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OPINIÓN

El Anticristo ataca a Francisco

El papa Francisco

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Entre los que atacan a Francisco cuando habla en favor de los pobres o contra de las injusticias sociales hay gente de todo tipo. Gente con cerebro de mosquito y corazón de piedra que solamente piensan en sus pequeños y mezquinos intereses. Gente que repite estupideces por la severa intoxicación mental que produce el consumo cotidiano de medios amarillos y redes sociales. Gente intelectualmente deshonesta que cita parágrafos en forma deliberadamente sesgada para enseñarle catequesis al propio Papa. Gente que sucumbe ante las modas intelectuales del progresismo burgués o el conservadurismo elitista que les impide escuchar palabras sabias simplemente porque no se amoldan a sus estrechos esquemas de etiquetado ideológico.

Es gente como cualquiera de nosotros: frágil, débil, pecadora. Seres humanos.

Pero no se confundan. No se confundan obispos, cristianos, hombres y mujeres de buena voluntad. Detrás de esa saña que parece tan exagerada, tan irracional, tan idiota, tan mediocre, hay una personaje astuto y poderoso. Un corruptor. El Anticristo.  

El Anticristo se sirve de la debilidad, de la fragilidad humana para realizar un proyecto que no es humano. El Anticristo quiere destruir cualquier obra de amor a favor de los demás negando, degradando y humillando. Para dañar a quienes realizan tales obras, para dañar a quienes las reciben pero sobre todo para apartar al Pueblo del camino estrecho de la peligrosa búsqueda del bien común y la justicia.

No estar con los pobres es traicionar a Jesús. Todo el Evangelio tiene a los pobres en el centro. No hay forma para un cristiano de escapar a este mandato. Que la Iglesia lo haya traicionado innumerables veces no contradice esa verdad. Que los siga traicionando en muchas de sus acciones y miembros tampoco. Los cristianos no tenemos opción. Ponernos siempre del lado de los pobres, seamos o no seamos pobres nosotros mismos, es una obligación para nosotros.

Existen distintos caminos y formas de hacerlo. Podemos perdernos y llegar a lugares equivocados. Pero pasar por este mundo con la pereza egoísta del indiferente o la malignidad quejumbrosa del avaro no es una opción cristiana. Nuestro ejemplo son quienes lograron una vida plena de amor y compromiso. Vivir con los pobres y morir por ellos es una forma de santidad. Ojalá miles de cristianos recuperaran el fervor de aquellos que lo hicieron.

El compromiso cristiano no consiste sólo en las acciones individuales de caridad sino en enfrentar las estructuras de injusticias. Nadie tiene una verdad infalible sobre cómo hacerlo pero no se puede estar con los pobres sin cuestionar la lógica actual de producción y distribución de la riqueza. Eso implica combatir el fundamentalismo de mercado y la divinización de la propiedad. Si el derecho a la propiedad se ejerce excluyendo a las mayorías de sus derechos humanos elementales o destruyendo la Casa Común, éste debe ser indefectiblemente limitado. La necesidad de frenar los abusos de los grandes propietarios es hoy más acuciante que nunca. Es una misión a la que no podemos renunciar. 

Los esclavos de la propiedad y los siervos del capital no van a aceptar mansamente limitaciones que se contrapongan a su devoción idolátrica por el dinero. Van a atacar salvajemente a cualquiera que cuestione el culto del becerro de oro con la fuerza bestial del engaño y la excomunión social. Si esto no alcance, recurrirán la violencia. Por eso, quien busque seguir los pasos de Jesús está expuesto a ser humillado, difamado, escupido, golpeado, detenido, torturado o asesinado. Es parte del camino.

Se confunden obispos y amigos cuando piensan que a Francisco se lo defiende edulcorando sus palabras con justificaciones condescendientes, aclaraciones doctrinarias o citas de sus antecesores. A Francisco no lo atacan por ignorancia, no lo atacan por un malentendido, mucho menos por algún amigo que consideren inoportuno, una sonrisa que no les gusta o un gesto que les resulte irritante. Lo atacan precisamente por lo que es y los valores que representa. La forma de defenderlo no es maquillarlo, mucho menos negarlo, sino luchar a su lado y difundir su magisterio.

A Francisco lo entienden muy bien los que detentan el poder económico en este país y en el mundo. Saben que es un defensor consecuente de las enseñanzas de Jesús. Esa coherencia desafía las lógicas socioeconómicas inhumanas que los beneficia precisamente a ellos. A Francisco lo odian porque es intransigente en los principios elementales aunque le cueste caro en términos de prestigio y adulación mundana. Así deberíamos actuar todos los que nos decimos seguidores de Jesús. Basta de esconderse de los escupitajos, de evadirse de la cruz, de suplicar lastimeramente la comprensión de los personeros de un sistema abyecto.

El capitalismo globalizado no es cristiano, no es humano y está llevando al mundo hacia la destrucción. Mienten los que afirman que la globalización o el capitalismo disminuyeron la pobreza y la desigualdad per se. Mienten para defender el sistema. Fueron las luchas sociales por valores realmente humanos como la libertad, la igualdad y la fraternidad las que disminuyeron la pobreza y las desigualdades en este mundo. Sí, el capitalismo produjo el incremento inédito de la productividad; pero fueron los pueblos y personas comprometidas con principios humanos quienes lograron que ese crecimiento se convirtiera en una mejor calidad de vida para miles de millones de personas.

El crecimiento que endiosan los fundamentalistas de la apropiación privada de la riqueza social no es bueno en sí mismo. Un crecimiento sin una adecuada distribución y una escrupulosa conciencia ambiental es tan maligno como un tumor. El crecimiento destructivo y excluyente que hoy se nos presenta como camino es la expresión genocida de una lógica inhumana oculta detrás de la soberbia de las elites económicas y sus tristes siervos ¿No escuchan el grito de la naturaleza y de los excluidos? ¿No se dan cuenta que ese grito se va transformando en rugido? Los signos son tan claros y el peligro tan evidente… Pero no lo escuchan. El Anticristo les tiene taponados los oídos.

Escuchémos nosotros el grito. Escuchemos a Francisco. Y actuemos en consecuencia.

JG/MGF

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