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8M-Informe
Las ciudades también son machistas: las huellas del patriarcado en Buenos Aires

El monitoreo de la iluminación al ritmo de la circulación de las mujeres es un reclamo de quienes piensan una ciudad con perspectiva de género.

Julieta Roffo

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¿Escuchó hablar alguna vez de Alicia Cazzaniga? ¿Y de Clorindo Testa? Los dos son, junto a Francisco Bullrich, autores del proyecto arquitectónico de la Biblioteca Nacional, esa nave del brutalismo que asoma en Recoleta y uno de los edificios que construyen la identidad de Buenos Aires. Es altamente probable que el nombre de Clorindo Testa le suene y el de Alicia Cazzaniga, no. Que tenga asociado, incluso, el de Testa a ese edificio que se parece a lo que alguna vez iba a ser el futuro y el de Cazzaniga, que se ocupó no sólo de proyectar sino de producir la documentación necesaria para emprender esa obra, no.

Ítala Fulvia Villa, ¿le suena? Es la arquitecta argentina que pensó y diseñó el Panteón Subterráneo del Cementerio de la Chacarita, el más grande de la Ciudad. En ese espacio que empezó a pergeñarse en los años cincuenta, hay alrededor de 40.000 nichos para ataúdes y urnas de distintos tamaños: se trata de una obra arquitectónica destacada internacionalmente por haberse anticipado al brutalismo. Uno de los colaboradores de la arquitecta en esa obra fue Testa, a quien se le ha atribuido todo el Panteón más de una vez. Hay, por ejemplo, notas periodísticas sobre el panteón tituladas La obra monumental y subterránea de Clorindo Testa en la Chacarita que no nombran a Ítala Fulvia Villa ni una vez.

“Son algunos ejemplos porteños de los muchos borrones que han sufrido las mujeres a lo largo de la historia de las ciudades. La palabra patrimonio ya tiene un origen vinculado a lo que se hereda del padre, hay un concepto de patrimonio relacionado a los varones y a las grandes cosas, los grandes edificios, y no a la vida cotidiana, a los diseños y funcionamientos que permitieron que las ciudades fueran habitadas en el día a día. Eso desaparece de la historia”, dice Inés Moisset, arquitecta, investigadora del Conicet, y coordinadora del colectivo Un día / Una arquitecta.

“Históricamente las ciudades han sido planificadas y diseñadas por los varones y para los varones. En general, las ciudades resultan más adecuadas para los varones heterosexuales, cisgénero y sin discapacidades que para las mujeres, las niñas, las minorías sexuales y de género, y las personas con discapacidades. En este sentido, Buenos Aires no es una excepción”, afirma Florencia Sivelmaher, directora general de Gestión Pública para la Igualdad de Género de la Ciudad.

Esos borramientos de las mujeres en el acervo histórico porteño son una de las tantas huellas del patriarcado en el diseño y el funcionamiento de la ciudad, pero no el único. “Sólo el 5% de las calles que tenemos tienen nombres de mujeres. Esa misma subrepresentación se ve en los monumentos y los nombres de las plazas, por ejemplo. Es desigual la representación de las mujeres que forman parte de nuestra historia”, explica a elDiarioAR Clara Muzzio, ministra de Espacio Público e Higiene Urbana de la Ciudad. La mayoría de esas calles, además, se concentran en Puerto Madero: lo de ponerle nombres de mujeres a las calles empezó hace poco, y, por su ubicación, recorrerlas es poco frecuente para la mayoría de las personas que habitan o vienen a trabajar a Buenos Aires.

“Las desigualdades territoriales no están exentas de las desigualdades sociales en general, entre ellas, las de género. Las ciudades fueron pensadas por varones blancos cis héterosexuales, de acuerdo a sus necesidades, y las nuevas perspectivas apuntan a una ciudad más integral, pensadas también desde las mujeres, les niñes, las y los ancianos, las personas con discapacidades, las personas de género no binario. Pensadas a través de los usos y las necesidades de todas esas personas”, describe la geógrafa Daniela Guberman, que investiga -y enseña- el cruce entre la Educación Sexual Integral (ESI) y la geografía.

