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PANORAMA POLÍTICO

Una amonestación de Máximo a Kicillof que penetra el terreno del absurdo

Máximo Kirchner en un acto que tituló "Armar de nuevo", en el microestadio Atenas, el 20 de septiembre de 2024.

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Máximo Kirchner dedicó buena parte de su discurso del viernes, en el relanzamiento de La Cámpora en La Plata, a marcarle la cancha a Axel Kicillof. De la variedad de mensajes encriptados con destino al gobernador bonaerense, uno penetró en el terreno de lo insólito.

“Si los que fueron señalados por el dedo de Cristina se quejan, ¿qué nos queda a los que no hemos sido señalados y seguimos haciendo todo lo que tenemos que hacer?”, se preguntó el diputado. Por algún vericueto de la lógica, Máximo Kirchner llega a la conclusión de que él no forma parte de los consagrados por su madre.

En 2015 encabezó la lista de diputados nacionales por Santa Cruz y resultó derrotado, a contramano de los tramos presidencial y local de la boleta del Frente para la Victoria, que ganaron. Cuatro años más tarde, Máximo Kirchner encabezó la lista para la Cámara Baja en la provincia de Buenos Aires. Tras haber abandonado la presidencia del bloque del Frente de Todos a mitad de camino y haber permanecido en silencio legislativo durante casi dos años, el diputado volvió a ser premiado en la lista de Unión por la Patria en el distrito más poblado, en 2023.

Según se desprende de sus dichos, el recorrido de alguien cuya única experiencia laboral previa estuvo restringida a las empresas familiares fue por mérito propio, sin incidencia de su madre.

“Quien no reconoce el valor del conductor de la organización política más importante y cohesionada de Argentina, no entiende nada”, dice una legisladora nacional próxima al Instituto Patria.

Durante un tiempo, el siempre desmesurado antikirchnerismo sembró la imagen de Máximo como una persona sin luces, afecta a la play station. Esa caricatura fue desmentida tras la muerte de Néstor Kirchner, cuando, en efecto, el hijo de Néstor y Cristina habló en público con una solvencia inesperada y proyectó una organización que tuvo su frescura y entusiasmó a muchos jóvenes.

El agua corrió bajo el puente, los jóvenes dejaron de serlo y la tentación por el cargo se transformó en un motor esencial, a veces, único. Hace rato que La Cámpora carece de un nombre capaz de encabezar una boleta nacional por sí sólo.

Pese a su debilidad electoral, la organización de Máximo Kirchner veta nombres, exige posiciones y presupuestos, cuenta las costillas a disidentes y, sobre todo, se ofende

Resulta que Kirchner y su entorno no son beneficiados por el dedo de Cristina. Las sillas ocupadas por esa organización durante el gobierno de Alberto Fernández en los presupuestos más importantes —energía, Anses y PAMI, cruciales para un programa económico—, el Ministerio del Interior en manos de Eduardo de Pedro o las candidaturas de Mayra Mendoza en Quilmes y Mariano Recalde en Capital Federal fueron —se entiende por los dichos del diputado— consecuencia del talento, el esfuerzo y la popularidad, sin ningún impulso de la titular del Instituto Patria. Lo mismo cabe suponer sobre la inserción en el gabinete de Kicillof de un personaje tan prestigioso que articula con La Cámpora y navega en Bandido por el Mediterráneo como Martín Insaurralde.

Se da una escena distorsionada. Pese a su debilidad electoral, la organización de Máximo Kirchner veta nombres, exige posiciones y presupuestos, cuenta las costillas a disidentes y, sobre todo, se ofende. Bien pensado, acierta Máximo Kirchner al sentir que él y los suyos no están beneficiados por el dedo de la exmandataria. En rigor, La Cámpora es el dedo de Cristina.

Fuera del Instituto Patria y la organización de Máximo Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner es narrada cada vez con mayor frecuencia como problema. Las voces se expresan con crudeza más allá de identidades y afectos. Antialbertistas agudos que guardan admiración por la expresidenta resaltan su carisma y su conexión declinante con los pobres, pero describen ensimismamiento e incomprensión de la época. Eso sí. Muy pocas veces gobernadores, legisladores y dirigentes sociales se permiten hacer los cuestionamientos en público.

La fumigación cotidiana del Gobierno de Alberto Fernández por parte de los Kirchner rompió la lógica de la política, por encima de fronteras ideológicas y metodológicas. Si una coincidencia hay en una generación que vive con trauma la irrupción de ultras como los hermanos Milei, es que la dinámica de una oposición inserta en un Gobierno, con la botonera de los principales presupuestos, es un error garrafal que no debe repetirse.

