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El siglo en estado de excepción

Tapa de revista Time sobre el año 2020.

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Terminó “el peor año de la historia”, como tituló la revista Time su última portada de 2020. El año que corrió el telón de lo que se imponía como normal y desnudó la magnitud de las crisis que atravesamos. Pero el calendario gregoriano no promete pócimas mágicas y el COVID-19, los eventos climáticos extremos y la desigualdad siguen golpeando. ¿Y si el 2020 fue sólo un tráiler condensado de la larga distopía que será el siglo XXI? 

La pregunta no nace de una ortodoxia del pesimismo. Las advertencias están al alcance de la mano desde hace tiempo. Ya en 1972, el informe Los límites del crecimiento, dirigido por la biofísica del MIT, Donella Meadows, anunciaba que, a falta de cambios de alcance civilizatorio, estaríamos abocados a inaugurar una época forjada por la irrupción de crisis globales interrelacionadas y confluyentes hacia una crisis ecosocial global. 

El año que corrió el telón de lo que se imponía como normal y desnudó la magnitud de las crisis. El calendario gregoriano no promete pócimas mágicas ¿Y si el 2020 fue sólo un tráiler condensado de la larga distopía que será el siglo XXI?

En la última década, la de mayores temperaturas desde que existen registros, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) presentó una serie de informes que destacaron que los fenómenos extremos como las olas de calor, la falta de agua dulce o las sequías que afectarán la producción de alimentos serían cada vez más devastadores y frecuentes por el cambio climático. En octubre de 2020, el Panel Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES) advirtió que, por la pérdida de biodiversidad, las futuras pandemias emergerán con mayor frecuencia, se propagarán más rápidamente, tendrán mayor impacto en la economía global y podrán causar más víctimas que la del COVID-19. Un estudio liderado por Gerardo Ceballos, de la Universidad Nacional Autónoma de México, demostró que atravesamos la sexta extinción masiva y, esta vez, no sólo es irreversible, sino que es la primera causada por la actividad humana. Como dijo Greta Thunberg: la casa está en llamas. Y la alarma está sonando desde hace rato, aunque algunos prefieran el silencio de sus privilegios blindados.

Sobran evidencias sobre la excepcionalidad climática y ecológica que atravesaremos en el siglo XXI. Consecuencias que afectarán especialmente a los mismos de siempre, incrementando las desigualdades, como demostró la pandemia entre los que vivían en contexto de hacinamiento, sin acceso al agua, o realizaban tareas de cuidado no remunerado. Porque los pobres, las mujeres o los viejos son lo que el poder normalizó como costo sacrificable desde la revolución industrial y la hegemonía capitalista posterior a la caída del muro de Berlín. Lo normal es que sigan perdiendo.

Aunque escuchamos mucho sobre la nueva normalidad, la lucha contra estas crisis parece crecer desde las disidencias. Del “que otros sean lo normal” de Susy Shock a la contrahegemonía de Gramsci, la magnitud de las crisis obliga a que las resistencias rompan las soluciones convencionales y se reconcilien con la potencia revolucionaria de aquello que está fuera del cuadro. Tomar la fuerza de lo natural y nuestro carácter excepcional para tejer redes diversas y resilientes, en lugar de monolitos de concreto homogéneo. Hablo de identidades, pero hablo también de tendidos eléctricos y de nodos de distribución de alimentos. Digo lo queer y también la rotación de cultivos. Pienso el patriarcado, porque pienso el extractivismo. La dominación normativa, nos enseña el feminismo interseccional, se combate reconociendo y empoderando lo excepcional.

La economista italiana Mariana Mazzucato sostiene que el capitalismo atraviesa una triple crisis: una sanitaria, una económica y una climática. “La buena noticia”, escribió Mazzucato, “es que podemos usar el estado de emergencia actual para comenzar a crear una economía más inclusiva y sostenible”. Así, por el COVID-19, el mundo discutió (aunque por única vez), impuestos a las grandes fortunas, ingresos ciudadanos universales o millonarios planes de recuperación verde. En el contexto de esta triple crisis, medidas que parecían excéntricas deben convertirse en permanentes. Necesitamos repensar nuestros modelos de desarrollo desde una perspectiva que supere el extractivismo voraz y priorice el buen vivir. Esta era exige que actualicemos nuestros paradigmas con un nuevo enfoque que potencie y visibilice las disidencias identitarias, energéticas, alimentarias y políticas, construyendo desde abajo un nuevo Pacto Ecosocial y Económico, como proponen Maristella Svampa y Enrique Viale para la Argentina. Si no nos convertimos en excepción reparadora, sufriremos las consecuencias excepcionales de la normalidad.

MF

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