Gabriela Tavella es socióloga e integra la colectiva Ciudad del Deseo, que se formó hace dos años en una reunión en una plaza previa al 8M bajo una pregunta: cómo se podía pensar la ciudad en clave feminista. Iba a ser un proyecto a corto plazo. Tanto que el primer nombre fue Colectiva Efímera. Pero siguieron las reuniones, las acciones primero territoriales y después virtuales, y la investigación, así que cambiaron el nombre a uno que no anuncie el inminente final.

El diseño y la planificación urbana son parte de la cultura y la cultura está atravesada por la mirada patriarcal. Eso se refleja en muchos aspectos: ¿quienes diseñan? ¿quiénes toman las decisiones sobre la ciudad? ¿quiénes son jefes de cátedra en donde se enseña diseño y urbanismo?”, reflexiona Tavella. Y suma: “A la vez, en el caso de Buenos Aires y de todas las ciudades, hay muchas Buenos Aires en una, porque las desigualdades no son las mismas en todas las comunas. Se profundizan hacia el sur”.

“Tenemos la obligación de trabajar para darles visibilidad no sólo a los varones sino a todas las personas que usan y habitan la ciudad, y en minimizar el riesgo para que las mujeres podamos vivir la ciudad en la forma que queramos. Esto es, por ejemplo, a través del alumbrado para que no se generen espacios oscuros, la accesibilidad no sólo de sillas de ruedas sino de cochecitos, o en el diseño de refugios para esperar el colectivo: tienen que ser de acrílico para no generar zonas de sombra que puedan resultar peligrosas para las mujeres”, describe la ministra porteña.

Luciana Serrano también integra Ciudad del Deseo y tiene a mano ejemplos sobre esas zonas oscuras de Buenos Aires que desde el diseño, coinciden las activistas, las académicas y las funcionarias, deberían evitarse. “El túnel de Jean Jaures y Perón, donde ahora se hizo el Parque de la Estación, es un ejemplo. Es vehicular y peatonal. Al principio no le funcionaban las luces, después sí. El espacio para el peatón es estrecho, podés quedar encimado con el que viene de frente, si tenés un cochecito o una silla de ruedas no pasás, y a esto se le suma que está en la zona de una estación de trasbordo, lo que le agrega cierta percepción de potencial peligro o amenaza”, describe. Y suma: “No hay espacio de descanso por si lo necesita una persona mayor, por ejemplo, y no hay ninguna visibilidad del entorno”.

“Hay que buscar ideas y soluciones que sean situadas. Que respondan al territorio y a las personas que lo habitan. No hay un manual de la ciudad feminista ideal, porque ningún manual resuelve los problemas de la violencia patriarcal en el espacio urbano. Es importante decir esto: las soluciones de diseño no resuelven esa violencia, porque esa violencia no viene, por ejemplo, de la oscuridad, sino del patriarcado. Se deben buscar, sin embargo, soluciones para que las personas que viven en el territorio sientan que pueden usarlo”, explica Serrano.

“Los bajo autopistas son otro ejemplo. Las autopistas son grandes estructuras de movilidad urbana, pensando en un modelo de movilidad individual y privado, usado mayormente por varones. Las mujeres, según las estadísticas, caminan más y usan más el transporte público. En los bajo autopistas, especialmente los de la 25 de Mayo, hay canchitas de fútbol, estacionamientos de camiones, y poco movimiento. Son lugares que se perciben como inseguros por su poca vitalidad, y en los que, si se pensara en estimular la presencia, probablemente cambiaría la percepción”, destaca Tavella.

“Cuando uno cambia la mirada y la perspectiva empieza a ver cosas que antes no veía. En las ciudades las mujeres nos movemos, en general y por mandato social, de una manera menos lineal que los varones. Interactúan nuestras tareas productivas, las reproductivas y las de cuidado. Hay que mirar, entonces, si los lugares en los que una mujer hace combinación de los transportes son seguros, si están bien iluminados, si esa seguridad cambia de acuerdo a los horarios”, describe Mónica Colombara, que es geógrafa especializada en género.

“En muchos casos el transporte público no tiene previsto viajar con un cochecito. Tenés que subir primero con tu hijo y después con el carrito, o dependés de la ayuda de otra persona, sobre todo si, aunque haya escaleras mecánicas o ascensores, no funcionan, como pasa en muchas estaciones de subte. Eso y que todavía no estén repensadas, por ejemplo, las plazas para que una mujer se sienta segura al cruzarla a la noche son huellas del patriarcado en la ciudad, que fue creada desde un dominio masculino. Hay que pensar en lugares públicos que no sean solitarios, en los que haya vigilancia femenina y buena iluminación, basada en estudios sobre el ritmo en el que las mujeres se mueven en la ciudad”, describe Diana Lan, otra geógrafa dedicada a la investigación de género.