El encono con Kicillof está sobre la mesa y parece motorizar la deriva del peronismo. Poco tiempo atrás, se guardaban las formas: el gobernador bonaerense asistía a actos convocados por La Cámpora, y esa organización —que tiene ministros y funcionarios que espejan en menor medida el loteo que tuvo lugar en el Gobierno de Alberto— y su líder daban marco a citas de Kicillof. Empezó a ocurrir que las ausencias recíprocas ya se dan por descontadas.

Kicillof es narrado por gran parte del arco peronista —cristinista, anticristinista, de derecha y de izquierda— como un dirigente incapaz de tomar un rumbo distinto al que le depare la expresidenta. Esa dependencia supone acordar con La Cámpora, porque la exmandataria dejó claro en numerosas oportunidades que el respaldo a su hijo es irrestricto.

Un exministro nacional que supo estar muy identificado con Cristina y transita con desazón el presente es uno de los que expresan escepticismo sobre un liderazgo de Kicillof para renovar al peronismo. “Tiene una K adelante, inseparable de Cristina, no sólo por lo que él decida, sino por cómo lo percibe la gente”, sintetizaba la voz días atrás.

La aventura de lanzarse a un kirchnerismo alternativo es de altísimo riesgo. La experiencia de Massa, Fernández y muchos otros demostró que implica volcarse a los brazos del antikirchnerismo puro y duro.

El gabinete bonaerense es uno de los ámbitos en los que se dan excepciones sobre la narrativa que no concibe un camino desobediente de Kicillof. La expresión de independencia está precedida de aclaraciones sobre el valor fundacional de Néstor y Cristina, un mantra en el discurso del gobernador. Hechas las aclaraciones, voces que se reconocen kicillofistas por ideología o azar de la historia recuerdan que el mandatario bonaerense ya dio muestras de decidir o forzar escenarioa desobedientes. La más chispeante fue la candidatura a la reelección en Buenos Aires, decisión acertada a la luz del resultado, aunque un hito que sigue siendo visto casi como una traición por Máximo Kirchner..

La aventura de lanzarse a un kirchnerismo alternativo es de altísimo riesgo. La experiencia de Sergio Massa, Alberto Fernández y muchos otros dirigentes de menor entidad demostró que el destino de una movida por el estilo implica volcarse a los brazos del antikirchnerismo puro y duro. En otras palabras, Clarín, la mesa de Mirtha Legrand, el coloquio de IDEA y las variantes de derecha. En ambos casos, cuando el intento se agotó por escasez de votos, tuvieron que reconstruir lazos con los Kirchner y someterse a la crueldad de que la hemeroteca les recordara lacerantes críticas pasadas.

Kicillof cuenta, sin embargo, con activos de los que carecieron otros disidentes. Por empezar, un camino ideológico coherente, lo que su ladero Carlos Bianco describe como “peronismo de izquierda”. Fue por esa vía que el gobernador bonaerense selló un pacto con Cristina que hasta hace poco se consideraba de hierro.

Por ahora, la corrupción no roza a Kicillof, y cuenta con el activo de las herramientas de gestión en la provincia más poblada del país.

“Un dirigente no es víctima”, le recordó Máximo Kirchner en el acto en el microestadio Atenas, en La Plata. Lo mismo podría decirle Javier Milei, cuya animadversión con el presupuesto bonaerense es manifiesta. Es cierto que la impostura de víctima nunca es edificante, pero puede ser redituable un tiempo. Mauricio Macri y Daniel Scioli consolidaron carreras presidenciales, básicamente, con la estrategia de mostrarse víctimas de presuntas arbitrariedades del kirchnerismo.

Un dique crucial para las ambiciones de Kicillof es que su proyección de popularidad no se separe de la de Cristina. Presumiblemente, sus imágenes positivas y negativas residirían en las mismas porciones del electorado.

Ocurre que hay encuestas que empiezan a mostrar una brecha. Una de ellas, expuesta días atrás ante empresarios por la firma Synopsis, de Lucas Romero, detectó el movimiento. La imagen negativa de la exmandataria es bastante mayor que la del gobernador (62% versus 53%), y también se registra una luz en la positiva (26,8% versus 31,4%).

El balance es desalentador para todo el peronismo, en un contexto en el que Milei también está en baja, y la medición de imagen —está probado— está lejos de significar intención de voto. Así las cosas, habrá que mirar la evolución de esos números. 

SL/DTC

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