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El hombre que compró un motel para espiar a sus huéspedes teniendo sexo (y cómo engañó a un mito del periodismo)

Gerald Foos, el voyeur que compró un motel para espiar a sus huéspedes

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“He visto expresarse casi todas las emociones humanas, con toda su tragedia y su humor”. El 7 de enero de 1980 un hombre que entonces prefería no revelar su identidad le escribió a Gay Talese –a esa altura y hasta la actualidad: un auténtico mito del periodismo estadounidense– para contarle que había sido durante 15 años propietario de un motel en Denver en el que se dedicaba a espiar a los huéspedes. Sin más, se autoproclamaba como un “voyeur” que estaba interesado en indagar la sexualidad y revelaba el mecanismo que había armado para llevar adelante su misión: un ático instalado en medio del techo a dos aguas de la construcción que pretendía ser un falso sistema de ventilación con rejillas que desembocaban en las habitaciones. 

Desde las alturas y, con toda la precaución posible, –llegó a alfombrar la buhardilla para que los ruidos por sus movimientos no generaran sospechas en los huéspedes– el voyeur contaba en su carta que espiaba a quienes se alojaban en el lugar, especialmente cuando tenían relaciones sexuales. Después, el hombre, que se describió ante el periodista como “un investigador de las conductas humanas”, tomaba nota sistemáticamente sobre lo que ocurría en los cuartos y volcaba la información en sus Diarios del voyeur, unos cuadernos con cientos de páginas colmadas de detalles sobre masturbaciones, orgasmos, tríos, movimientos íntimos de los pasajeros que pasaban la noche en el motel y todo tipo de práctica sexual que tenía lugar puertas adentro.

Por esos días Talese estaba promocionando su libro La mujer del prójimo (Thy Neighbor's Wife) y había quedado en el imaginario público como uno de los grandes analistas de la sexualidad estadounidense porque para esa publicación y algunos artículos que venía escribiendo a finales de los años ‘70 había estado de incógnito en comunidades nudistas y explorado en territorio, mediante entrevistas y perfiles a diversos personajes, distintos tipos de prácticas íntimas a lo largo y a lo ancho de su país. No le resultó sorprendente, entonces, que el voyeur de Denver lo contactara para contarle su experiencia.

“Casi todos los periodistas son incansables voyeurs que ven los defectos del mundo, las imperfecciones de la gente y los lugares”, señaló Talese décadas después al analizar la atracción que le generaba el hombre de Denver y agregó: “Incluso ahora, con 80 años, me identifico con las personas sobre las que escribo”.

Sin embargo, y tal como escribió en su libro El motel del voyeur años después, el periodista no dejaba de sorprenderse por el nivel de detalle y el desparpajo con el que el voyeur relataba sus prácticas ante un desconocido.

“No recuerdo a nadie que me exigiera menos esfuerzo a la hora de arrancarle sus secretos”, escribió Talese, que estaba acostumbrado a que sus entrevistados fueran más bien reticentes a la hora de abordarlos.

Al poco tiempo de ese primer contacto, el periodista, que es una suerte de dandy de Nueva York y pasea elegantísimo por la ciudad en traje y corbata, viajó a Denver por trabajo y aprovechó para encontrarse con aquel hombre misterioso que le había escrito.

Según relató en su libro, vio por primera vez al voyeur en un aeropuerto. “Bienvenido a Denver– le dijo cerca de las cintas que cargan valijas un hombre de anteojos y muy pintoresco, según su descripción– Soy Gerald Foos”.

Así empezó una extraña amistad entre el mito viviente del periodismo y el dueño del motel. En esa primera instancia, sin perspectivas de publicar la historia porque el voyeur insistía en que no quería que su nombre saliera publicado, los hombres conversaron y Talese llevó adelante una entrevista.

“El tema del sexo despertó en mí una gran curiosidad desde el inicio de mi adolescencia (con todos los animales que hay en una granja, ¿cómo se puede evitar pensar en el sexo?)”, lanzó Foos en la conversación y luego contó que de pequeño estaba obsesionado por una de sus tías, la hermana menor de su madre, a quien vio sin ropa. “Fue la razón por la que empecé a masturbarme”, le relató a Talese.

Luego señaló que, antes de comprar el motel Manor House, ubicado al 1200 de la calle East Colfax en el pueblo de Aurora, él ya tenía una suerte de carrera voyeurística, que compartía con su esposa de entonces, Donna Strong.

“Mi manera de encontrar la felicidad absoluta era ser capaz de invadir la intimidad de los demás sin que ellos lo supieran”, afirmó Foos y contó que con Donna salían muchas veces de “excursión voyeurística” por barrios o lugares donde sabía que podía encontrarse con gente teniendo sexo. “Como era enfermera, de alguna manera ya lo había visto todo y nada de esto la escandalizó”, señaló.

Así fue que, según su relato, Donna no se sorprendió en absoluto cuando a finales de la década de 1960 quiso comprar el motel e instalar el ático al que en más de una ocasión él señaló como su “centro de observación”. De hecho, le contó al periodista que muchas veces su esposa se acercaba a la noche, después de largas jornadas de voyeurismo, con comida o bebida y lo despertaba si había quedado dormido.