Después de esa reunión en una plaza, cuando se llamaban Colectiva Efímera, sus integrantes organizaron una actividad para la marcha del 8M que se venía. En una gran cartulina preguntaban “¿qué le pasa a tu cuerpo cuando transita de noche por la ciudad?”. Dos años después recuerdan bien las respuestas: “se me tensionan los hombros”, “camino más rápido”, “trato de no usar pollera”, “me saco los auriculares”, “me pongo los anteojos para ver mejor”, “me tranquilizo cuando escucho que los pasos de atrás son de una mujer y no de un varón”.

“En 2016 participamos de un estudio que se realizó en Buenos Aires, en Bogotá, en Ciudad de México y en Santiago de Chile, respecto de dónde estábamos parados en cuanto a inequidades de género en el transporte. Nos permitió saber que el 50 por ciento de las mujeres habían sufrido algún tipo de acoso o violencia relacionada a su género en el transporte público en los últimos 12 meses, y que todas las mujeres a lo largo de la vida lo han padecido. También nos mostró que las mujeres cambian sus itinerarios por motivos de seguridad, lo que implica más tiempo y más dinero, a veces con soluciones extremadamente onerosas”, dice a elDiarioAR Juan José Méndez, secretario de Transporte y Obras Públicas de la Ciudad.

“Vimos también que se producía un problema típico en todo el mundo. Mujeres que decían '¡Y sí, me dijeron una barbaridad! Pero ¿qué voy a hacer? Si quiero hacer la denuncia, llego tarde al trabajo'. Así, todas las cuestiones de violencia de género quedaban sin ser reportadas. ¿Por qué? Porque el Estado parecía no tener herramientas para facilitar ese reporte y además orientar acciones concretas. Lo primero fue lanzar la línea para denunciar acoso callejero y que se incorpore su señalización en el transporte público, así podías reportar rápidamente lo que estaba pasando, recibir algún nivel de asistencia y, con otras herramientas, ver si eso tenía que convertirse efectivamente en una investigación”, suma Méndez.

“Estamos trabajando en una guía para el diseño del espacio público, como plazas, parques y estaciones con perspectiva de género. Los principios que rigen esta guía ya los hemos utilizado en el diseño del Parque de la Estación, Plaza Clemente y el Parque del Elefante Blanco. Incorporamos rampas de accesibilidad, que benefician especialmente a personas con movilidad reducida y el uso de cochecitos, mejoramos la iluminación de las plazas con tecnología led, e incorporamos espacios de juego de riesgo reducido rodeado por asientos de descanso que permiten tener una plena visibilidad de los niños y niñas, para fomentar una mayor tranquilidad de los padres y madres”, explica la directora general de Gestión Pública para la Igualdad de Género del gobierno porteño.

Según Serrano, “la concentración de muchas actividades en lo que llamamos Centro o incluso Microcentro va en contra de la doble o triple jornada de trabajo que tienen muchas mujeres, porque todavía se ocupan muy mayoritariamente de las tareas no sólo reproductivas sino de cuidado; la pandemia hizo que el movimiento fuera más en las cercanías, pero en Buenos Aires el centro administrativo, financiero, laboral, de servicios y de dependencias sobre todo del Estado nacional sigue siendo uno”.

“Hay que pensar el hogar como un grupo de personas con actividades productivas, reproductivas y de cuidado. Todo eso constituye la forma de habitar no sólo ese hogar, sino el barrio y la ciudad. Las tareas de cuidado suelen estar invisibilizadas, por eso tienen escaso impacto en la toma de decisiones. Pero, por ejemplo, una mujer que tiene niñes en edad escolar necesita un espacio verde para el descanso y el ocio: en el sur de una ciudad que, de por sí, tiene pocos espacios verdes, la concentración es todavía menor. Entonces necesita un colectivo o un auto para poder llegar, puede encontrarse con un lugar con mala iluminación, y son variables que, sumadas, hacen a qué derecho a la ciudad se tiene”, cuenta Guberman.

