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Opinión

La foto testimonial para el cupo femenino

Alberto Fernández con gremialistas y empresarios en la foto que fue cuestionada por Vilma Ibarra.

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Hace algunos años se popularizó un blog llamado congrats, you have an all male panel”, que juntaba fotos de eventos de todo el mundo donde los únicos expositores eran varones cis. Al lado de cada foto, salía una divertida calcomanía del estelar Baywatch David Hasselhof con el pulgar arriba y el nombre del blog, a manera de irónico sello de calidad. El blog se burlaba de una realidad patriarcal insoportable: los varones cis suelen tener la palabra pública y muchos más lugares de poder y reconocimiento que las mujeres. 

Las feministas nos hicimos muy ágiles en rechazar esa clase de convocatorias a través de redes y medios. Cada vez que aparecían esas fotos de reuniones oficiales hacíamos toda clase de críticas, desde comentarios serios e indignados hasta algunos divertidos como “mucho olor a huevo” e incluso recordábamos la histórica frase que Christine Lagarde le dijo al ex Ministro Nicolás Dujovne cuando vio al equipo económico del ex presidente Macri: “You look short on woman”. Debimos ser muy eficientes, porque a mediados del año pasado, el Poder Ejecutivo hizo oficial la presentación de un protocolo ceremonial con perspectiva de género que especifica que todas las audiencias de más de 4 personas con el presidente deben ser celebradas con 33% de mujeres.

Las fotos de puros tipos se hicieron cada vez más extrañas y anacrónicas, aunque todavía las hay. Esa imagen lamentable de hace apenas unos meses que mostraba la reunión de Alberto Fernández y algunos de sus ministros con la UIA titulada “el Presidente se reunió con empresarios y sindicalistas”, tuvo tanto repudio que parecería no volver a repetirse. En su momento, hasta la Secretaria legal y técnica del Presidente, Vilma Ibarra, tuvo que salir a levantar la voz por lo absurdo que era que ni el ejecutivo ni representantes de sectores sindicales y empresariales tuvieran mujeres, así fuera para la foto. Todas celebramos la escasez de esas imágenes y la eficiencia de nuestros repudios como una victoria simbólica muy contundente. Yo también. 

Unas semanas atrás, una compañera que cumple un rol legislativo -excelente profesional y mucho más capacitada que la mayoría de sus compañeros y superiores, como casi todas las mujeres en espacios públicos y políticos que conozco-, me contaba que se había incomodado porque la habían invitado a un evento de altísimo rango solo para que saliera en la foto. Por supuesto que nadie se lo dijo explícitamente, pero ella era la única mujer y el tema no era su área de expertise. En su momento yo le di un abrazo optimista. Está bien, le dije, es mejor ocupar cualquier espacio a no ocupar ninguno. No importa cómo llegues, le repetí, lo importante es que vas a estar ahí y quizás puedas hablar y ser tomada en cuenta y valorada como deberían haberte reconocido hace tiempo. Es un avance, la consolé, que al menos no quieran el escrache en Twitter (del que eufóricamente he participado cuando se trata de fotos de eventos en las que solo hay hombres cis) y te inviten así sea para la foto.

Ahora me resulta injusto haberle dado ese consejo. ¿Es suficiente? No. No lo es. Y además es tremendamente humillante. Seguramente lo fue para ella, como lo ha sido para mí y como lo ha sido para todas las mujeres que conozco que muchas veces tenemos que ocupar lugares testimoniales que con condescendencia y temor nos abren, pero no participar de las reuniones, de las discusiones, del poder. A veces pienso que deberíamos dejarlos sacarse sus fotos de mierda solo con hombres y rehusarnos al rol simbólico. Que ya no estamos para eso. Que hasta que no nos inviten con voz y voto se tengan que aguantar nuestra burla en todas partes y el bochorno. Después pienso en que la foto esa sería arcaica y que mal que bien es un avance, diminuto, injusto, pero hay que ver el vaso medio lleno. Nosotras siempre tenemos que ver el vaso medio lleno. 

La última vez que fui invitada para una foto ya no me sentí alegre y agradecida por haber logrado ese lugar, cualquiera que fuera, y poder estar en una reunión en la que todo el mundo me trataba con condescendencia y de la que no tenía participación real. Más bien sentí que trabajaba para fortalecer a un enemigo. Fui, me senté, mis intervenciones no fueron tenidas en cuenta y posé sonriente cuando llegó la cámara a documentar una charla que en la vida real solo habían tenido tipos, pero estaba yo, para que no se vieran “short on woman”. Cuando se divulgó la bochornosa imagen de los empresarios y sindicalistas con el presidente Fernández, muchos de los participantes argumentaron que en las altas esferas de esos espacios simplemente no hay mujeres, y que no las podían embutir en una foto porque ellas no habían estado en la reunión. En el momento igual nos pareció desatinado que se juntaran solo entre ellos, pero me pregunto si, al cumplirse el nuevo cupo del 33% de mujeres en la reunión, el diálogo no hubiera sido exactamente igual, solo que con el mensaje público de que era un ambiente más “diverso”.

 El problema no es que faltaran mujeres en la foto, es que hay muy pocas en los lugares de poder y toma de decisiones. Me pregunto cuál podrá ser una estrategia más eficiente para que seamos las mujeres también las representantes de las y los sindicalistas y las y los empresarios, en lugar de las acompañantes decorativas que nos invitan a ser. No tengo la respuesta, pero me resulta cada vez menos grato para mí y para compañeras valiosas y brillantes, tener que prestarnos a esa clase de roles ornamentales como si no nos diéramos cuenta, como si no supiéramos que lo que hacemos es un favor, y ya no sé bien a quién favorece.

El problema no es que faltaran mujeres en la foto, es que hay muy pocas en los lugares de poder y toma de decisión.

La paridad en los espacios es una iniciativa importante para lograr la igualdad de género en ámbitos de poder y toma de decisión. Nadie, a esta altura, podría criticar eso. Sin embargo, esta clase de anécdotas, sumado a la cantidad de directrices (oficiales y extraoficiales) que señalan que lo que hay que cuidar son las imágenes que llegan al público, nos da la creciente sensación de ser usadas para la foto y para evitar las críticas, pero no estar teniendo ni más voz ni más voto. Temo que esas medidas empiecen a tener una intención únicamente cosmética y que nos quedemos a mitad de camino emitiendo recomendaciones para que aparezcan mujeres y hombres en todas las reuniones, aplaudiendo esas imágenes, haciendo una fiscalización excesiva de todo lo que sucede en la esfera pública, pero perdiendo de vista que esos gestos no se están traduciendo en un cambio de prácticas fuera de los flashes de las cámaras. 

La foto en la que salió mi conocida, por supuesto, pasó sin pena ni gloria porque ahí estaba ella: obediente y con sonrisa. Nadie la escrutó ni la criticó ni la repudió. Yo tampoco. 

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