El periodista, que siempre se definió como alguien curioso, le pidió a Foos en ese primer encuentro cara a cara que lo llevara al motel a conocer el ático donde espiaba a los huéspedes. Talese, junto a Foos, vio en esa ocasión a una pareja joven teniendo sexo oral. Para intentar visualizar mejor, el autor de Los hijos se agachó, con tanta mala suerte que su infaltable corbata se metió por la rejilla y se asomó por el cuarto. El voyeur, astuto, al detectar el movimiento tomó a Talese de inmediato por la espalda y lo tironeó para que la corbata no llamara la atención de los amantes, que no llegaron a enterarse de lo que ocurría arriba de sus cabezas. Talese fue al desván algunas jornadas más en las que, según sus descripciones, se aburrió un poco y volvió a su ciudad.

Meses después, un día revisando su correspondencia el periodista encontró una carta de Foos: el espía le había enviado 19 páginas de sus Diarios del voyeur, un material que, según prometía, tenía anotaciones sobre la actividad sexual en el motel durante casi quince años.

Los cuadernos comienzan con la compra del Manor House, y el año anotado por Foos es 1966. El 24 de noviembre de ese año, de acuerdo a los apuntes del voyeur, “el laboratorio de observación se ha completado”.

“Entre el día de Acción de Gracias y Navidad de 1966 [Gerald Foos] pasó el tiempo suficiente para observar cómo 46 de sus parejas participaban de algún tipo de actividad sexual”, relató Talese al leer los apuntes de su entrevistado. 

“Mis observaciones indican que la mayoría de la gente que sale de vacaciones se pasa el día amargada”, afirmó en sus diarios el dueño del motel.

Los fragmentos de los diarios siguieron llegándole a Talese durante 1980. El periodista leyó historias sobre veteranos de Vietnam que asistían con heridas al motel y conmovían a Foos en la intimidad, gente que comía en las habitaciones y se limpiaba en la alfombra, perros –los visitantes más detestados por el voyeur– que ensuciaban los cuartos, fumadores que lo enojaban.

“Mi voyeurismo ha contribuido enormemente a convertirme en un pesimista y detesto este condicionamiento de mi alma”, escribió Foos, que de acuerdo a sus registro llegó a espiar a 300 huéspedes por año.

Lo enfurecían, entre otros, quienes optaban por mirar televisión en lugar de tener sexo. “Nos hemos convertido en un país de fanáticos de la televisión”, escribió indignado en una ocasión, luego de una jornada de voyeurismo.

Entrada la década del ‘70, las anotaciones del voyeur dan cuenta de numerosos cambios sociales. Foos señala, entre otras cosas, que el sexo interracial ya no escandaliza a nadie, que algunas prácticas se vieron “revitalizadas” a partir del estreno de la película pornográfica Garganta profunda y que los clientes del motel ya no temían al registrarse de a tres.

“Mis observaciones indican que la mayoría de la gente que sale de vacaciones se pasa el día amargada”, afirmó en sus diarios el dueño del motel.

Talese siguió recibiendo correspondencia del voyeur durante años. Sin embargo, el hombre de Denver insistía en que quería contar su historia a un medio pero no pedía que su nombre saliera publicado.

Algunas entradas del Diario del voyeur de finales de los ‘70 sorprenden a Talese. En algunos pasajes, el hombre habla de sí mismo en tercera persona, en otros revela mucho de su infancia y su juventud, más allá de lo que observa desde su ático.

Después del primer encuentro del periodista y Foos, que tuvo lugar en 1980, y tras años de intercambiar llamadas telefónicas y cartas, la correspondencia entre ambos se cortó.

El periodista emprendió numerosos viajes para sus artículos, investigaciones y libros y el voyeur quedó algo olvidado.

En 2012, la noticia de una masacre en Aurora, cerca de Denver, la ciudad del motel de Foos, impactó a la opinión pública estadounidense y también a Talese: un joven ingresó armado a un cine en el que se proyectaba una película de la saga de Batman, mató a doce personas e hirió a 59.

De inmediato Talese se contactó con su viejo amigo y retomaron el vínculo. Entre otras cosas, el periodista supo que la primera esposa de Foos había muerto y que el hombre se había vuelto a casar. También se enteró de que el voyeur había vendido su motel (le contó que tuvo que desarmar completamente la estructura del ático para que el comprador no sospechara de sus prácticas) en 1995 y que se había retirado totalmente de ese negocio.

Jubilado y ya sin miedo de darse a conocer, en 2013 Foos aceptó que el periodista contara su historia con todo detalle, con su nombre y su apellido.

El periodista leyó historias sobre veteranos de Vietnam que asistían con heridas al motel y conmovían a Foos en la intimidad, gente que comía en las habitaciones y se limpiaba en la alfombra, perros que ensuciaban los cuartos, fumadores que lo enojaban.

