totalitarismo, mártires y premios celestiales. Nada de la subversión tecnológica y la subversión cultural de los cambios en la familia, los nuevos conocimientos, las condenas al racismo y la liberación de la mujer y el respeto a la diversidad de identidades y géneros. 

Una contienda militar tratando de ablandar al adversario hasta hacerlo negociar, contar las bajas y restarlas de los votos ganados en las ligas mayores de la economía globalizada y la coartada del fin de las naciones y sus estados. En tiempos en que gozamos de una democracia formal que nada teme a las solicitadas, sin ahondar en el problema, levanta la moralista división entre malos y buenos, recurriendo a verdades a medias y falta de crítica política. Sin política, en una palabra. 

Nuestra historia es rica en ejemplos de similar empleo de la guerra civilizatoria y organizadora de la sociedad. Dios, Patria y Hogar era la bandera de los ejércitos cuando sus hazañas del exterminio de los naturales del desierto en pos de sus tierras, al igual que el genocidio de los paraguayos en triple alianza imperialista y la aventura de las Malvinas. Sin ser lo mismo, un aire de familia compartido se advierte entre el oportunismo de Benjamin Netanyahu, acosado por la corrupción y contrafigura de los kibutz, modelo ejemplar de una utopía posible a contrapelo de la barbarie fascista sufrida, a pura creatividad y solidaridad laboral. En tanto su contendiente, liderado por Hamas, por el prestigio de haber reunido a un pueblo sin alternativa política ni económica, salvo el Ideal religioso para alcanzar una identidad que solo un orden abierto y sin dogmas sería capaza de reconstruir una identidad menos primitiva que “la tierra” como principio y fin de un programa.  

Pensemos qué lógica aplicar para tomar posición en torno a la guerra. Qué hacer con la duda, la paradoja, o las antinomias. Desvíos de la razón a favor de falacias y retóricas tales como la del ad populorum, el pueblo nunca se equivoca, la ad capitis, la victoria absuelve las responsabilidades  y la ad democraticum, las mayorías mandan. 

Dilema, paradoja, falacia. ¿Contradicción o dialéctica? Dialéctica: dos premisas, la primera se critica y se exponen sus falacias, recién se integra con la segunda. En tanto la aporía es de imposible interlocución y síntesis al ser dos proposiciones de diferente sentido. Estado vs. Democracia Directa, apenas un ejemplo... Imposibilidad de inclusión sin participación en las decisiones vinculantes. Entonces, cómo negociar con creyentes en un solo dios verdadero y nada por fuera, o por encima de tal creencia. A excepción de sus respectivos proveedores, que no cuentan como infieles. 

Es que, se trata de todo o nada. La vida o la muerte. Amigo o enemigo. Sonríe dios, Ala o Jehová bendicen todas las armas.

La dialéctica no pasa por partir las diferencias por la mitad. La cortesía y, menos, la hipocresía no es un criterio de verdad. El diálogo entre dos poseedores de la verdad carece de igual ineficacia práctica que una pulseada.

En 1991, primera Guerra del Golfo, algunos alteramos el mito de la unidad para empezar a hablar. Por eso se convocó a un simple “No a la Guerra”, el argumento fue: “La guerra es el problema, nunca la solución”

Por eso, igual rechazo a la limpieza quirúrgica de los drones y sus agentes, que matan sin mancharse las manos, tanto como a los que se salpican cuando degüellan infieles.

El revolucionario Victor Serge, sobreviviente de innumerables prisiones y combates sin perder su voluntad de militancia, hasta que llegó a apreciar que para mantener sus principios debía retirarse de una lucha que los ahorraba frente a los medios. Luego de hacer las críticas al Partido Bolchevique, dueño de la verdad siempre en defensa de la Revolución, abandonó una práctica pervertida convencido de que la construcción de un “Hombre Nuevo” era incompatible con los métodos de la Inquisición. Ver sus Memorias de un mundo desaparecido y que su mejor aporte era denunciarla y sumar su crítica a los ya convencidos. El mundo que soñaba era del hombre fin del hombre, jamás su medio. 

Sin arriesgar chicanas, es para preguntar y preguntarse, cómo nuestra intelectualidad, racional y ética, formada en una educación laica y gratuita continuada en los subsidios del Estado a la formación superior, pudiera ser indiferente o llenarse la boca de protestas por la injusticias tan ciertas como lejanas, sin denunciar con la potencia de su lucidez la raíz política de sus causas: rechazar un sistema en el que no existe espacio de realización humana para todos por igual. Aquí y en el resto de planeta. 

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