Esa acumulación de roles que caracteriza más a las mujeres que a los varones y que no está remunerada se refleja en estadísticas. Según el Sistema de Indicadores de Género de Buenos Aires, en 2016 una mujer dedicaba 5 horas y media por día a las tareas de cuidado, y un varón, 3 horas y 36 minutos. Ocurre en una ciudad en la que, según cifras de 2010 el 44% de las mujeres eran jefas únicas de hogar, mientras que sólo 20,2% de los varones eran jefes únicos de hogar.

“La ESI no tiene que ser sólo genitalidad. Conviene que apunte a pensar el impacto que tienen distintas cuestiones culturales ligadas al patriarcado en nuestro día a día y en nuestras condiciones de vida. Hice que mis alumnos y alumnas de escuela secundaria relevaran en sus casas y con encuestas en la calle cuándo, para qué y a qué hora se usaban los espacios verdes. Encontraron que las mujeres con hijes iban temprano para la recreación familiar, y que volvían para hacer la comida. Los varones, con o sin hijes, iban después del trabajo, para entrenar y esparcirse ellos, que es el uso que detectaron en las mujeres sin hijes”, describe Guberman. “También encontraron que las mujeres con hijes tenían, además de ir al parque, otras actividades: ir al pediatra, hacer las compras, ir a visitar a la abuela”, suma.

En el aula, cuenta la docente e integrante del Instituto de Geografía de la UBA, “hay de todas las reacciones”. “Hay en principio como una resistencia por parte de la mayoría de los varones a ver esas desigualdades, que se desarma con los datos empíricos de los relevamientos. Tanto los que tienen que ver con sobrecarga de tareas de cuidado como los de la percepción de algunos lugares o situaciones de la ciudad como amenazantes. Esos se desarman cuando se les pregunta si en determinado escenario, como por ejemplo una calle oscura, sentirían la misma amenaza que una hermana”, explica Guberman.

“Cuando se concibieron las ciudades y durante mucho tiempo, la vía pública era para los hombres y las mujeres nos quedábamos en nuestras casas. Hay que abrir los ojos y empezar a ver las marcas que deja esa concepción, incluso hasta hoy. En la señalética siempre son todos varones: los de los semáforos, los que van a la escuela, los hombres trabajando. Recién en 2020, cuando hubo que señalizar por ejemplo áreas peatonales transitorias creadas en medio de la pandemia, empezamos a usar la figura de la mujer”, explica Muzzio, y suma: “Las mujeres también vivimos en Buenos Aires. Las últimas tres estaciones de subte que se abrieron tienen nombres de mujeres, estamos pensando en reemplazar nombres de calles de varones por otros de mujeres, o hacerlos mixtos, cortando en alguna parte del recorrido. Son cambios simbólicos que hacen a esta causa”.

En rigor, justo antes de que el CoVid-19 llegara a la Argentina, el gobierno porteño y Metrovías instaban a votar entre los nombres María Remedios Del Valle, Alejandra Pizarnik, Carola Lorenzini, Niní Marshall, Alfonsina Storni, Rosario Vera Peñaloza para acompañar el nombre de las nuevas estaciones de la línea E del subte: Correo Central, Catalinas y Retiro. En el sitio web de la empresa concesionaria aún figuran esos nombres y ninguno de alguna de esas mujeres.

Hay que prestar atención e incluso sospechar cuando vemos una apropiación de símbolos progresistas pero sin una transformación realmente inclusiva. La estación Carlos Jáuregui del subte es un ejemplo: es el nombre de un activista súper famoso -un luchador emblemático por los derechos de la comunidad homosexual argentina- pero la estación no cumple con ningún parámetro de accesibilidad. Lo verdaderamente inclusivo serían buenas rampas y ascensores para, por ejemplo, un cochecito o una silla de ruedas”, describe Serrano.

“Uno de los desafíos de este abordaje es construir un discurso público. Ya casi nadie discute que un femicidio es un femicidio, y eso fue por la construcción de ese discurso. Los feminismos tienen por delante construir ese discurso, en este caso respecto de la falta de perspectiva de género en el uso, el diseño y la historia de las ciudades. Se construye desde la academia, la militancia, el Estado y el territorio”, reflexiona Tavella.

Tal vez saber quiénes fueron Alicia Cazzaniga o Ítala Fulvia Villa, o que caminar rápido y sin auriculares cuando está oscuro les pasa a tantas mujeres, sean apenas dos de todas las posibles puntas del ovillo.

JR

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