Talese, que tiempo antes había hablado con los editores de la revista New Yorker, encaró la tarea con gusto: escribiría un artículo y luego un libro sobre el voyeur. Por esos días, los documentalistas Josh Koury y Myles Kane, fascinados por el legendario periodista y por la historia de Foos, propusieron registrar todo el proceso de investigación, entrevistas y edición, algo que las dos partes aceptaron.

Talese volvió a viajar para ver a Foos personalmente y se encontró con un hombre menos vigoroso que unas décadas atrás. Tenía 78 años. Estuvo en su casa, conoció las numerosas colecciones del voyeur (desde figuritas deportivas hasta armas y muñecas: todo acumulado en la casa que ahora compartía con Anita, su segunda esposa).

A medida que iba escribiendo el texto y revisaba los apuntes, además de los diarios de Foos, Talese y los rigurosos fact-checkers de New Yorker empezaron a encontrar inconsistencias en el relato. Una de las principales estaba vinculada con las fechas de adquisición del motel.

Según se detectó, el boleto de compra-venta tiene fecha de 1969 y no de 1966, como figura en los escritos de Foos, que había anotado supuestos episodios transcurridos en las habitaciones desde ese año y hasta mediados de la década de 1980.

Otra de las incongruencias más graves que encontraron fue el relato de un supuesto asesinato que tuvo lugar en uno de los cuartos del motel. Con todo detalle, Foos escribió que un día detectó que uno de los huéspedes era un dealer de poca monta y decidió meterse en su habitación y tirar por el inodoro la droga que guardaba

Al regresar, el hombre notó la falta y culpó a su novia. Después de una discusión intensa, según escribió Foos en sus diarios, el hombre empujó a la joven, la sofocó, la dejó tirada en la habitación y huyó. Desde su ático, el voyeur fue testigo del supuesto episodio. Pero, de acuerdo con su relato, Foos nunca pensó que la mujer hubiera muerto, simplemente creyó que había quedado algo perturbada por los golpes y entonces prefirió no interferir. En los diarios se relata que al día siguiente fue la esposa de Foos quien encontró a la joven. Estaba muerta.

Tanto Talese como los verificadores de datos de la revista buscaron en los archivos policiales y en los medios de la época. No apareció absolutamente nada registrado, ningún caso similar, pese a que el voyeur había escrito que avisó de inmediato a las autoridades de lo ocurrido en su motel.

Estos vaivenes quedaron registrados en el documental de Koury y Kane, que tiene los testimonios de editores de la revista y del libro de Talese y está disponible en la plataforma de Netflix con el nombre de Voyeur. También puede verse allí un escándalo mayor: en 2016, apenas se publicó el artículo en la revista y una semana antes de que el libro El motel del voyeur saliera a la venta, un periodista del Washington Post descubrió otra mentira más de Foos que dejaba muy mal parado a Talese: el voyeur había vendido su motel a un hombre llamado Earl Ballard, en algún momento de 1980, por lo que los años de supuestas jornadas voyeurísticas no terminaban de encajar con las historias que él había contado.

Talese contactó de inmediato a Ballard, quien le aseguró que de todos modos le había permitido a Foos durante mucho tiempo seguir teniendo acceso al ático. Pero el daño ya estaba hecho: el libro estaba en la calle y el periodista sintió que su reputación era insalvable.

Foos, en su casa cerca de Denver, estaba enojado con Talese porque sintió que había revelado mucho de su vida presente, sobre todo lo vinculado con su colección de objetos, que, según su explicación, valían una fortuna.

“No voy a promocionar mi libro. ¿Cómo podría si mi credibilidad acaba de terminar en la basura?”, dijo Talese por aquellos días. Las siguientes ediciones del libro, que de todos modos continuó a la venta, se imprimieron con un anexo en respuesta al escándalo después de las revelaciones del Washington Post.

Con el paso del tiempo, Talese se reconcilió con su trabajo y lo defendió. Llegó, incluso, a dar algunas entrevistas para difundirlo y el caso se estudia en escuelas de periodismo. Las preguntas tienen eco hasta hoy: ¿qué pasa con los textos periodísticos basados es una única fuente? ¿Qué recursos tienen los periodistas cuando sospechan que sus interlocutores no cuentan todo lo que deberían? ¿Vale todo para contar una historia fascinante?

Hacia el final de su libro, el periodista asegura que la figura de Foos, a quien describe como “un maestro del engaño”, queda algo demodé en un mundo como el actual, en el que se vive recopilando información privada de las personas.

En uno de los últimos diálogos que tuvo con el voyeur, éste se manifestó indignado con que el gobierno de los Estados Unidos tuviera información de la vida privada de las personas y dio su apoyo al ex empleado de la CIA, Edward Snowden, quien en 2013 había revelado a los medios documentación clasificada sobre proyectos de vigilancia masiva por parte de su país.

“Mi propósito nunca fue criminalizar a nadie, nunca expuse a nadie en público –le dijo Foos a Talese, que lo escuchaba atento–, apenas soy un pionero de la investigación sexual”.

Esta entrega de Impostores está dedicada a Carlos Busqued que se reía con estas historias y que, con sus comentarios, me hacía reír a mí.

AL

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